ALGUNOS TRASTORNOS PSICOLÓGICO-ESPIRITUALES

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Algunos trastornos psicológico-espirituales

Resentimiento, Queja, Rabia y Amargura

Sin duda ninguna, las patologías que tienen que ver con la mente y la psique están de permanente actualidad una vez que se ha demostrado, por varias disciplinas científicas relacionadas con la salud, la somatización de enfermedades graves que afectan el equilibrio celular y son originadas por los conflictos y trastornos psicológicos, mentales y emocionales en la personalidad del ser humano.

No es pues casualidad que se denomine al siglo XXI como el de la enfermedad mental, pues ya son más de 400 millones de personas  en todo el mundo “diagnosticadas únicamente por depresión”. Si a esta cifra sumamos las correspondientes a los millones de diagnósticos de otras enfermedades mentales y la cantidad de personas que no pueden ser diagnosticadas por carecer de recursos económicos para recurrir a un especialista, el monstruo de la epidemia de los trastornos mentales se presume gigantesco. Países como EE.UU. y España se encuentran a la cabeza del consumo de ansiolíticos y antidepresivos. Un dato altamente significativo, que en el primer caso tiene ya niveles de pandemia silenciosa, es el hecho de que son más de 90 millones de norteamericanos los que se medican a diario con este tipo de fármacos.

La medicina psicosomática avanza a grados superlativos, dejando en evidencia algunas terapias de la medicina organicista únicamente basada en la medicalización exclusiva de la farmacopea. Ya está más que demostrado que la disfunción en la relación mente-cuerpo se halla en el origen de un 70% de las enfermedades que se diagnostican en los consultorios médicos.

Es por esto último que disciplinas como la psico-neuroinmunología y muchas de las soluciones que se proponen desde la psicología y la psiquiatría, son realmente más eficaces si combinan el tratamiento farmacológico con la psicoterapia del equilibrio mental-emocional derivada del conocimiento de los trastornos de la psique que muchas personas experimentan. Solamente con la farmacopea no se llega al origen de los problemas, pues con frecuencia el tratamiento farmacológico alivia y calma los estados desequilibrados de la psique por un tiempo, pero casi nunca tiene la solución al problema al no tratar la causa sino el efecto.

Si la causa está en la mente, es preciso diagnosticar con precisión el origen de la perturbación para poder aplicar una terapia eficaz que cure al individuo verdaderamente y que no se limite únicamente a aliviar los síntomas mediante sustancias químicas que sirven para el equilibrio de la bioquímica cerebral, pero que no atienden a la cura integral del problema que se origina en la mente y se traslada al cerebro, y nunca al revés.

La psicoterapia lleva tiempo en obtener resultados eficaces, y es precisamente la falta de tiempo y la prisa en solucionar los problemas que esta sociedad tiene el hecho de que se recurra con tanta facilidad a un tratamiento farmacológico, que tanto por parte del paciente como del especialista les es mucho más cómodo a ambos, pero que no resuelve el problema sino que únicamente lo alivia y aplaza, posponiéndolo en el tiempo y pudiendo ocasionar una adicción químico-dependiente de los fármacos que se utilizan.

En el tema que hoy pretendemos explicar brevemente vamos a detallar algunos trastornos psicológicos verdaderamente perturbadores que afectan la psique del individuo y generan enfermedades graves que son somatizadas, conspirando contra la salud y en muchas ocasiones generando un sufrimiento interior importante para las personas que las padecen. Son trastornos a los que apenas damos importancia y cuya influencia es enorme en la aparición del desequilibrio mente-cerebro.

Entre los conflictos psicológicos que perturban al individuo destaca un grupo que podríamos denominar como “emociones tóxicas”. Son aquellas emociones que no hemos sabido controlar ni educar y que, o bien han sido generadas por nuestros comportamientos equivocados en esta existencia, o vienen del pasado, de otras vidas anteriores, así como algunas tendencias que nuestra alma lleva esculpidas en el inconsciente, al haberlas repetido como hábito pernicioso durante mucho tiempo.

Entre estas emociones tóxicas destacaríamos el Resentimiento, la Queja, la Rabia y la Amargura. Hay muchas otras, pero de momento estas tienen un efecto devastador en el equilibrio psicológico del individuo y su relación con las demás personas. Pasemos a un análisis sencillo del tema para que comprendamos la necesidad de permanecer vigilantes con estas emociones que pueden desequilibrar no solo nuestra armonía mental-emocional, sino también nuestra salud física.

Por ejemplo, la rabia es un fenómeno que todos hemos experimentado alguna vez, y esto es perfectamente normal en el ser humano ante cualquier contradicción o frustración de expectativas que podamos tener. Sin embargo, el problema no es sentir esta emoción, sino ocultarla, disfrazarla o esconderla como justificación o autocompasión, al sentirse víctima de una injusticia que no es tal. Cuando esto último acontece, aparece el deseo de venganza a través de la violencia o la agresividad hacia aquel que, consciente o inconscientemente, fue el origen de la situación.

Esta actitud produce numerosos efectos negativos en el organismo físico y la emoción. En el físico, los pensamientos y sentimientos de rabia generan altas descargas de adrenalina en la sangre que altera el equilibrio orgánico. En el aspecto emocional, la mayoría de las personas que viven esta emoción de forma intensa son personas que perdieron parte de su autoestima, y la inseguridad que padecen se transforma en irascibilidad e inestabilidad.

