«Tanto tienes, tanto vales»,
nos dice un viejo refrán,
para valorar del hombre
la riqueza material.
Pero el hombre es pobre o rico
según sean los valores
morales o espirituales
que dignifiquen su nombre.
Pues no hay riqueza mayor
que se pueda comparar
con la dignidad humana
y el amor a los demás.
Porque Dios lo quiere asi,
los hombres no son más ricos
por más prebendas que tengan
si carecen de principios.
Si no saben comprender
de Sus Leyes inmortales
la grandeza y el valor,
amando a sus semejantes.
Sólo el Amor engrandece,
sólo el Amor dignifica;
sólo la luz del Amor
nuestras tinieblas disipa.
El oro tiene valor
y la riqueza también,
si se saben conyugar
con el Amor y el deber.
Mas por si solos no valen
para engrandecer al hombre
y hacerlo digno de Dios,
portador de sus valores.
Para de la Vida Eterna
alcanzar la Perfección
para su alma inmortal
y alejarla del dolor.
Riqueza sin sentimientos,
riqueza sin luz del Bien,
es pobreza para el hombre
que se aparta del deber.
Que no cumple con las reglas
del amor a los demás
ni quiere saber de Dios
el camino y la verdad.
El hombre que se envanece
con las riquezas del mundo,
es corazón que late
mas que permanece mudo.
Es una roca silente
donde se estrella el dolor
de los más necesitados
de amor y de compasión.
Sólo el dolor de la muerte
le hará despertar un día
y comprender el error
de su conducta egoísta.
Del olvido del deber
con Dios y con los demás,
en medio de las tinieblas
de la vida espiritual.
Recogerá lo que en vida
ha sembrado sin amor,
sin pensar en los demás
ni en la existencia de Dios.
Pues los bienes materiales
de nada le servirán
para acallar de su alma
la angustia y la soledad.
Para reparar del mal
los efectos negativos
que a su paso por la vida
torpemente ha cometido.
José Martínez Fernández