SIN CONTROL NI AUTODOMINIO

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Sin control ni autodominio

LAS PASIONES

En la entrega del mes anterior, analizábamos la esclavitud a la que nos someten los vicios, y sobre todo cuando estos se convierten en obsesiones de la mente, creando auténticas larvas y parasitos emocionales y de conducta que nos amargan la vida, apegándonos a los más bajos instintos con tal de satisfacer las actitudes erróneas que nos quitan la libertad de elección, disminuyendo nuestra voluntad para cambiar y modificar lo que nos perjudica en otras conductas que nos beneficien.

Algo similar ocurre con las pasiones que se instalan en nuestra alma. Un análisis equivocado nos lleva con frecuencia a confundir pasión con entusiasmo. No son la misma cosa; la primera te arrastra y te domina, creando una pulsión interior que te lleva a cegar tu razón y discernimiento, llegando a confundir la mente y la emoción, hasta el punto de que  la pasión se convierte en el deseo central de nuestra alma, en el que gastamos nuestras energías con el fin de conseguir satisfacer el placer efímero que esas nos producen.

Mientras tanto, el entusiasmo por conseguir alguna cosa es una energía saludable que se instala en nuestro interior y nos impele a no cesar en el empeño de conseguir aquello que nos proponemos, pero sin caer en el engaño que nuestros sentidos nos producen cuando nos dejamos llevar ciegamente como con la pasión.

El entusiasmo está siempre bien acompañado de la razón y el discernimiento, siendo estas dos últimas cosas las que evitan que la consecución del objetivo que pretendemos se convierta en una obsesión a toda costa que no respete ni los derechos propios ni ajenos. Aquí no cabe el aforismo de que “el fin justifica los medios”.

Mientras que la pasión es una ceguera del alma que oscurece la mente y nubla el discernimiento, el entusiasmo bien dirigido hacia el bien se convierte en un poderoso instrumento de la voluntad para llevarnos a la consecución de metas que nos parecieron inalcanzables. Es entonces cuando ilumina nuestra alma al mostrarnos el camino de grandes realizaciones.

A veces un buen fin puede llegar a convertirse en un objetivo con tendencias pasionales que nos llegan a cegar. Un ejemplo de esto es el fanatismo, los prejuicios o incluso el exclusivismo de aquellos que se creen en posesión de la verdad, sea esta de tipo científico, religioso, político, social, espiritual o de cualquier naturaleza.

Cuando esto acontece, siempre es preciso reflexionar y pensar que, por mucho que estemos convencidos del objetivo a conseguir, la duda razonable no es mala; debemos contrastar con la razón, escuchando a los demás aquellos caminos pasionales que pueden llegar a cegarnos. Hasta tal punto que, una idea en principio noble o generosa, puede convertirse en algo contraproducente, equivocado o perjudicial si la llevamos al extremo de la irracionalidad saltándonos las leyes básicas de la vida, el respeto al semejante o las leyes de Dios.

Nada, ninguna idea hay tan importante que contravenga estos tres aspectos mencionados. Si observamos que la intención inicial era buena, pero el desarrollo posterior de la misma (llevados por la pasión) puede perjudicar o confundir a otros, es preciso pararse a reflexionar, abandonar la pasión que nos conduce irracionalmente al objetivo y que, como consecuencia de su falta de discernimiento, nos lleva al error más absoluto a pesar de la noble intención inicial.

Pongamos un ejemplo: a lo largo de la historia han existido grandes hombres que, llevados por intenciones nobles, ideales elevados o altruistas, han equivocado su camino cuando han adoptado posturas intransigentes, dogmáticas o fanáticas sacrificando el bien por aquellos ideales iniciales que creían venidos directamente de Dios o de sus enviados. En ese camino han ocasionado perjuicios enormes, sin que en su intención existiera la más mínima sospecha de que esto llegaría a ser así.

Por eso, siempre hemos de recurrir al corazón y la razón de forma constante; no debemos abandonar ninguno de los dos, escuchando a los demás y rectificando sobre la marcha si no es conveniente el camino al que la pasión nos conduce, aunque esta última sea un noble ideal que abrazamos en nuestra lucha inicial.

Rectificar es de sabios, y cuando con la mejor intención iniciamos el camino de un objetivo superior, hemos de vigilar constantemente que nuestros defectos nos cieguen y lleven a convertir en pasión desordenada alguna iniciativa que puede convertirse en algo completamente diferente a lo que pretendíamos inicialmente. En este punto el discernimiento es importantísimo, pues es la capacidad de hacernos distinguir el bien del mal bajo criterios de escrupulosa objetividad. Esto no es otra cosa que la expresión de una conciencia despierta.

Las pasiones tienen también un efecto contagioso en aquellos que se encuentran a nuestro alrededor si les contagiamos de las mismas. A veces nos llevan y nos arrastran las circunstancias; otras, aquellos a los que convencimos de nuestro proyecto y que ponen mucho más entusiasmo que nosotros mismos. Si las consecuencias son perjudiciales, debemos saber que nuestra responsabilidad es importante y deberemos dar cuenta de ello.

La falta de control a las que las pasiones (no sólo las degradantes) nos inducen, hace más necesario que nunca la vigilancia permanente y la oración constante, a fin de poder rectificar a tiempo o recibir la ayuda necesaria que nos ilumine la mente con el fin de que nuestras nobles intenciones no se conviertan en hechos deplorables que nos lleven a una situación espiritual totalmente contraria a la que buscamos inicialmente.

La ceguera de las pasiones materiales es bien conocida; aspectos como el ansia de poder, la lujuria, los apetitos desordenados, la concupiscencia, la gula, etc.. son algunas pasiones que todo el mundo conoce y que son objeto del la caída y el retraso evolutivo de millones de espíritus encarnados en la tierra.

Sólo cuando, con voluntad y esfuerzo, se sale de esta espiral de graves consecuencias para el alma, se está en condiciones de tomar control definitivamente de nuestra vida, utilizando la razón, ampliando el discernimiento sobre la realidad que nos rodea y aplicando el corazón y el conocimiento de las leyes de la vida para evitar la ceguera del alma que suponen todas las pasiones desordenadas que dominan al hombre.

Sin control ni autodominio por: Benet de Canfield

©2023, Amor, Paz y Caridad

Psicografiado por Antonio Lledó

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