Algunas soluciones al problema vienen dadas por considerar al ofensor como a alguien que está enfermo o mal consigo mismo. Este enfoque ofrece a la persona que se sintió ofendida y tiene rabia la disminución de ese sentimiento tan negativo. Por otro lado, una resignación dinámica permite exteriorizar la rabia para eliminarla después. Por ejemplo, llorar para descargar la emoción del fracaso o proyectar la imagen del ofensor como en un espejo, viendo a este como una persona enferma digna de compasión diluye la rabia hasta anular sus efectos.

No por ello la persona ofendida debe infravalorarse, antes al contrario, el respeto y el amor por uno mismo son los mejores recursos para superar la rabia. Pero eso sí, nunca retenerla, y procurando siempre diluirla y desprenderse de ella cuanto antes.

Cuando la rabia no se expresa, se guarda y se retiene, se convierte en resentimiento.Y esta es una emoción tremendamente perturbadora, un conflicto que va trastornando a la persona oscureciendo su razón y generando en su psique una fuerza negativa que tiene como consecuencia el hecho de somatizar enfermedades que van desde distintos tumores a trastornos neuróticos, disturbios gástricos producidos todos ellos por el veneno que energéticamente produce este resentimiento y que afecta el equilibrio celular de nuestras neuronas cerebrales y digestivas.

Esta emoción tóxica del resentimiento tiene también su origen en la ausencia del amor hacia uno mismo, donde según la psicología de Carl Jung, “la sombra” proyecta de forma inconsciente los conflictos de cada uno. La mejor forma de acabar con el resentimiento es expandir los sentimientos personales de seguridad, aumentando la autoestima y la armonía interior mediante el control de nuestros pensamientos equivocados y emociones desordenadas.

Sin embargo, puede acontecer de forma coyuntural que no podamos impedir tener resentimiento ante algo que nos acontece y que nos desequilibra, o ante una persona perturbadora. En este caso de reacción emocional imprevista, podemos igualmente diluir esta emoción corrigiendo de inmediato nuestra sintonía mental y cambiando la frecuencia de nuestro pensamiento por otra más saludable y menos perturbadora. Y si para ello es necesario llorar o descargar la tensión en alguna actividad, debemos hacerlo siempre y cuando retornemos inmediatamente al estado de paz y calma precedente.

La queja o lamentación es otro sentimiento tóxico o conflicto de la psique que debemos intentar evitar por todos los medios. El primer damnificado de esta actitud es sin duda la persona que alimenta esta situación dentro de sí misma. Lamentarse por todo lo que ocurre a nuestro alrededor es un vicio perturbador que podemos combatir con un razonamiento lúcido si somos capaces de analizar las cosas con objetividad.

La mayoría de las veces las personas que se quejan constantemente experimentan un sentimiento de autocompasión en el que se creen a sí mismas víctimas del mundo, de la vida, de las personas que les rodean, de las situaciones que les acontecen, etc. Esta visión distorsionada de la realidad los lleva a vivir de forma atormentada en cada instante, y para salir de esa situación buscan recursos fáciles e inmediatos como las fugas psicológicas que proporcionan las adicciones: drogas, alcohol, ludopatía, sexualidad descontrolada, etc.

Al considerarse perjudicados y víctimas de los demás, y basándose en ese sentimiento de autocompasión, se instalan en la comodidad que esta posición les produce para no salir de ella mediante la pereza física y mental que les impide renunciar a lamentarse y esforzarse por salir de esto. Se consolidan como víctimas y no vislumbran que, si fueran capaces de esforzarse mentalmente por adoptar actitudes positivas, convertirían su pesimismo en un clima de alegría y optimismo que les permitiría salir de este desequilibrio psicológico que experimentan.

En último lugar podemos afirmar que las personas que sufren amargura están directamente vinculadas a procesos depresivos de importancia. Las causas principales de este trastorno hay que buscarlas como efecto de traumas vividos en la infancia o como reminiscencias inconscientes de vidas pasadas que afloran en forma de melancolía, nostalgia o tristezas. La recuperación llega cuando la persona se esfuerza por recuperar la alegría de vivir, fortaleciendo esta actitud con la búsqueda del sentido de la vida, los pensamientos optimistas, las prácticas de auxilio, ayuda social o moral desinteresada hacia otras personas, etc. Esto último produce un aumento de la autoestima, al sentirse útil al participar junto a otros en labores de ayuda al prójimo, y permite a la persona liberarse de las secuelas de la amargura.

El amor es la base principal de la existencia humana, y aquellos que se refocilan en el resentimiento, la queja o la amargura renuncian a amar, pues se encuentran mucho más cómodos en satisfacer los deseos de su ego y prefieren recibir los supuestos beneficios del victimismo, la autocompasión y la piedad de los demás.

La realización en la vida supone identificarse con nuestro prójimo y con Dios de forma que, si únicamente nos vemos a nosotros mismos atendiendo en exclusiva a nuestro propio egoísmo, nunca llegaremos a la esperanza que supone superar estos trastornos psicológico-espirituales que nos llevan a la sombra de la amargura mental-emocional y que no nos permiten vislumbrar la esperanza del amor, que ilumina las existencias de los hombres para superar todas y cada una de las imperfecciones morales que son el origen subyacente de todas estas disfunciones de la psique y el alma humana.

Algunos trastornos psicológico-espirituales por: Redacción

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