Continuamos con otra etapa muy importante en el devenir de la existencia física. Es el fin de la niñez, de la infancia, con todas sus enseñanzas, sensaciones y experiencias para dar paso a lo que va a ser la edad adulta, es su antesala. Las dos etapas se funden, la primera se va diluyendo poco a poco para ir dando paso a su auténtica personalidad, incipiente todavía, pero que irá conformándose a medida que pase el tiempo hasta llegar a su auténtico carácter.
La doctrina espírita nos explica que una vez pasada la infancia, el espíritu encarnado, durante la etapa de la adolescencia comienza a ser él mismo, se consolida, por así decirlo, en la materia física para recupera aspectos de su identidad anterior: tendencias, carácter, bagaje de otras vidas, etc. Una definición que le marcará un punto de partida. Se conjugan las influencias familiares, sociales, vividas durante la infancia con los aspectos que trae del pasado su espíritu, localizados en su interior, con la tarea de ir experimentando y creciendo hacia una personalidad madura y equilibrada.
Los guías espirituales también realizan su trabajo con gran maestría, recordándole al joven sus compromisos, en una llamada interior que en cada individuo se manifiesta de forma diferente y en el momento adecuado.
La juventud, en definitiva, trae un compromiso global… Hagamos un pequeño paréntesis. La finalidad de las sociedades es la evolución, un cambio paulatino hacia mejores formas de entender la vida y superar los retos que la misma nos trae. Los anquilosamientos, las ideas fanáticas, caducas, las viejas formas materialistas necesitan ser revisadas y transmutadas, rechazando progresivamente aquello que forma parte de los viejos esquemas pero que carecen de sentido hoy día. Revisando y actualizando aquello que se debe potenciar para eliminar todo lo que perjudique al propio ser humano. En esta época de crisis global, se hace más que necesario, urgente, la búsqueda de un nuevo paradigma, una nueva forma de entender la vida pero desde la perspectiva espiritual que tenemos tan olvidada o, incluso, maltratada. Recuperando y valorando como prioridad fundamental la educación moral, los objetivos elevados en la vida; aspirando a cotas más elevadas de realización personal, partiendo de la solidaridad, la fraternidad, desdeñando y reduciendo a sus límites el mero enriquecimiento material.
Por lo tanto; ¿Quién se puede atrever a realizar dichos cambios? ¿Quién trae una preparación, un compromiso sin adulterar para afrontar los retos de nuestra época? ¿Quién goza del entusiasmo suficiente, la fuerza innovadora, el empuje no contaminado para lograr dichos fines? ¡¡LA JUVENTUD!! Sin ninguna duda.
Ellos son la apuesta de futuro, forman parte de la Gran Planificación espiritual que nos traen de lo Alto. Por lo tanto, hemos de cuidarles, apoyarles, educarles por y para el bien, dejándoles, al mismo tiempo, que desarrollen su personalidad, razonando con ellos desde el respeto mutuo. Sin imponerles, sin querer ahogarles con nuestra experiencia pues también nos equivocamos y tampoco lo sabemos todo. Buscando puntos en común, pero sobre todo, dejándoles que sean ellos mismos.
Al mismo tiempo, los espíritas tenemos una alta responsabilidad con los jóvenes, ya que poseemos un conocimiento espiritual que debemos de poner en práctica, no sólo desde el punto de vista personal sino también grupal. La orientación, por tanto, que debemos de ofrecer a los jóvenes debe de partir del ejemplo, demostrando con nuestras obras que aquello que predicamos es verdadero y que merece la pena.
Por desgracia, existen grupos en donde no existe el entendimiento; revestidos de grandes conocimientos tienen serias dificultades para convivir en armonía con sus compañeros, dando muestras de una cierta debilidad moral que debemos de controlar y trabajar, sólo maquillada por una serie de actividades establecidas para atraer a personas que cuando acuden no encuentran lo fundamental, que es el calor humano, la comprensión y la empatía.
Ante esta tesitura nos podemos imaginar cual puede ser la respuesta, especialmente de los jóvenes; rechazo total.
También hay grupos que ante su falta de experiencia, pero de buena fe, adoptan programas establecidos, muchas veces traídos de otros países, con otra idiosincrasia, para desarrollarlos metódicamente aquí, sin tener en cuenta la problemática del lugar, sin un análisis previo, con el prejuicio de creer que aquello que viene de fuera y de países de un cierto prestigio en esta doctrina ha de ser necesariamente útil y provechoso. Además, también los adoptan algunos grupos por el miedo al fracaso, a no cubrir las expectativas de aquellos jóvenes que pudieran acudir a nuestros centros.
Rechacemos metodologías mecánicas que más bien recuerdan aspectos religiosos del pasado caduco. El centro espírita debe de ser una escuela, si, pero una escuela de la vida, no a modo de academia de perfil sólo intelectual que se imparten asignaturas en horarios y días determinados. Efectivamente, una escuela pero del contacto humano, de la convivencia, del diálogo constructivo, de la solidaridad, la tolerancia, la comprensión; centros vivos de amistad y afecto.
Si ponemos en práctica ese tipo de metodología, para la que no debemos tener miedo ni desconfiar, se nos abrirán las puertas a un amplio abanico de posibilidades. Viendo lo que hay en la sociedad materialista, muchas personas se interesarán, también los jóvenes, en la construcción de un núcleo espiritual sólido y próspero.
Invariablemente, para atraer a los jóvenes necesitamos ser nosotros mismos, vecinos, compañeros, amigos. Huyendo de fanatismos, personalismos, desarrollando nuestra propia personalidad creativa, ya que la doctrina espírita es una, eso es cierto, pero múltiples sus manifestaciones y su puesta en escena. Los centros espiritas los componen personas físicas, con sus características individuales que todas juntas forman un conjunto que aspira a ser armónico y singular.
Como nos indica la doctrina, no hay dos médiums iguales… ni tampoco deben de existir dos grupos espíritas iguales. Podemos coincidir en muchas cosas, pero cada quien ha de tener su impronta.
En definitiva, se abren muchas posibilidades y retos ante nosotros. A los jóvenes debemos cuidarlos, escucharlos, darles participación, iniciativas. Dejarles que se equivoquen y la libertad de que sean ellos mismos.
Nuestra fuerza debe de ser la unión y el ejemplo, no nos engañemos con espejismos. Si todavía no lo hemos conseguido trabajemos en ello con empeño para lograrlo, de lo contrario ofreceremos una imagen pobre, débil de una hermosa doctrina que espera su oportunidad de ser vivida para ser amada y admirada por todos.
José M. Meseguer
© Grupo Villena 2014
La juventud quiere mejor ser estimulada que instruida.
(Johann Wolfgang Goethe)