En el Evangelio según el Espiritismo, uno de los pilares de la codificación desarrollada por Allan Kardec, encontramos una afirmación contundente del que se hace llamar el “Espíritu de Verdad”: ¡Espiritistas! Amaos: he aquí el primer mandamiento; instruíos: he aquí el segundo.
En esta ocasión nos vamos a centrar en el segundo aspecto, el conocimiento; pues ambos: la moral y la instrucción son complementarios y necesarios para el desenvolvimiento del ser en el devenir de la evolución, aunque en las primeras etapas raramente caminen a la par.
Un conocimiento que cuando va acompañado de un trabajo interior nos amplia los horizontes, la visión de las cosas, al mismo tiempo nos capacita para entender mejor a las personas y la forma de ayudarlas.
No debemos confundir el conocimiento con el discernimiento. Sobre todo, cuando hablamos de ideales espirituales, creencias o de fe; el buen discernir va unido a un trabajo previo y a unos hábitos saludables de razonar, desgranar, remontarse a los orígenes de la cuestión para encontrar la solución, la explicación convincente y sin fisuras que nos permita convencernos de algo, no sólo porque lo hallamos leído o escuchado, sino porque consideramos que, tras informarnos del tema y analizarlo detenidamente y desde todos los ángulos, con sus pros y sus contras, llegamos a conclusiones que pasan a convertirse en sólidas convicciones.
Todos hemos conocido en algún momento a personas con carisma. Cuando estas personas hablan, arrastran por sus convicciones profundas, su sinceridad y emotividad. Saben lo que quieren, sus limitaciones no las consideran infranqueables, no obstante, están convencidos de que los resultados llegarán más pronto o más tarde. También son conscientes, si el orgullo no les traiciona, del largo camino que les falta por recorrer, pero esto no les desanima, al contrario, les supone un estímulo añadido para seguir trabajando. En pocas palabras, recogen con entusiasmo el conocimiento espiritual para, primero comprenderlo y en segundo lugar aplicarlo a sus vidas, contagiando a los demás.
Paralelamente, también proliferan aquellos que estudian pero no comprenden, tienen conocimientos pero no los incorporan a sus vidas. Incluso en algunas instituciones espiritualistas, con toda la buena intención, aplican métodos pedagógicos ya superados, no dejando espacio a la creatividad, al discernimiento del individuo, puesto que aquello que se inculca a través de sus programas es catalogado como definitivo, fomentando un aprendizaje pasivo y poco participativo. De ahí provienen las dificultades que surgen en el tiempo, para incorporar nuevos conceptos que tratan de abrirse paso, para enriquecer y ampliar lo ya conocido.
No hay que olvidar que no está todo dicho, empezando por los grandes avatares de la historia, que hablaron en un determinado momento para un pueblo y para una época. Existen muchos aspectos del saber espiritual por explorar. La vida supone evolución, descubrimiento, y la luz se abre camino despacio pero paulatinamente, a medida, que el hombre va superando barreras y se capacita para entender nuevas verdades, sobre todo cuando hablamos de aspectos espirituales.
Tiempo hubo a lo largo de la historia, al tutelaje espiritual por parte de las autoridades religiosas que marcaban un camino, siendo los intérpretes y mediadores entre las sagradas escrituras y el pueblo llano, algo impensable hoy día en los pueblos civilizados.
También existía y todavía sigue existiendo un cierto fanatismo con dichas obras sagradas, tomando al pie de la letra sus enseñanzas sin mediar razonamiento, olvidando aquel viejo axioma que dice: “la letra mata y el espíritu vivifica”. Formas, en definitiva, de entender el desarrollo espiritual del ser humano que marcaron una época y una mentalidad, pero que ya no tienen sentido hoy día, en pleno siglo XXI.
En definitiva, hemos de ser auténticos, no dejándonos arrastrar por nada ni por nadie. Con el afán constante por aprender, por descubrir nuevas realidades que desconocemos. Estudiando y reflexionando las grandes obras, el legado de los grandes maestros; al mismo tiempo, estudiándonos a nosotros mismos, tratando de encajar dichas verdades en nuestras vidas, en nuestra forma de pensar, de afrontar los problemas-reto como una oportunidad de crecimiento y maduración. Por tanto, el verdadero camino hacia la sabiduría es la de aquel que estudia y se estudia (el auto análisis).
Esto último es fundamental; reflexionar sobre nuestra vida y los caminos por donde transitamos. Si el conocimiento espiritual es importante, no menos lo es el conocimiento interior, aquel que nace de la propia experiencia, de lo aprendido en el devenir de las pruebas y acontecimientos de la vida. Personas hay, sencillas, de origen humilde, sin grandes conocimientos, quizás porque la vida no les ha dado oportunidad para ello, sin embargo demuestran una sabiduría superior, un conocimiento del alma humana extraordinario; de ese saber, como se suele decir, que no esta escrito en los libros.
Por tanto, todo requiere trabajo; no nos podemos conformar con lo que sabemos. La adquisición de buenos hábitos como son: la lectura, el estudio y análisis, el diálogo constructivo con personas afines a nuestras ideas, incluso con aquellas que no piensan como nosotros; de todos podemos aprender algo y enriquecernos.
También es fundamental, tratándose de un conocimiento espiritual, aplicar en nuestras vidas aquello que vamos aprendiendo. Unas ideas, aunque sean debidamente razonadas, si no se aplican, son estériles, como comentábamos al principio.
En otro orden de cosas, recordar que estamos viviendo un momento crucial para la humanidad. Estamos inmersos en un gran cambio de ciclo, en donde los entorpecimientos del presente serán eliminados, para dar paso a nuevas oportunidades de progreso, en cuanto la gran transición haya sido completada. No podemos perder el tiempo en futilidades ni en ideas vacías que no nos lleven a ninguna parte. El tiempo es oro y debemos de aprovecharlo. Hemos, pues de acertar en los caminos por donde queremos transitar y elegir el conocimiento, el estudio de aquello que nos haga más conscientes, más libres.
Para ello se requiere esfuerzo y trabajo. El saber no llega llovido del cielo. Hay que prepararse bien en todos los aspectos, sobre todo en la vertiente moral que es lo más urgente, pero sin descuidar el estudio, el análisis que nos abra nuestro campo de visión y nos enriquezca, nos sirva para ampliar un horizonte lleno de posibilidades.
José M. Meseguer
2015 Amor, paz y caridad
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Quien no añade nada a sus conocimientos, los disminuye.
El Talmud
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