Por: Amelina Correa Ramón
[Publicado en Archivo Hispalense (Sevilla, Diputación de Sevilla), Tomo LXXXIII, nº 254, septiembre-diciembre de 2000, pp. 75-102.][/infobox]
En recuerdo de Amalia Domingo Soler al cumplirse hoy 105 años de su desencarnación.
Amalia Domingo Soler, considerada aún hoy en día una autoridad en los círculos espiritistas internacionales, pero desconocida mayormente por nuestra historia literaria, nació en Sevilla el día 10 de noviembre de 1835.
Hija del matrimonio formado por Juan Domingo y Manuela Soler y Pinto, sería bautizada en la sevillana Iglesia de San Roque, templo parroquial de un barrio situado extramuros del casco antiguo de la capital hispalense, entre las antiguas puertas de Osario y Carmona.
El padre de la futura escritora abandonó a su mujer e hija cuando ésta era todavía una niña -según algunas fuentes-, o falleció -según otras-, por lo que ambas, en cualquier caso, se vieron obligadas a trabajar duramente para poder mantenerse.
Durante su infancia y juventud Amalia Domingo atravesó por muchas penalidades, incluyendo una salud frágil y un grave problema de visión que sufrió a los pocos días de su nacimiento y que la dejó casi invidente, hasta que un modesto farmacéutico acertó allí donde la medicina había fracasado. Así lo relatará tiempo después el prologuista del libro Sus más hermosos escritos, publicado por un centro espiritista argentino como homenaje a la autora:
Pero la pobre Amalia no pudo resistir el llameante fulgor del sol del cielo sevillano; y ocho días después de su aparición carnal, quedó ciega por el deslumbramiento solar. ¡Ciega…! Desde entonces comenzó su vía-crucis, que siguió hasta el término de su existencia terrenal, con pocos intervalos de paz y de fugaces alegrías.
Volvió a ver por sus ojos materiales, que, según dice Benavente, son nuestras claraboyas de carne; pero siempre sufrió de la vista, y era una de tantas dolencias que le amargaban la vida.
Pobre de solemnidad, enclenque, raquítica, encorvada, semi-ciega, huérfana y abandonada a su suerte, no pudo ser mayor su infortunio; y, sin embargo, su grandeza de alma, su férrea voluntad, su fecundo talento, sobreponíanse a sus dolores; superábase a sí misma…
Su madre se aplicó a la tarea de enseñarle a leer desde los dos años, de tal modo que a los cinco ya leía correctamente, dedicando metódicamente todos los días un mínimo de dos horas a este fin. El interés que sintió siempre por la literatura provenía, pues, de su temprana infancia, como ella misma declararía: “Desde niña atraían poderosamente mi atención las grandes librerías, y entraba en ellas con religioso respeto”. Precocidad que la acompañó también en su faceta creativa, pues sus primeros poemas fueron escritos a la edad de diez años, dándose por primera vez a conocer a los dieciocho. Cinco años más tarde, a comienzos de 1858, aparecen en la revista sevillana Museo Literario sus composiciones “Fantasía, ilusión y desengaño” y “Al Carnaval”.
Si bien físicamente fue de constitución débil, ya desde muy temprana edad demostró un carácter fuerte y decidido, denunciando abiertamente las injusticias sociales. Según ella misma relataría muchos años después -en un artículo publicado en 1874-, a los quince años tuvo un encuentro en la catedral de Sevilla con un Deán, que la recriminó por manifestar en voz alta su opinión acerca del atesoramiento de riquezas por parte de la Iglesia Católica:
Cuántos desgraciados morirán de hambre y de sed dejando a sus hijos sin más patrimonio que la miseria y el abandono, en tanto que estas riquezas improductivas a nadie le sirven para nada; con el valor de una sola de estas piedras preciosas serían felices algunas familias.
Esto lo decía yo, cuando sólo contaba 15 años, y recuerdo que un Deán de la catedral de Sevilla, al escuchar mis palabras, me miraba de hito en hito y murmuraba: “Esta muchacha desciende de herejes”.
El día 14 de junio de 1860 Amalia Domingo Soler sufre la pérdida de su madre, que fallece como consecuencia de una gastroenteritis crónica a los cincuenta y ocho años de edad. En esas fechas ambas residían en el número 19 de la calle de la Raveta, en la cercanía de la mucho más céntrica parroquia de la Magdalena, donde será oficiado el funeral.
