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(*) “El obrero de la última hora tiene derecho al salario, pero es menester que su voluntad haya estado a disposición del señor que debía emplearlo, y que este retraso no sea fruto de su pereza o de su mala voluntad. Tiene derecho al salario, porque desde el alba, esperaba impacientemente a que, al fin, lo llamarían al trabajo; era trabajador, sólo le faltaba trabajo.”
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La parábola del obrero de la última hora posee toda la vigencia hoy en día. Es el cambio, el paso definitivo a través de las buenas obras, es un cambio de actitud frente a la vida, de percepción sobre las personas, viéndolas como verdaderos hermanos en proceso de evolución, formando parte de un mismo rebaño que algún día abra de reunirlos a todos en torno al ideal superior propuesto por el Maestro Jesús.
La convocatoria no es nueva, se ha ido sucediendo a través de los siglos. Muchos la rechazaron en otras épocas, otros aprovecharon la llamada para transformar sus vidas, cambiar su paisaje interior, a través de la renovación de sus principios fundamentales, anteponiendo los valores espirituales sobre los materiales. En un esfuerzo continuo de ascensión y caídas, de luchas, de trabajo interior por superar sus malas inclinaciones, aceptando las pruebas y las vicisitudes de la vida como peaje necesario para el rescate de las deudas del pasado y como aprendizaje de capacitación para otras realizaciones más nobles, más elevadas.
Por tanto, el pasado y el presente se funden, se entrelazan. La evolución a través de las distintas encarnaciones nos traslada a un escenario, este, el que nos ha tocado vivir actualmente. Vivimos el final de un ciclo, es la noche que precede a la nueva aurora. El dueño de la viña continúa buscando obreros para las tareas finales. Sigue convocando a aquellos que lo rechazaron o no lo quisieron ver en el pasado, en anteriores convocatorias. Empero, espíritus muy preparados, trabajadores del ayer retornan a la materia física para continuar su trabajo, aunque la sociedad no sea capaz de identificarlos todavía. A ellos se unen otros trabajadores también que proceden de otras viñas, de otros mundos más evolucionados que vienen a trabajar, a colaborar, convocados por el mismo dueño.
A simple vista, la percepción que nos puede llegar es que dichos trabajadores pueden estar pasivos pero, como concluye el párrafo de cabecera: “…Era trabajador, sólo le faltaba trabajo.” Lo cual significa que muchos de ellos, sobre todo jóvenes, aguardan su oportunidad. Viven lo que la sociedad les transmite, aunque en muchas ocasiones no se identifiquen con aquello que les ofrece. Otros discretamente aguardan, porque no les gusta lo que ven en su entorno, un materialismo que no les atrae; es como una espera, no se sabe muy bien a qué. Sin embargo, algunos canalizan sus inquietudes, su bagaje espiritual en actuaciones sociales, en trabajos anónimos, sin notoriedad social, ofreciendo sus buenas cualidades a la sociedad, aunque su preparación en realidad esté diseñada para tareas mucho más trascendentales, de mucha más envergadura. Son también los considerados niños y jóvenes Índigo y Cristal, de lo que tanto se habla hoy día, se caracterizan por una sensibilidad y una inteligencia fuera de lo común.
Tanto los ya preparados como los rezagados, aquellos que han despertado a través de nobles filosofías, como pueda ser la doctrina espirita, tienen derecho a un salario justo, que no se puede medir desde la óptica de una sola vida puesto que desconocemos el pasado. El premio será el adecuado a los merecimientos de cada quien. Por lo tanto, no nos podemos dejar engañar creyendo en una superioridad espiritual de aquellos que, por ejemplo, poseen hermosas facultades mediúmnicas, o de aquellos que imparten conferencias o escriben artículos o libros. Todo ello tiene su valor, pero otros que quizás no forman parte de dichos círculos, pueden traer, como comentábamos anteriormente, el trabajo hecho del pasado. Ellos aprovecharon en su día las oportunidades que les proporcionaron y los trabajadores actuales quizás no. “… ¡pero cuantos siglos hace desde que el Señor os llamó a su viña sin que hayáis querido entrar en ella!..”
