¿UN DIOS MENOR?

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Un Dios menor

Una de las grandes contradicciones de la mayoría de las religiones es adoctrinar a sus seguidores amenazando con penas eternas por errores, faltas o supuestos crímenes o pecados que tienen la repercusión de ofender al Dios en el que creen.

Es increíble que todavía hoy, en pleno siglo XXI existan personas que admitan la existencia de Dios y  al propio tiempo consideren que ésta entidad supuestamente amorosa, justa y misericordiosa, pueda condenarles eternamente.

La propia razón desmiente esta concepción propia de mentes no desarrolladas; pues, si como padres ninguno de nosotros castigaríamos a un hijo eternamente, suponer que Dios es capaz de hacer esto -y ser peor que nosotros- es decir muy poco de una divinidad superior al hombre.

Sin entrar a valorar la idoneidad de una u otras creencias; la razón y la fe deben procurar ir siempre unidas, poniendo en evidencia las concepciones que atentan contra el sentido común y la mínima coherencia. Si conceptuamos a Dios como un ser antropomórfico, dotado con los mismos defectos y limitaciones del ser humano todas estas cuestiones podrían tener cabida. No obstante esta concepción de la divinidad es totalmente errónea, falsa y evidentemente inconsistente, ya que hacer un Dios a imagen y semejanza del hombre es el mayor error cometido por multitud de religiones en el pasado.

«Dios, el chivo expiatorio más popular para nuestros pecados»

Mark Twain – Escritor norteamericano

Precisamente habría que despojar a Dios de esta concepción material e imperfecta, inherente a la condición humana, para sustituirla por otra más lógica, razonable y acorde con las evidencias que se hallan a nuestra disposición. Dios no puede ser en absoluto algo material, ha de ser espiritual en esencia, y tampoco puede ser igual al hombre; si acaso sería a la inversa: el hombre igual a Dios en cuanto a su esencia espiritual (alma) inmaterial.

Y tampoco podemos concebir una imagen de Dios imperfecto inferior al hombre, sino justo al contrario; dotado de todos los atributos de los que el hombre carece. Los primeros de ellos serían aquellos que hacen referencia a las dimensiones físicas. Dios es el creador del tiempo, del espacio, el universo, etc.. por lo tanto está fuera y muy por encima de estas dimensiones que afectan y condicionan la vida del hombre.

Esto en cuanto a cualidades físicas; pero que decir de aquellas otras cualidades psíquicas o espirituales. Si el ser supremo es la Mente que crea el Universo y la Materia, es también el que la ordena y la controla. Como decía el padre de la física cuántica Max Plankc: «detrás de la materia hemos de admitir la existencia de una mente superior…»

Esta Mente se ha revelado últimamente como la causa primera de la realidad de la materia, prueba de ello son los comportamientos de las partículas sub-atómicas, el universo holográfico y el orden implícito del que hablan Físicos como David Bhom, Gregg Bradden, Heissenberg, etc.

Todo esto no hace más que confirmar que Dios, permanentemente presente en su creación, está fuera de ella, y es la causa que dio origen al universo que conocemos en un momento determinado de la historia, -hace ahora 13.000 MM de años- con la Gran Explosión (Big Bang) que mediante un acto de su voluntad permitió la aparición de la fuerza de la gravedad, el electromagnetismo, la fuerza débil y fuerte del Universo.

A partir de aquí comienza el universo y las fuerzas que permiten su desarrollo y posterior evolución y transformación. Desde entonces hasta ahora todo es «expansión»; las galaxias, las estrellas, los planetas, las supernovas etc., aparecen, desaparecen se crean nuevas, otras se transforman, y así dan origen a la formación de la vida en los distintos mundos habitados.

Esta entidad poderosa, fuera de los límites del tiempo y del espacio, es desconocida para nosotros, imposible demostrar su existencia a través de la ciencia, pero al mismo tiempo muy cercana al hombre porque se manifiesta a través de su creación; y esta última no son sólo los universos o galaxias, sino principalmente el hombre; su última obra grandiosa al que le otorga libre albedrío, conciencia y capacidad para el progreso, la perfección y la plenitud.

A Dios se le conoce por sus efectos; su creación, pues es la causa primera de todas las cosas. Y aunque nuestra limitada capacidad humana lo pretenda, El no está al alcance de la comprensión humana en cuanto a su naturaleza. No obstante, una visión objetiva, rigurosa e imparcial del universo físico y espiritual que conocemos ofrece una perspectiva grandiosa: la perfección y armonía de las leyes que rigen los procesos del origen de la vida y del universo, la belleza de la naturaleza y sus procesos evolutivos, la justicia de sus normas para la evolución del espíritu, etc. En todo ello podemos ver a Dios, pues es espíritu y no materia.

«El Espíritu gobierna el Universo»

Anaxágoras – Filósofo S. V a.C.

Es en estos términos como debemos comprender que el Dios menor que a veces se nos presenta no es el Dios auténtico inferior al hombre, sino precisamente al contrario. Esta causa primera es a la vez la inteligencia suprema y abarca todos los atributos que podamos comprender, y otros muchos que apenas intuimos debido a nuestro escaso adelanto evolutivo. Es Eterno (sin principio ni fin), infinito, es omnisciente, omnipotente, inmutable, inmaterial, único, soberanamente justo y bueno.

Estos no son atributos de un Dios menor semejante o igual al hombre, sino las cualidades y capacidades que solamente pueden ser de su dominio. Nadie es capaz de tenerlas, por eso es único, nadie es capaz de comprenderlas, por eso no puede abarcarse, entenderse o llegar a el directamente. Hay que localizarlo principalmente en el lugar donde está impresa su esencia, aquello que es similar a EL. Este lugar es el alma humana; el interior de cada uno, donde, estamos hechos a su imagen y semejanza en cuanto al principio espiritual.

Es precisamente en el interior de nuestra conciencia dónde descubrimos al Dios grandioso, pues reside dentro de nosotros su esencia más excelsa, en forma de germen -como una semilla- donde se hallan los atributos de la divinidad por desarrollar; el amor, la paz, la libertad, la verdad y la perfección.

Todo está en nosotros desde el primer momento en que nuestra alma comienza a evolucionar. Pues el recorrido que hemos de realizar, ha sido proyectado por esta Grandiosidad Cósmica a fin de retornar a EL, por nuestros propios méritos, con nuestra propia individualidad, alcanzando la perfección, la plenitud de conciencia y el amor en su máxima expresión. Ejemplo de ello tenemos en el Maestro Jesús y otros, que han venido a la tierra como mensajeros de la divinidad para plasmar el amor y el camino a seguir a nuestras almas en la búsqueda de la verdad y el retorno definitivo al Supremo Hacedor.

«No hay ningún conflicto entre el Dios creador y lo que sabemos del universo.  Es perfectamente posible tener creencias religiosas y ser a la vez científico».

Peter Higgs – Premio Nobel de Física 2013 (Descubridor del Bosson de Higgs)

 

 ¿Un Dios menor? por: Redacción

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