Tras el fallecimiento de su madre, a la que se sentía profundamente unida como demuestra el recuerdo que le dedica en poemas y artículos, Amalia Domingo recibió una ayuda inicial por parte de algunos familiares. Las amigas de su madre, preocupadas por su desamparo, le ofrecieron las que solían ser soluciones habituales para las mujeres solteras y sin recursos en la época: entrar en un convento o contraer matrimonio de conveniencia. Ambas fueron rechazadas por la autora, que, invitada por una amiga de la infancia, se trasladó durante un tiempo a las Islas Canarias, probablemente a Tenerife, en la primera mitad de la década de los sesenta del siglo XIX. En la isla debió de vivir por espacio de tres años, puesto que tiempo después, en su artículo “Una tumba con antifaz”, describe la vuelta a su ciudad natal y la visita a la sepultura materna con las siguientes palabras: Tres años estuve lejos de mi suelo natal: cuando volví, lo primero que hice fue visitar la tumba de mi madre y dejar sobre ella las hojas de plátano, que había recogido en lejanas playas con tan piadoso objeto.
Parece ser que después de la muerte de su madre, Amalia se dedicó nuevamente a la costura como único medio posible de subsistencia. Pero, pensando que tanto sus obras literarias como la confección de prendas serían mejor retribuidas en Madrid, decidió trasladarse allí, iniciando al poco de llegar su colaboración con la revista Álbum de las familias, en la que publicará varios artículos de temática bastante convencional entre mayo y julio del año 1866. Se trata de “Las niñas y las flores”, “Impresiones. En la exposición de objetos del Pacífico”, “A la memoria de mi madre”, dos textos sin título que comienzan “Adiós hermosas noches…” y “Tengo un miedo terrible…” y “Al señor D. A. Capo en la inauguración de su Academia Dramática”. El dedicado a su madre, en concreto, se inicia con el verso “Seis años ha que duermes en la tumba”, lo que concuerda perfectamente con la fecha registrada de su fallecimiento.
En la misma línea no rupturista con la tradición de sus colaboraciones en Álbum de las familias se encuentran los textos publicados un año más tarde en la revista jienense El Cero: “Una historia de amor” y “En el álbum de Estefanía”, así como el titulado “Una idea”, que publicó en 1873 en la revista madrileña El Amigo de las damas. Además, habría que mencionar su libro Un ramo de amapolas y una lluvia de perlas, o sea, un milagro de la Virgen de la Misericordia (1868), tan alejado ideológicamente de las obras que harán posteriormente conocido el nombre de la autora.
La continua dedicación al ejercicio profesional de la costura, en una persona que, como ella, ya había tenido graves problemas con los ojos a causa de la debilidad de sus retinas, hizo que su vista se resintiera hasta el punto de que varios oculistas la advirtieron de que quedaría completamente ciega si continuaba dedicándose a las labores de la aguja. Desesperada, recorre innumerables consultas de médicos y atraviesa por una etapa de crisis personal en la que incluso llega a pensar en el suicidio, hasta que, gracias a una amiga, entra en contacto con el Dr. Hysern, oculista homeópata, que le aconseja mantener un reposo absoluto para sus ojos enfermos. Sin medios económicos alternativos, se verá obligada a recurrir poco menos que a la caridad a través de una sociedad filantrópica.
Será en esos momentos, hacia comienzos de la década de los setenta del siglo XIX, cuando la escritora entre en contacto con la Sociedad Espiritista Española, que publicaba la revista El Criterio. Esta revista explicaba el perfeccionamiento del espíritu humano a través de las sucesivas reencarnaciones y la comprensión de las faltas cometidas en vidas pasadas mediante la expiación en la existencia presente. Amalia Domingo Soler, que había buscado la verdad en diversas confesiones religiosas, queda absolutamente fascinada por las doctrinas espiritistas y considera que el espiritismo responde a todas las cuestiones trascendentales para las que ha buscado solución hasta ese momento.
En esa situación, la escritora vivirá una experiencia cuanto menos extraña que cambiará su vida, según ella misma relata:
Una mañana, estando en mi casa, sentí de pronto en la cabeza una sensación dolorosa y extraña; me pareció que toda ella se había llenado de nieve: tal frío experimenté en las sienes. Después me pareció escuchar voces confusas: presté atento oído y creí oír esta breve palabra:
-¡Luz!… ¡Luz!…
-¡Luz quieren mi alma y mis ojos! -grité, sobrecogida por una impresión inexplicable. -¡Luz necesito, Dios mío!…
Y sin saber por qué, lloré; pero no lloré con amargo desconsuelo, muy al contrario, aquel llanto parecía que me daba la vida.
Sin darme cuenta de lo que hacía, me miré al espejo y lancé una exclamación de júbilo y de asombro indescriptible, al ver que mis ojos estaban perfectamente abiertos, como hacía muchísimo tiempo que no me los había visto, puesto que siempre tenía los párpados tan caídos que parecía imposible que pudiera ver lo poco que veía.
