-¿Por qué no cuentas, mamá,
aquella historia tan linda
que cuando era pequeña
siempre solías contar?
-Escúchame atentamente:
no es una historia cualquiera;
ocurrió hace dos mil años
y aún no se borró su huella.
Era una noche muy fría;
hacía viento y nevaba;
nadie andaba por la calle;
estaba la calle helada.
Pero a pesar de aquel frío
y de la fría nevada,
se respiraba en la noche
una suave y dulce calma.
En un humilde portal
de una casa, allá en Judea,
mientras el pueblo dormía
vino a posarse una estrella.
Pasada la media noche
de aquel día veinticuatro
se produjo para el mundo
el más hermoso milagro.
Aquella noche de invierno
del mundo, todas las flores,
derramaban su perfume:
esencias de mil olores.
El céfiro acariciante
besaba su frente pura
y el olor de aquellas flores
le envolvían con ternura.
Aquella noche brillaba
mucho más pura la luna,
lanzando rayos de plata
iluminando la cuna
en donde vino a nacer,
enseña de amor profundo,
aquel que habría de ser
la luminaria del mundo.
¡Fue en el pueblo de Belem!