En otras ocasiones dimos a conocer esta ley divina que concede al ser espiritual, a la “chispa» divina que ha alcanzado la etapa humana, el derecho de sentir y pensar, y de realizar libremente en el plano físico y en el plano etéreo, dentro de los límites que la misma ley de la libertad o libre albedrío determina.
Necesario es recordar que, esta misma libertad que la Sabiduría Cósmica nos concede para que nosotros mismos seamos los forjadores de nuestros destinos en la 3º y 4º dimensión de la Vida, nos hace responsables de las consecuencias del uso de esa libertad.
Si bien como humanos gozamos de los beneficios de esa ley, en realidad, la ley es para el beneficio y progreso de nosotros como espíritus en proceso de evolución. Pues, en definitiva, el Espíritu es la realidad, y el cuerpo es tan sólo un instrumento de manifestación en el plano físico.
Por ello, debemos saber que, si bien el libre albedrío nos capacita para vivir humanamente de acuerdo con nuestra voluntad, es sólo un reflejo casi distorsionado del libre albedrío espiritual.
Y es haciendo uso de esa ley y del deseo intenso de progreso que, como espíritus, estamos en este momento encarnados en la Tierra. Y hemos venido con el objeto de realizar una misión que hemos programado en el plano espiritual antes de encarnar, y que nuestra conciencia nos indica con harta frecuencia; pero que, absorbidos por las cosas humanas del piano físico, no realizamos plenamente.
Y de aquí, ese estado de insatisfacción que muchas veces percibimos en nosotros. Porque, cuando nuestra voluntad humana contraría la voluntad espiritual de realizar en el plano físico lo que el Espíritu programó antes de encarnar, se produce en nosotros una desarmonía interna, que nos perjudica intensamente.
Cierto es que tenemos libertad para realizar lo que nos plazca como humanos: en bien o en mal; pero, como debemos recordar siempre, responsables somos de las consecuencias, según haya sido la intención.
No obstante, ello sería dentro de ciertos límites de las leyes que rigen la Vida. Pues, aun cuando alguien desee hacer mal a otro u otros, sólo podrá hacerlo, hasta donde permita la conveniencia espiritual de aquél o aquellos a quienes desee perjudicar; porque, las circunstancias impedirán la ejecución de esa acción o acciones de mal, si ese mal no estuviere dentro de la necesidad kármica de quienes el mal va dirigido.
“No hay mal que por bien no venga”, reza un adagio. Adagio éste, que puede ser aplicado aquí. Pues, cuando alguien causa algún daño a otro o le hace sufrir, es realidad, en el aspecto trascendente de la Vida, le está haciendo un bien; ya que ese sufrimiento le proporciona la oportunidad de purificar y sutilizar el alma.
Y si no le correspondiere, ese mal no le alcanzará.
Esto no significa que debemos hacer el mal, ya que esta actuación es un uso Indebido de nuestro libre albedrío, contraria a la Ley del Amor, dentro de la cual debemos actuar siempre; pues, la Ley dispone de muchos medios para purificar las almas.
Veamos y analicemos lo que a este respecto refiere un mensaje recibido:
«Las leyes divinas no pueden ni podrán jamás ser interferidas. Y aun cuando vuestro libre albedrío, al servicio de vuestra voluntad humana, pretenda obrar el mal o realizar el bien, ese bien o ese mal, sólo podrá ser recibido si las leyes lo permiten, y será siempre para el bien espiritual de quienes reciban, en un sentido u otro, vuestra acción.
Pues, así como no podéis eliminar el dolor necesario de la vida de un hermano, tampoco podréis llevar dolor a la vida de otro hermano, si ese dolor no le correpondiere por ley.
No obstante, debéis tener bien presente que, aun cuando la finalidad perseguida no haya sido lograda, la acción plena de vuestros hechos o deseos de bien o de mal, recaerá siempre sobre vuestra propia vida.
Las leyes divinas actúan en todo el Universo, y por lo tanto, actúan también en vuestro mundo, registrando todos vuestros actos, pensamientos y sentimientos, por los cuales deberéis siempre responderles.
Por eso, vuestro libre albedrío es limitado; porque, sólo puede actuar dentro de los límites impuestos por las leyes divinas que rigen la Vida.
El hombre, en su vanidad, muy fácilmente se considera poderoso, cuando ha obtenido algún poder, espiritual o humano. Y hasta llega a suponer que puede hacer bien o hacer mal a los demás, a voluntad. Vosotros pod réis tan sólo hasta donde las leyes os permitan. Y aun cuando pongáis todo el empeño en realizar el mal, ese mal que intentéis realizar, sólo os dañará a vosotros, a vuestro espíritu; pues, quien lo reciba de vosotros, recibirá con ello una forma y un medio para purificarse, una forma y un medio de eliminar el lastre de su Espíritu, y superar una prueba para elevarse espiritualmente.
En consecuencia, el mal que pretendáis realizar, será siempre un mal aparente, como aparente es todo en vuestro mundo de formas, en vuestro mundo de apariencias.
El libre albedrío humano no es el libre albedrío verdadero. El verdadero es el que utilizasteis espiritualmente antes de encarnar para elegir el camino que habríais de recorrer en este período que vivís humanamente. Si durante ese período de encarnación cambiáis de idea y desistís de la acción que habéis venido a realizar, la desarmonía que ello producirá, solamente a vosotros habrá de perjudicaros.»
Libre albedrío por: SEBASTIÁN DE ARAUCO