-¿Habrá llegado la hora de recobrar mi libertad? -pregunté en alta voz (como si alguien pudiera contestarme).
-Sí -murmuró una voz muy lejana.
A partir de ahí comienza lo que ella considerará una nueva vida, asumiendo su carencia visual como una probable consecuencia de su pasado en otra existencia.
Presa de una gran alegría, Amalia Domingo escribe un poema que es rápidamente enviado a El Criterio. El director de esta revista le envía una carta de agradecimiento junto con un ejemplar de su libro Preliminares al estudio del espiritismo (1872). Se trataba del reconocido espiritista Antonio de Torres Solanot y Casas, vizconde de Torres Solanot (Madrid, 1840-?), cuyo encuentro con la escritora resultaría decisivo en la trayectoria de ésta. De ideología muy progresista, el vizconde de Torres Solanot había participado activamente en la Revolución de 1868, y, en el momento que se podría denominar de escisión krausipositivista, optó por la tendencia emancipadora de izquierdas que se decantó hacia una reacción teosófica. Así, desde 1871 Antonio de Torres Solanot se dedicó al estudio y propaganda del espiritismo, fundando varios periódicos y dirigiendo la Sociedad Espiritista Española. Una vez establecida la conexión entre ambos, pronto acogería a la escritora sevillana bajo su protección y patrocinio.
El primer artículo de temática espiritista escrito por Amalia Domingo Soler fue publicado en 1872 en portada del número 9 de El Criterio con el título de “La Fe Espiritista”.
Desde esa fecha y hasta su muerte colaborará asiduamente en publicaciones especializadas en el tema, tanto españolas como americanas. De hecho, entre ese año y 1903 llegará a publicar más de dos mil textos sobre espiritismo, tanto en prosa como en verso. Así lo afirmará la propia autora en su libro recopilatorio Ramos de violetas (1903):
Incansable en mi afán de dar a los otros una parte del bien que yo disfrutaba estudiando el Espiritismo, más de dos mil producciones he dado a la prensa desde el año 73 del siglo XIX.
Sus trabajos sobre esta materia son demandados por numerosas publicaciones especializadas, entre ellas el periódico espiritista La Revelación (Alicante), donde escribe una columna a propuesta de su director. Pero su salud se resiente una vez más, y el médico le recomienda reposo en algún lugar cercano al mar. La escritora elegirá entonces, entre los numerosos destinos de distintas familias de la “hermandad” espiritista que le ofrecen su hospitalidad, la ciudad de Alicante. El contacto con esta ciudad se mantendría en el tiempo, participando la escritora con posterioridad en actos de la Sociedad Alicantina de Estudios Psicológicos.
Tras sucesivas estancias con sendas familias de Jijona y de Murcia, por fin Amalia Domingo se siente repuesta y regresa a Madrid en febrero de 1876. Su permanencia en la capital, no obstante, será muy corta, pues el día 20 de junio de ese mismo año traslada su residencia de manera definitiva a Barcelona, llamada por el Centro Espiritista “La Buena Nueva” para que colabore desde allí con sus textos en la defensa y propaganda del espiritismo. Esta sociedad estaba radicada en el segundo piso del número 9 de la calle Cañón, en la villa (después barrio) de Gracia. La vinculación de la autora con dicha sociedad será tan estrecha, que su domicilio quedará establecido en el primer piso del mismo inmueble, en cuyo jardín redactará algunos de sus mejores escritos.
Según el Padrón General correspondiente a 1900, conservado en el Archivo Municipal de Barcelona, la autora cuenta con la única compañía de una sirvienta de veinticinco años de edad llamada Rosa Bertrán. Amalia Domingo Soler nunca contraería matrimonio, lo que, dada la tradicional subordinación femenina hacia el varón en la España del XIX, resulta sin duda bastante significativo. Por un lado, hay que recordar que las mujeres dependían del hombre (padre, marido o hermano) a nivel económico, social e incluso legal, por lo que una mujer sola acostumbraba a encontrarse con abundantes problemas para salir adelante. Por otra, la sociedad solía mirar con recelo a aquellas féminas que intentaban mantener su independencia, sobre todo si manifestaban abiertamente unas ideas contrarias al orden establecido, que buscaba en ellas la mayor cercanía posible con el prototipo del ángel del hogar, confinada en los estrechos márgenes del ámbito doméstico.
