TORMENTA EN EL ALMA

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Tormenta en el alma

La tormenta en el alma

Me levanté de la cama: apenas clareaba un nuevo día; descorrí las cortinas y una débil luz penetró por la ventana; la abrí de par en par y el fresco aire del mar me dio de lleno en la cara. ¡El mar!, esa inmensidad, con infinidad de tonalidades, abarcando toda la gama de los azules tornándose en verdes y cambiándose a grises, se extendía ante mis ojos. Como cada día, apoyada sobre el alféizar, contemplé su vastedad… Todo era quietud. Las aguas, como si una mano invisible las gobernara, se movían apacibles y rítmicas, creando suaves ondas dirigiéndose hacia la playa, en donde depositaban una blanca espuma semejante a una delicada puntilla, para retornar de nuevo a su creación… Y allá, en el horizonte, un punto entre rojo, naranja y amarillo, anunciaba la inminente aparición del astro mayor de nuestra galaxia, ¡el sol!, una estrella gigantesca que demarca el día y la noche, que calienta la Tierra, haciendo germinar todas las especies que propician la existencia del ser humano en el planeta.

¡Sí, allí estaba! La mano invisible que todo lo gobierna rasgó las aguas, dando salida a nuestra estrella diurna, que fue elevándose poco a poco hasta alcanzar su cénit, su plenitud… y en un momento, algo similar a un enorme vellón de lana gris, casi negro, se interpuso en su camino, extendiéndose como un manto denso sobre la Tierra, y con un ruido ensordecedor se desató una tormenta; como si todos los demás astros del universo, celosos del sol, le hubieran declarado la guerra…

¿Qué es lo que provoca en nuestra ánima ese estado emocional, a la vista de cualquier hecho o acontecimiento conocido y habitualmente contemplado, y que en ese instante se nos torna singular, extraordinario? Hemos aprendido que nada hay singular y extraordinario, que todo obedece a unas leyes naturales, y por lo tanto, cualquier fenómeno que modifica lo que conocemos debe servirnos para comprender que todo tiene sentido. Quizá hoy sea un día para reflexionar acerca de la existencia del ser humano en el planeta y el conocimiento de su propio universo interior.

¿Nuestro transitar por este mundo material y los fenómenos que en nosotros se producen son similares a los fenómenos de la naturaleza? ¿Acaso los astros son antagonistas entre sí? ¿Sufren de celos, envidia o rencores como nosotros? ¿Tratan de imponerse sobre los demás, impidiendo su ascensión o su natural declive? No, sin duda.

Todo ese universo está gobernado por la poderosa mano que lo creó, y en él todo es armonía y amor; y ese poderoso Creador, a través de los fenómenos cambiantes que contemplamos, quiere hacernos comprender que, para el hombre, nada hay estable sobre la Tierra: Que todo puede cambiar en tan solo un instante; que un día de sol radiante es similar a un periodo de bonanza, y un minuto después puede desaparecer ese bienestar; que todos sus hijos llevan dentro de sí un universo de soles, lunas y estrellas susceptibles de provocar en ellos estados de alteración; y en mayor número, auténticas tormentas emocionales dañando nuestro yo más profundo, según sea su influencia; o mejor, según nos dejemos influenciar, porque dentro de nosotros hay soles que pueden abrasarnos si no sabemos controlar su fuego; lunas que pueden negarnos su luz, haciendo eternas nuestras noches espirituales; y estrellas que quizá pretendan guiar nuestros pasos por senderos equivocados.

¿Todo nuestro universo está gobernado por leyes naturales? Eso sería como imputar a Dios todas las tormentas que se desatan en nuestro interior. ¿Acaso, cuando todo nos va mal, no decimos que Dios no existe? No; nuestro universo interior está gobernado por nosotros mismos, y son nuestros pensamientos los gobernantes, lo sabemos; sabemos que somos lo que pensamos y actuamos según sean nuestros pensamientos…

Así, pues, los fenómenos que obran dentro de nosotros son similares a los fenómenos que obran sobre la Tierra; pero estos, siendo naturales, son cambiantes y pasajeros, y los nuestros pueden hacerse crónicos y permanentes si no aprendemos a dominarnos…

Apoyada sobre el alféizar pude contemplar cómo la poderosa mano de Dios, y con su divina voluntad, rasgó aquel vellón gris que había oscurecido la Tierra; cesó la tormenta, y haciendo aparecer de nuevo el sol, pensé: «Sí; Dios, con su inconmensurable voluntad, gobierna soles, tormentas y bonanzas, siempre en beneficio de su propia creación y, sobre todo, en la más hermosa de sus obras: el ser humano. Sobre él depositó una parte de su sabiduría para ser, por sí mismo, el artífice de su propio destino; la capacidad para advertir la presencia de elementos provocadores de tormentas dentro de sí mismo; y la voluntad para evitarlas, modificando los pensamientos causantes de las tempestades que alteran nuestro espíritu.

Modificar los pensamientos: Ese debe ser nuestro objetivo, no permitir que nos gobiernen a su antojo; debemos ser, por tanto, gobernadores y no gobernados.

Tormenta en el alma por: Mª Luisa Escrich

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