Uno de los principios fundamentales que nos han de acompañar en todo momento de nuestra corta vida en esta existencia es que estamos aquí para aprender constantemente, hemos de ser conscientes, si es que aún no lo somos, de que somos espíritus en estado de evolución y que nuestros valores humanos se hallan todavía en estado incipiente. Para ello basta con que se nos ponga a prueba en diversas situaciones y veremos como lo más fácil es que nos salga el egoísmo, la comodidad, el orgullo, la rebeldía, todo en muchas de las ocasiones menos dar nuestro brazo a torcer y comprender que podíamos haber actuado mejor, o simplemente de que podemos hacer mucho más de lo que hacemos.
A todos nos cuesta poco decir que no somos perfectos, pero es más difícil admitir nuestras imperfecciones y nuestros errores, eso es algo que como no esté muy claro no solemos admitir con docilidad, antes al contrario nos podemos molestar e irritar y adoptar una actitud a la defensiva. No somos lo suficientemente conscientes de que en el aprender está la salsa de la vida, y que por lógica si admitimos que no somos perfectos podemos cometer infinidad de errores a lo largo del día.
Dice un viejo refrán que de humanos es errar y de necios perseverar. Esta expresión es exacta, como seres humanos que somos es normal que en muchas experiencias que vivimos a lo largo del día podamos equivocarnos, malinterpretar unas palabras, no saber ponernos en la situación de los demás para poder ayudarles, y un largo etcétera, pero en eso no hay nada de malo en especial, simplemente que es mucho lo que debemos aprender, y que naturalmente si en nuestro deseo está el progresar espiritualmente hemos de adoptar una predisposición favorable para la aceptación de nuestros errores y la consecuente rectificación.
El hecho de estar dispuestos cuando las circunstancias así lo adviertan para reconocer los errores y poder dar un paso adelante, es algo que como seres humanos nos engrandece, en primer lugar ante los ojos de Dios y también ante aquellas personas nobles y sensatas que saben lo que cuesta en un principio dar ese paso. No es algo que nos empequeñezca o por lo que debamos sentirnos inferiores, todo lo contrario, es un acto de humildad y de gran valor espiritual que nos da además la gran ventaja de poder desprendernos de tendencias o hábitos que no están encauzándonos por el camino más certero, ello nos conduce a la situación ideal, que es la de no estancarnos en ninguna casilla, y que nos permite ir a más y lograr que nuestro carácter vaya modelándose y perdiendo hábitos que no son positivos, sino negativos.
Esta es una piedra en la que algunas personas tropiezan, tomando sus defectos como virtudes. También los hay que además de esto argumentan en cuanto a su forma de ser que ellos son así y que no pueden cambiar. Con estos dos pretextos estamos cerrando de un portazo toda posibilidad a que nuestro espíritu pueda hacer ese trabajo tan importante que ha venido a hacer en la Tierra, que no es otro que el de ir perfeccionándose moralmente adquiriendo hábitos y conductas cada día menos materiales y sí más espirituales.
La rebeldía y el orgullo son otros grandes obstáculos que nos impiden progresar espiritualmente, ya que es muy difícil que aceptemos que estamos equivocados en alguna conducta o cuestión, no sólo eso sino que vemos en las personas de nuestro alrededor que son ellos los que están actuando de forma equivocada y por ende les achacamos nuestra desdicha o infelicidad. Lo mejor en estos casos es abrir nuestra mentalidad e intentar comprender a las otras personas, para ver si el error está en nosotros y que es debido a nuestra actitud mental desequilibrada y cerrada la que nos impide aceptar otras formas de hacer las cosas que no sean las nuestras.
Toda aquella persona que no está dispuesta a admitir que se puede equivocar está colapsando toda ayuda que se le pueda ofrecer, porque en su obstinación es presa fácil de sentimientos y estados de ánimo que le oscurecen la razón y le privan de toda posibilidad de comprender otras actitudes y de ese modo comenzar a conocerse un poco mejor a sí mismo, que es una cuestión siempre válida y que hemos de tener presente.
Quién crea conocerse lo suficiente y pensar que nunca se equivoca tiene todas las posibilidades para estar en continuo desatino porque ha cerrado toda posibilidad para su mejora interior y su mentalidad le impide progresar y abandonar viejos conceptos y criterios que quizás podrían haber sido válidos en un momento, pero como todo evoluciona hemos de estar siempre dispuestos para admitir nuevos conceptos e ideas que nos van a enriquecer nuestra persona, nos van a ayudar a ir con el progreso moral y van a mantener nuestro espíritu abierto a esa transformación que nunca nos ha de faltar en nuestro ímpetu por ir a más.
Por último, quiero insistir en la idea de que reconocer los errores equivale a estar dispuestos a cambiar sin ningún tipo de peros, y que esta situación nos eleva espiritualmente como no podemos imaginar, y que por ello debemos sentirnos dichosos de poder realizar en nuestra persona este cambio, lejos de sentirnos humillados o rebajados, pues sólo los humildes y los que están henchidos de un verdadero deseo de progreso espiritual pueden hacer esto.
Aceptar los errores por: Fermín Hernández Hernández
1997 © Amor, paz y caridad