OBEDIENCIA

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¿Es la obediencia una virtud vigente en nuestros días? Es probable que haya quien piense que no, puesto que en la actualidad se lucha y se defiende por la propia auto- realización, por la personalidad del “ser uno mismo”, hoy en día todos tienen su opinión personal acerca de casi todas las cosas, su forma de enfocar los asuntos, su modo de llevar las cosas a la práctica, sus deseos que realizar, que en general están por encima de todo lo demás.

¿Son obedientes los hijos hacia los padres? ¿Y los jóvenes hacia los adultos? Digo obediencia y quiero delimitar dentro de este planteamiento el respeto y la consideración, sin los cuales es evidente que poca obediencia puede existir. ¿Son obedientes los alumnos hacia sus maestros o profesores? De pequeños vivimos la etapa en la que más se nos exige ser obedientes, por eso centro mis primeras reflexiones en ese ámbito. Pero también de adultos debemos ser obedientes, por ejemplo muchos padres todavía nos dictan sus consejos, quizás comparando nuestras vidas con el modelo de vida que ellos vivieron, pero a mi juicio lo más importante es que el cariño de los padres cambia poco, sigue siendo cariño y eso es en lo que hemos de fijarnos cuando recibimos consejos y opiniones de nuestros padres, los cuales saben más de la vida que nosotros y por norma general poco daño pueden hacernos sus consejos, al contrario mucho bien si los sabemos asimilar y extraer su enseñanza.

También hemos de ser respetuosos y obedientes con nuestros superiores a nivel profesional, simplemente si alguna persona mayor que nosotros nos pide algo, siempre con la debida educación, también deberíamos tener la capacidad para satisfacerles, debemos obediencia asimismo a un sinfín de reglas sociales, normas de conducta aceptadas aunque no estén escritas en ningún papel, obediencia a las leyes y, para finalizar y no hacer más extenso este artículo, obediencia a los dictados de nuestra conciencia.

Sin embargo, podemos apreciar que esta faceta de la obediencia, tanto hacia las personas, como hacia las leyes, a las conductas o normas establecidas, es algo que por regla general nos viene muy cuesta arriba, normalmente somos obedientes respondiendo positivamente a aquello que nos indican, o realizando algo que se espera de nosotros, cuando posteriormente vamos a recibir algo a cambio. Si no es por eso obedecemos pero a regañadientes y porque no podemos librarnos de ninguna manera. En definitiva no nos gusta que nadie nos dé órdenes, ni siquiera consejos o sugerencias. No nos gusta ser subordinados de nadie, si lo somos es por dinero o por cualquier otro género de egoísmo.

Obedecer significa responder a la voluntad de otro y esto entraña una falta de independencia de nuestro ser, esta es la razón de que por dentro nos rebelemos y no queramos vernos sujetos a la voluntad de nadie. No obstante, en el terreno espiritual la obediencia tiene otras facetas que no tienen nada que ver con esta definición que responde a un apartado material del tema.

En el terreno espiritual mandar, ejercer dominio sobre los demás es un aspecto que entraña una gran responsabilidad. No es una situación que se presente habitualmente, dado que el respeto a la libre voluntad de cada cual es primordial la ley del libre albedrío hace a cada persona dueña de su vida y puede hacer lo que desee de ella, a sabiendas de que somos a posteriori responsables de nuestros actos. El papel de los padres en relación a los hijos no está fijado en la obediencia absoluta de los hijos a los padres, sino que son los padres los que han de ser fieles a sus principios enseñando con su ejemplo la forma de actuar a los hijos, los cuales aprenden y van aceptando la autoridad de los padres por su autenticidad, los padres son el modelo para los hijos, si este modelo es fiel a sí mismo, es a su vez dado con el amor y la delicadeza que los hijos requieren. Los hijos por correspondencia natural se convierten en obedientes de las conductas de los padres, no de las ordenes y mandatos que son situaciones que se producen a falta del verdadero ejemplo y disciplina de los padres, profesores, educadores o ambientes que elijamos.

Para ser obediente hace falta primero ser respetuoso y considerado, es decir tener la educación básica que nos lleva a ser desprendidos y generosos, actuar sin pereza a la hora de hacer caso de algo o a alguien. Esto es lo que hay que trabajar en los niños y en las personas sobre las cuales tenemos cualquier tipo de ascendencia. Porque obedecer ha de ser un acto libre y voluntario, un acto llevado a cabo de buena gana, con responsabilidad y cariño, no un acto de sumisión impuesta de la que no podemos evadirnos.

Se es obediente cuando se comprende el porqué de las cosas, cuando se sabe valorar lo que se tiene. Por ejemplo, si se es consciente de todo lo que nos quieren nuestros padres, de todo lo que han hecho por nosotros, los hijos es de lógica que sean dóciles y no les cueste el entenderse entre ambos, es algo que los hijos aceptan de buen grado ya que no consideran extraño que puedan recibir por parte de sus progenitores toda clase de orientaciones y consejos, no como órdenes, sino como resultado del conocimiento y experiencia que tienen.

Luego lo principal, es comprender que los adultos en primer lugar, educadores, padres, etc…, todos deben obediencia a multitud de aspectos, el médico, el abogado, el juez, el policía, todos por completo, es así como puede funcionar la sociedad de este mundo, a base de respeto hacia las reglas y con una conducta ejemplar cada cual en su cometido, hasta llegar a los planos más bajos en donde los jóvenes y niños aprenden de lo que observan, y se rebelan si se les imponen unas normas y obediencia por doquier cuando a su alrededor aprecian que viven en un mundo de mentira e hipocresía.

Así podemos comprender cuanto de positivo entraña la obediencia, que abarca a todos y a todo, no hay excepciones. No digamos si hablamos de la moral que Moisés con los “Diez Mandamientos» nos legó y que la tenemos tan olvidada. Ser obediente es estar abierto a todo, tratando de aprender sin cesar, procurar ser amable, aceptar sugerencias. Quien no es capaz de cambiar su conducta moldeándola para mejor como fruto de sus vivencias, demuestra que no se conoce en absoluto, y que no tiene aprecio hacia las personas o cuando menos las aprecia pero menos que a sí mismo, que sólo es un montón de orgullo y prepotencia.

Ser obediente implica también saber escuchar razonando lo que se nos dice, antes que dejar que nuestro yo inferior se nos imponga y nos haga responder con una negativa, escuchemos a todos aquellos con quienes nos relacionamos, escuchemos con predisposición y comprenderemos que poco cuesta ser complacientes, actuar con generosidad y dar nuestro brazo a torcer, entonces se crea una corriente de simpatía entre las personas a las que nada les cuesta tratarse con ese respeto, esa delicadeza y actuar el uno sobre los gustos que posee el otro, sin que haga falta que se lo pida.

Fermín Hernández Hérnandez

© Amor, paz y caridad

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