Los obreros de la primera hora fueron aquellos avatares como Moisés, Buda, Juan el Bautista, Jesús, etc., que vinieron a sembrar en un terreno todavía improductivo, no obstante, dejaron su huella. Con el paso de los siglos otros sabios y filósofos continuaron sembrando y el ser humano se fue aprovechando de su trabajo. Los últimos en llegar fueron los espiritas con su doctrina renovadora, el Consolador prometido por Jesús, enriquecido por nuevas ideas que aclaraban lo que había quedado incompleto u obscuro. Es la solidaridad de un trabajo de crecimiento constante, en consonancia a la evolución del pensamiento humano y su capacitación para nuevas adquisiciones.
A veces, son esos mismos espíritus notables que iniciaron su trabajo en el pasado y vienen ahora a concluirlo. Es la solidaridad universal, el aprovechamiento del esfuerzo humano de todas las épocas por el progreso en todos los ámbitos, en una línea siempre ascendente.
Otros, no obstante, y siguiendo con la parábola del Maestro se hacen la siguiente reflexión: (*) “Tengamos paciencia, el reposo me es agradable; cuando suene la última hora, será tiempo de pensar en el salario de la jornada: ¿por qué tengo necesidad de molestarme por un patrón que no conozco, a quien no quiero? Cuanto más tarde, será mejor…”
Muchas veces, cuando se trata el tema del Cambio de Ciclo, la Transición Planetaria, o el Final de los Tiempos, se topan con un debate sobre fechas y tiempos, sobre todo a nivel global, de toda la humanidad. Preguntas como ¿Cuánto tiempo puede quedar para el cambio? ¿Será traumático? ¿Afectará a toda la humanidad? ¿Quiénes se salvaran?, etc., se prestan a numerosas especulaciones.
En este punto es donde debemos tener en cuenta los comentarios del párrafo anterior, es decir, aquellos que no tienen prisa, que relativizan y hacen caso omiso a las frecuentes llamadas. ¡No es un problema de tiempo sino de predisposición al trabajo, de fuerza de voluntad! Cuando nos hablan de alcanzar un nivel moral y espiritual para poder formar parte de esa nueva humanidad anunciada desde hace siglos y refrendada por distintas fuentes espirituales y religiosas, requiere de un tiempo de preparación, de plasmar unos resultados producto de un esfuerzo moral. Para ello se requiere tiempo para dominar las malas inclinaciones. Si ese proceso de preparación no se afronta con determinación, ocurrirá lo que concluye el mensaje en boca del patrón: (*) “…no tengo trabajo para ti por ahora, tú has malgastado el tiempo; has olvidado lo que has aprendido; ya no sabes trabajar en mi viña. Empieza otra vez a aprender, y cuando estés mejor dispuesto, vendrás a mí y te abriré mi vasto campo y podrás trabajar en él todas las horas del día.”
Pero ese trabajo de re-aprendizaje se tendrá que efectuar en un mundo inferior, en otras condiciones no tan ventajosas, hasta alcanzar el mérito que le permitirá retornar al mundo de donde procede.
Como podemos comprobar, el mensaje del Maestro pervive con toda intensidad. Su contenido, a través de aquellas parábolas sencillas, contienen las claves del proceso en el que estamos incursos hoy día.
Oportunidades no nos van a faltar, no obstante el tiempo se agota, porque la vida pasa muy deprisa, es un instante en la evolución pese a que nuestra percepción pueda ser otra. Las sugestiones de la materia y el materialismo que impera actualmente entorpecen la llamada, ese reclamo del Gran Patrón para trabajar en su basto campo ¡No lo desaprovechemos más porque mañana puede ser tarde!
José Manuel Meseguer
©2016, Amor Paz y caridad
(*) El Evangelio según el Espiritismo; Capítulo XX. Instrucciones de los espíritus; Los últimos serán los primeros.- 2