Sin embargo, Amalia Domingo pudo subsistir durante años gracias a su trabajo intelectual, aun en el ambiente hostil de una sociedad -la española del siglo XIX, e incluso de los primeros años del XX- que “no acepta a la mujer que escribe y lo más que llega es a perdonarla el que haga obras consagradas a temas insustanciales y dentro de la órbita familiar”. La autora sevillana no sólo escribirá, sino que, además, dirigirá en Barcelona una publicación periódica durante más de quince años. Se trata del periódico La Luz del Porvenir. Semanario espiritista, cuyo primer número se publicó el 22 de mayo de 1879. Un mes después fue suspendido por las autoridades, motivo por el cual se vio obligado a cambiar de nombre, eligiendo el de El Eco de la Verdad. No obstante, a finales de ese mismo año se levantó la prohibición y pudo recuperar su título original.
En esta revista la escritora publicará numerosísimos textos dentro de prácticamente todos los géneros literarios, tanto poesía como narrativa breve o ensayo, además de artículos de opinión tendentes a concienciar a los lectores acerca de diversos temas relacionados siempre con el racionalismo, la ética, la necesidad de obrar correctamente, la importancia de la educación, etc.
En el mismo año en que se funda dicha revista, es decir, 1879, Amalia Domingo Soler participa junto a Eduardo Pagés, Vicente Serra, Luis Llach y Cándida Sanz en la Comisión organizadora del Montepío Regional de Cristianos Racionalistas Espiritistas, con la creación de una Asociación de Socorros Mutuos para ayudar a los obreros enfermos.
Amiga y admiradora de la escritora madrileña Rosario de Acuña (1851-1923), con la que comparte pertenencia a las logias masónicas (“La Humanidad”, en el caso de la sevillana, y “Constante Alona”, en el caso de Acuña), y colaboraciones en el periódico Las Dominicales del Libre Pensamiento, disiente sin embargo de su manera de entender algunos planteamientos ideológicos progresistas. Así, mientras Acuña se muestra partidaria de destruir una sociedad injusta y degenerada antes de poder construir la que la sustituya, más justa e igualitaria, Amalia Domingo se decanta por una opción menos radical, y considera que resulta preferible llevar a cabo una progresiva labor de concienciación y sustitución con el fin de evitar el caos en la sociedad.
Los caminos de ambas librepensadoras se entrecruzarán con frecuencia, como con ocasión de la velada que la Sociedad Protectora de la Enseñanza Laica celebra a comienzos de 1886 en Zaragoza, en la que participaron espiritistas como Amalia Domingo Soler o el vizconde de Torres Solanot, y se leyeron, entre otros, varios trabajos enviados por Rosario de Acuña.
Su defensa de la necesidad de establecer una enseñanza laica en España la había llevado también a participar en 1884 en el mitin librepensador organizado en Barcelona por Bartolomé Gabarró, a beneficio de la Confederación Catalana de Enseñanza Laica.
A semejante motivación obedece el establecimiento de una escuela, de acuerdo con dicho modelo de enseñanza, en el propio Centro “La Buena Nueva” -fundada gracias a los donativos de un millonario filántropo seguidor de las doctrinas espiritistas-, a cuyo frente situará la escritora a “una antigua amiga mía, una digna profesora que no sólo enseñaba a los niños a leer y escribir, sino que les inculcaba el amor y respeto que debían a sus mayores y entre sí, considerando a todos como hermanos./ Era mi amiga una espiritista convencida y amante de la verdad; y como esta escuela no tenía el nombre de «escuela espiritista», siendo el afán de su fundador inculcar al niño la moral y educación que necesita el niño pobre para desarrollar sus sentimientos para que el día de mañana sea modelo de virtud, ella era la más indicada para llevar a cabo este trabajo”.
De hecho, la autora se distinguió siempre por su profunda concienciación en torno a la importancia de la instrucción pública para el progreso de la sociedad, y se dolía profundamente del atraso en que se encontraba España, como manifestó reiteradamente en sus artículos:
La instrucción es el verdadero bautismo de la humanidad.
Desde los tiempos más remotos, los hombres han buscado en los libros la savia de la vida […].
La prosperidad de los pueblos es hija de su civilización y de su moralidad.
El adelanto moral, debe ser el hermano gemelo del progreso intelectual.
La enseñanza obligatoria es la clave del progreso […].
¡[…] España! ¡Pobre país! Duerme tu sueño cataléptico hasta que se cumpla tu expiación, ocupa en el mapa universal, el puesto de la última aldea del mundo civilizado, que el pueblo español con el mañana de los indolentes tiene bastante:
¡Mañana!…, frase elástica que promete un mundo, y que concede un átomo.
(Continuará)
Por: Amelina Correa Ramón