No temamos a la muerte
“El sufrimiento que acompaña a la muerte, está subordinado a la fuerza de adherencia que une el cuerpo y el periespíritu”
A. Kardec C.I.J.D., Cap. 1, 2ª Parte
El miedo es considerado la primera emoción del ser humano desde que comenzó su andadura evolutiva. Existen muchos tipos de miedo, pero no hay ninguno tan universal y tan fuerte como “el miedo a la muerte”. Sin duda, ello procede de la ignorancia y el desconocimiento que existe al respecto de lo que sucede en el proceso y de si existe algo después de la misma.
La falta de respuestas, lógicas y coherentes, de la ciencia y de la religión al respecto del proceso de separación del alma del cuerpo y de las percepciones o sensaciones que tiene el ser humano en esos instantes, agravan el problema y aumentan el temor. E incluso nadie nos informa de las impresiones que se sienten, de si hay dolor o sufrimiento, goce o dicha, etc…
También entre las personas creyentes en la vida de ultratumba existe temor a la muerte, pues aunque algunas de ellas no temen morir, sin embargo recelan, dudan y temen el proceso de separación del alma del cuerpo al ignorar en qué condiciones se produce, cómo afecta al cuerpo físico y a la propia alma que se desprende, qué tiempo es necesario para la total separación y la liberación del espíritu inmortal de los despojos carnales, etc…
Así pues, este temor puede convertirse en pánico en algunas personas, generando graves tormentos y perturbaciones mentales que a la larga amargan la vida y suponen un verdadero obstáculo para vivir la vida con alegría y satisfacción.
En todo ello tienen mucho que ver las creencias asumidas, la educación recibida, la religión en la que cada cual se posiciona, el ateísmo confeso, el agnosticismo real. Nada de esto impide el miedo a la muerte, y en cada uno de estos grupos la mayoría de las personas padecen este temor.
Unos, por el equivocado concepto de un infierno eterno que no existe y al que temen llegar. Otros, por no creer en nada y albergar la duda respecto a su propia creencia, suponiendo que si se equivocan habrán perdido lamentablemente la existencia. También existen aquellos que albergan una gran incertidumbre sobre qué les sucederá cuando el cuerpo pierda la vida: la nada, la desaparición definitiva, la inutilidad de su obra en la Tierra, la pérdida completa de su memoria, etc.
Algunos, porque a pesar de no aceptar la vida en el más allá, cuando ven acercarse el momento, su conciencia culpable les reprocha los errores cometidos y no son capaces de escapar a la angustia que les supone no tener la certeza de que no pagarán por ello. Y por último, existen otros que, autoconvenciéndose de que nada les espera y que la muerte es el final de todo, temen sin embargo el sufrimiento que pueda acontecerles hasta la definitiva extinción orgánica.
“El estado moral del alma es la causa principal que influye sobre la mayor o menor facilidad de la separación. La afinidad entre cuerpo y periespíritu está en razón del apego del espíritu a la materia”.
A. Kardec C.I.J.D, Cap 1
Es importante destacar que el alma, a la hora de desprenderse del cuerpo, realiza un proceso que viene condicionado por el grado de adelanto moral de la misma. Aquello que ni la ciencia ni la religión son capaces de responder, la filosofía espírita de Allán Kardec, analizando y estudiando las leyes que rigen las relaciones del espíritu y la materia, lo explica de forma meridiana, con estricta equidad y claridad, ofreciendo así las claves de la separación del alma y del cuerpo de forma tranquila y sosegada, esclareciendo el grado de sufrimiento que acontece para el alma en función de cada caso y evidenciando igualmente que en aquellas almas desmaterializadas y espiritualizadas, el tránsito es tranquilo, sin sufrimiento alguno, con total y absoluta serenidad al haberse desprendido los lazos que unen el periespíritu con el cuerpo físico mucho antes de que acontezca el óbito.
En aquellas personas que, llevando una vida honrada y acorde con las leyes de Dios se presentan ante el fenómeno de la muerte, esta acontece sin dolor alguno. Es similar a un sueño del que despertamos poco a poco, en unas horas, y vamos recobrando paulatinamente la conciencia a medida que ingresamos en esa dimensión espiritual de la que procedemos y a la que todos regresamos.
Conforme vamos despertando nos vemos rodeados de aquellos seres queridos que nos precedieron en la Tierra y que con todo su amor y luz nos rodean, nos acogen y nos guían, protegiéndonos y ayudándonos a una integración con la auténtica vida del espíritu, aquella que se experimenta en el plano espiritual del que procedemos.
Como vemos, lejos de tener miedo a la muerte, el espiritismo nos ayuda a comprender lo que nadie hace, qué ocurre con nosotros, cómo se produce el proceso, qué grado de dolor o sufrimiento experimentamos o qué felicidad y dicha encontramos tan pronto cruzamos ese umbral entre la tumba y la vida inmortal del alma. De esta forma el miedo a la muerte desaparece, y la angustia por la incertidumbre de lo que nos espera se aclara de tal manera que nunca más vuelve a condicionar nuestra vida con este temor.
Al propio tiempo nos indica la regla para enfrentar la muerte en las mejores condiciones: mejorar moralmente cada día para estar preparados cuando se presente, ya que con el esfuerzo por espiritualizarnos, los apegos materiales se diluyen, los apetitos y anhelos que el mundo ofrece pasan a no tener importancia, generando en nosotros el estado espiritual adecuado que permite, poco a poco y sin apenas darnos cuenta, debilitar los lazos de unión y las moléculas de contacto entre el cuerpo físico y el periespíritu.
De tal forma que cuando llega el momento del fallecimiento estos lazos son tan débiles que el desprendimiento es sencillo, suave, sin traumas, sin turbulencia alguna, realizando así un tránsito tranquilo donde abandonamos sin apenas darnos cuenta el traje físico que hemos vestido durante nuestros años en la Tierra para reincorporarnos al mundo espiritual con nuestro traje periespiritual pleno de luz. En ese proceso el alma experimenta paz y sosiego, tranquilidad y amparo, protección y ayuda espiritual de aquellos que vienen a ayudarla y a recogerla, y que con frecuencia son aquellos familiares y espíritus amigos a los que tanto amó cuando estuvo en la Tierra.
La liberación del alma del cuerpo, cuando la primera cumple sus compromisos espirituales, supone una gran alegría, pues abandona la cárcel de las moléculas físicas y puede volar alto con su pensamiento y vislumbrar y vivir las experiencias extraordinarias que su nuevo estado le permite, además de sentir la paz, la conciencia tranquila y la felicidad del deber cumplido.
No temamos a la muerte por: Redacción
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“La turbación del alma al morir es un estado normal de duración indeterminada, varía de algunas horas a algunos años. A medida que esta se disipa se asemeja al hombre que sale de un sueño profundo, las ideas son confusas, vagas, inciertas, se ve como a través de una niebla y poco a poco la vista se aclara, la memoria vuelve y el alma se reconoce. Pero el despertar es diferente en cada individuo, en unos tranquilo y con una sensación deliciosa, en otros está lleno de ansiedad y terror, produciendo el efecto de una pesadilla”.