AMOR ETERNO

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¡Cuántos dolores se sufren en este mundo !… ¡Qué mansión tan sombría es la Tierra!… ¡Cuántos infortunados me hacen partícipes de sus cuitas!.

He aquí los fragmentos de una carta que acabo de recibir:

 «Hace aproximadamente unos nueve años que existe recluida en el manicomio de esta capital una nieta mía. Cuenta a la sazón trece años, su estado es de lo más triste que la mente humana pueda concebir, ya es una verdadera autómata, imposibilitada de ambas extremidades, sorda y muda, sin conocimiento ni raciocinio de ningún género, y en ese estado allí permanece, pues mis recursos, por el momento, no me permiten tenerla a mi lado, como son mis vehementes deseos, pues siento un cariño y una afición tan inmensa por ella que, francamente, yo no me lo explico, y me hace sufrir horriblemente el hecho que al ir a visitarla le es completamente indiferente mi presencia, sufriendo mi Espíritu de una manera espantosa.»

 «Por todo lo dicho, le suplico encarecidamente que pida al guía de sus trabajos algunos datos sobre la historia pasada de esta infeliz criatura, y qué relación anterior existe entre ella y yo. No desatienda mi ruego, creo en el Espiritismo, en la realidad de las encarnaciones sucesivas, y necesito tranquilizar mi Espíritu con una nueva revelación».

La demanda de un Ser que sufre siempre ha sido sagrada para mí, así que he procurado preguntar a un Espíritu sobre estos dos Seres tan infortunados, el que me ha contestado lo siguiente:

«Es justa la ansiedad y la perplejidad de ese hermano que a ti se ha dirigido en demanda de auxilio, y como al que pide se le da, escucha atenta mi comunicación. La niña paralítica de hoy, la sordo-muda, la idiota, al parecer, pues no lo es en realidad, para mayor tormento suyo, fue en su última encarnación un personaje célebre por sus fechorías. En España nació y fue el asombro de las gentes por su destreza, por su audacia, por su osadía, por su temeridad, arrastrando los mayores peligros para desvalijar a los caminantes y asaltar las moradas señoriales para apoderarse de los tesoros más escondidos. Era un bandido terrible, los gobernantes más encumbrados capitulaban con él embozadamente, pero capitulaban. Era un hombre arrogante, con la hermosura del ángel de las tinieblas, y como era de noble estirpe, sus modales, cuando le convenía, eran de lo más distinguido que pudiera desear la dama más exigente. Así que no es extraño que enloqueciera por él una joven de muy buena familia, que él arrebató de su hogar y se la llevó muy lejos, para evitar reclamaciones y serios disgustos con los padres de ella. La joven seducida, comprendió tarde el mal paso que había dado, pero le quería tanto, estaba tan enamorada de él, que se propuso convertirle y hacer del feroz bandido un hombre de bien. Pero todo su empeño fue inútil: ella era muy cristiana, creía en la eficacia de los ayunos y de las penitencias y se puso cilicios y martirizó su hermoso cuerpo para redimir al hombre que tanto amaba; pero éste llegó a cansarse de sus sermones y lamentaciones, y después de cometer un robo en cuadrilla y matar a varios de los robados, dijo a unos de sus compañeros: la mujer que me sigue hace tanto tiempo nos estorba, se va volviendo cada día más escrupulosa y más devota, hazla desaparecer para bien de todos y ganemos tiempo.

El bandolero cumplió las órdenes de su capitán y en un despoblado, donde la tierra estaba surcada por hondos barrancos, en uno de ellos arrojó a la joven enamorada, buena y creyente que se convirtió en redentora, por lo que, como es natural, la crucificaron.

Más tarde, en un encuentro con gente armada, murieron parte de los bandidos, entre ellos el capitán, quien al llegar al Espacio fue recibido por su redentora, dispuesta a seguir siendo su ángel tutelar; ¡le quería tanto!… Estuvieron bastante tiempo en el Espacio y ella a él lo fue preparando para comenzar el saldo de las cuentas, y tanto se empeñó en su conversión, y tanta luz le dieron otros Espíritus, que el bandido de ayer es la niña paralítica de hoy. Tanto corrió para cometer horribles delitos, que hoy no puede moverse ni puede hablar el que ayer habló para dictar sentencias de muerte. Y el abuelo angustiado que visita a su nieta, y ésta no le reconoce, es su víctima de ayer, es la que quiso ser su redentora, Espíritu de amor, Espíritu de luz que le seguirá siempre, hasta convertirle en un Ser superior.

Su amor es inmenso, de él no tenéis la menor idea en la Tierra, donde los amores son flores de un día, ilusiones pasajeras, fuegos que tan pronto se encienden como se apagan; y el amor de ese Espíritu llegará al sacrificio sin sentir desfallecimiento, le acompañará siempre, le ayudará siempre, le sostendrá en sus brazos, y en todas sus encarnaciones estará enlazada a él de un modo o de otro y durante el sueño murmurará en su oído: ten valor para saldar tus cuentas, has pecado mucho, pero tienes la eternidad para regenerarte. Yo iré contigo, no estás solo, yo seré tu madre, tu hermana, tu esposa, tu hija; me enlazaré a ti con todos los parentescos terrenales y en el Espacio seré tu estrella polar que te guiará eternamente hacia la luz y la verdad.

Mucho más te diría sobre el amor de ese Espíritu que es un enviado de Dios para engrandecer a un culpable, puesto que los más enfermos son los que más necesitan de los médicos celestiales».

Adiós.

¡Qué hermosa es la misión de los Espíritus que aman! Si no fuera por ellos, ¿qué sería de los terrenales?, dado que la mayoría tenemos una historia tan horrible. ¡Dichosos los Espíritus que aman y dichosos también los que son amados!

 

Artículo extraído del libro «Hechos que prueban», de Amalia Domingo Soler.

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