Viejo amigo
Cuando yo era muy niña
mi madre siempre decía
que mi ángel de la guarda
llora si me porto mal:
A lo largo de mi vida
¡cuánto te habré hecho llorar!
Cada vez que tomo un cuerpo
tú te pones a mi lado;
y no sé cuál es tu nombre,
pero siempre estás conmigo.
No importa cómo te llames;
te llamaré viejo amigo.
Compañero de jornadas;
cuidar de mí no te cansa
y te estoy agradecida.
Te prestaste generoso
a ser mi amparo y mi guía,
dándome paz y reposo.
Que el alma presa en el cuerpo,
como un ciego en un desierto,
es un alma desvalida.
¡Tiéndeme tu mano amiga!
Ayúdame a levantarme
cuando me veas caída.
Y cuando llegue el momento
de abandonar este mundo
(compañero de jornada),
tú cerrarás esta puerta
y a los ojos de mi alma
abrirás una ventana.
Sé que tendré que volver;
tengo, aún, mucho equipaje,
mucho trabajo que hacer.
Y cuando llegue el momento
me dirás: ¡Amiga mía!,
subamos de nuevo al tren.
No te asuste el nuevo viaje;
afróntalo con valor.
Cuanto más se hunde el cuerpo
en la sima del dolor,
el espíritu se eleva
a lo alto: ¡Hacia Dios!
Viejo amigo por: Mª Luisa Escrich
Guardamar, 2018