AMAR AL PRÓJIMO COMO A SÍ MISMO

0
806

“Maestro, ¿cuál es el mayor mandamiento de la ley? Jesús le respondió: Amaréis al Señor nuestro Dios, con todo vuestro corazón, con toda vuestra alma y con toda vuestra mente; éste es el mayor y el primer mandamiento. Y he aquí el segundo, que es semejante a aquél: Amaréis a vuestro prójimo como a vosotros mismos. Toda la ley y los profetas se resumen en estos dos mandamientos.” (San Mateo, cap. XXII, v. 36 a 40).

La respuesta del Maestro a la pregunta formulada por los fariseos es muy contundente y clara. Establece las prioridades existenciales del ser, el camino seguro hacia la autorrealización plena, al crecimiento espiritual que le permita identificarse con su Creador y con su destino superior.

Nos dice, amar a Dios con todo vuestro corazón, alma y mente. Pero para amar hay que conocer bien y no temer. Desde la ignorancia o el dogmatismo es muy difícil aceptar la realidad divina. Sólo desde un conocimiento, de una búsqueda espiritual sincera podemos acercarnos, partiendo de nuestra pequeñez, a vislumbrar algo que refuerce ese amor que le debemos por habernos creado, esa gratitud por todo lo que nos da, para poder comprender su misericordia y bondad.

El segundo precepto: “amar al prójimo como a uno mismo”. Una pregunta nos puede surgir al analizar esta máxima. ¿Se puede amar al prójimo si uno se desprecia a sí mismo, si no está conforme con su trayectoria espiritual, cuando le asedian los conflictos personales? ¿Se puede amar a los demás sin que uno se ame lo suficiente? ¿Cuál es la medida?

Tema muy interesante, y que muchas veces se pasa por alto. Las religiones y las filosofías espiritualistas apelan al altruismo, a la entrega, a olvidarnos de nosotros mismos como solución a todos los problemas.

Desde mi punto de vista, son dos temas que se complementan. No se puede separar del todo los conflictos personales y la autoestima, de los deberes y obligaciones que tenemos respecto a los demás. No obstante, hay que apelar siempre a un trabajo del que todos tenemos la obligación de realizar y que muy pocos, de forma voluntaria y consciente realiza, me refiero al trabajo interior, al autoanálisis, al conocimiento de uno mismo para buscar soluciones a los conflictos, a mejorar como personas, controlar nuestros defectos  que son causa de desdichas como son el egoísmo y el orgullo, y, como contrapartida, desarrollar las cualidades innatas del ser, aquellas que poseemos todos sin excepción.

Lo que ocurre generalmente, es que vivimos de espaldas a esa realidad espiritual personal, interior; proyectando en los demás nuestros conflictos. Vemos la vida del color y con los matices de nuestra forma de pensar, empañados por los defectos que todavía atesoramos y que desvirtúan esa realidad. Una realidad parcial, pero que necesitamos que sea lo más auténtica posible, para obrar en consecuencia. Controlar las emociones, los pensamientos y sentimientos al trazarse una hoja de ruta que nos conduzca a buen puerto. Considerar a los otros como verdaderos hermanos de los que algún día formaremos una unidad espiritual plena, aunque todavía estemos lejos de su comprensión y vivencia.

Pero para todo ello hace falta fuerza de voluntad, esfuerzo, elevar la autoestima reconociéndonos como un gran proyecto, todavía muy imperfecto, pero de unas posibilidades infinitas. Desde la sencillez y la humildad, crecer; caer para volverse a levantar. Creer en uno mismo pero sin arrogancia, andar con paso firme pero sin rigidez,

Dejemos de ser críticos con lo que nos rodea, pero al mismo tiempo, seamos exigentes con nosotros mismos y benevolentes con los demás. El Maestro nos indica que no hay otro camino… Bueno, sí, el del dolor, el de los reveses de la vida que nos muestra la fragilidad humana, el sufrimiento que provoca la rebeldía al no aceptar la dádiva divina que nos ofrece generosa, a manos llenas las herramientas de progreso; al no tratar de entender las situaciones, al no comprender que los obstáculos nos sobrevienen para crecer y amar, no para hacernos daño o deprimirnos.

Invariablemente el Maestro nos habla de la vía del amor; mucho se ha escrito y dicho sobre este tema. Sin embargo resulta muy difícil definirlo, ya que algo tan grandioso no se puede reducir a un simple concepto. No obstante el librepensador Krishnamurti nos sugiere en su obra «A los pies del Maestro» lo siguiente: «El amor es más que deseo de unión con Dios; es voluntad, resolución, determinación».

Precisamente si nos apoyamos en esta idea, nos daremos cuenta que su dimensión e importancia va más allá de un simple sentimiento o deseo. Para que exista voluntad, resolución y determinación es necesario previamente una fe sólida, unos planteamientos claros hasta llegar a un convencimiento tal, que disipe todas las dudas y permita tener la fortaleza suficiente para no desmoronarse cuando surjan los primeros obstáculos.

En todas las épocas han existido todo tipo de teorías, preceptos, normas de comportamiento, e incluso leyes que arreglen las relaciones entre los seres humanos, pero ninguna tan perfecta como esta ley espiritual, la más importante que proclamó Jesús hace dos mil años. No cabe la menor duda de que es el camino más rápido y seguro para llegar a la verdadera felicidad y conseguir el progreso espiritual.

Quién no se ha sentido satisfecho interiormente cuando a alguna persona triste la ha hecho sonreír, o cuando ha podido aliviar algún dolor moral o material, cuando se han resuelto malos entendidos estableciendo una nueva corriente de simpatía dañada por alguna acción anterior. Quién en fin, no ha sentido en su vida la satisfacción que supone una buena obra dejando un sentimiento de alegría, mucho mayor que cuando se consigue algún beneficio personal.

No obstante, el hombre a lo largo de la historia se ha preocupado principalmente por aumentar su riqueza y potencial material, ha desarrollado la inteligencia y dispone de unos medios que permiten hacer cosas que hace tan sólo unas décadas eran impensables. Sin embargo, le queda una asignatura pendiente que es la del corazón.

Precisamente por hacer oídos sordos a la conciencia estamos empezando a recoger el fruto de nuestras obras. Es el origen real de la crisis mundial que estamos viviendo hoy día, la falta de amor, de bondad.

Con frecuencia caemos en el error de creer que hemos de esperar a que cambien los demás para empezar a hacer lo propio; pero hemos de ser nosotros mismos, individualmente los que empecemos a auto-convencernos, a ver la vida desde otros ángulos llenos de esperanzas e ilusiones.

Sobre todo, aquellos que tratamos de seguir un camino espiritual tenemos un compromiso ineludible con la sociedad, como continuadores de la obra del Maestro, ya que tenemos la grave responsabilidad de revitalizar la moral evangélica por medio de nuestras obras, como signo distintivo que diferencia a los verdaderos de los falsos seguidores de Jesús.

José M. Meseguer

©2015, Amor,paz y caridad

“Quienes no aprendieron la excelencia del Amor, piensan que son amados porque se creen especiales, olvidándose que se vuelven especiales por amar”

(Joanna de Ângelis a través de la mediumnidad de Divaldo Pereira Franco)

Publicidad solidaria gratuita