Dejó de ser cachorrillo
y comenzó a envejecer;
y cuando un perro envejece,
hay que librarse de él.
Es una pequeña historia
de un perro desconocido
que tuvo sin duda un amo
pero no tuvo un amigo.
Un día frío y lluvioso
apareció por mi barrio
sin hacer caso de nadie;
loco, buscando a su amo.
Se recorría las calles
cada día más despacio;
al final, perdió las fuerzas;
se tumbó sobre el asfalto.
Yo me acerqué a acariciarle,
miré sus ojos vidriados
y en ellos vi lealtad:
vi la imagen de su amo.
-Está muy lejos, perrillo;
no le volverás a ver.
Tú adorabas a tu amo,
él… te daba de comer.
¡Perrillo, levántate!
Haz un esfuerzo, perrillo;
yo seré tu nuevo amo;
tú serás mi nuevo amigo.
Alzó un poco la cabeza;
hizo un esfuerzo supremo;
apenas se puso en pie
se desplomó sobre el suelo.
Subió al Cielo de los perros:
Dios lo acogió entre sus brazos;
volvió a ser un cachorrillo
de nuevo por Él creado.
Miró a los ojos de Dios;
se vio en ellos reflejado,
pero en los ojos de Dios
no se reflejó su amo.
Mª Luisa Escrich (Guardamar, mayo de 2017)