Cartas de Tomás de Kempis:
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“El hombre devoto primero ordena dentro de sí las obras que debe hacer fuera.
Y ellas no le llevan a deseos de inclinación viciosa, si las trae al albedrío de la recta razón.
¿Quién tiene mayor combate que el que se esfuerza a vencer a sí mismo?
Y ese debe ser nuestro negocio, querer vencerse a sí mismo y cada día, hacerse más fuerte y aprovechar a mejorarse.
Verdaderamente es grande el que tiene grande Caridad.
Verdaderamente es grande el que se tiene por pequeño.
Verdaderamente es prudente el que tiene todo terreno por estiércol, para ganar el Amor de Cristo.
Verdaderamente es sabio aquel que hace la voluntad de Dios y deja la suya aparte”.
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He reflexionado acerca de lo que nos dice Tomás de Kempis: en general, y aun cuando nuestras intenciones sean buenas, nos afanamos en querer hacer a los demás lo que debemos empezar por hacerlo en nosotros, utilizando una metáfora:
“Ordenar primero nuestra casa, antes de intentar ordenar casas ajenas”.
No podemos dar si no tenemos nada que dar, y para tener, primero hay que adquirirlo; y como también dice Tomás, hay que hacerlo al albedrío de la justa razón.
Realmente no hay mayor combate que el vencerse a sí mismo; despojarnos del orgullo y demostrarlo para poder decir a los demás: “No hay que ser orgulloso”. Así con todos y cada uno de los defectos que tenemos: la incomprensión, la vanidad, la intolerancia…
¡Es grande quien tiene grande caridad! Cierto, pero la Caridad traída a la justa razón, la que podemos hacer sin que se note; aquella que pasa inadvertida; la que puede proporcionar consuelo y paz a un alma atribulada; la que recibimos a través de una palabra amable o una sonrisa o mirada dulces; la Caridad a través del Amor, que es lo único para ganarse el Amor de Cristo, y que son incompatibles con nuestros defectos, los cuales son el estiércol del espíritu. Así, pues, es preciso limpiarse antes a uno mismo para ayudar en la limpieza ajena.
Hay mucho por hacer en todos los aspectos de esta vida hasta alcanzar una cierta sabiduría en este planeta imperfecto, pero es un buen comienzo si reconocemos que somos criaturas sin voluntad propia; que poseemos libre albedrío para actuar, pero que nuestra voluntad está sometida a la voluntad de Dios. Lo decía Jesús: “Yo no hago mi voluntad, más la de mi Padre que está en los Cielos”.
Demos las gracias al hermano Tomás Kempis por las enseñanzas que nos permiten reflexionar para nuestro mejoramiento y adelanto.
Cartas de Tomás de Kempis por: Mª Luisa Escrich
(Guardamar, julio de 2016)