No obstante, en todos los casos se produce una turbación mental, que varia en cada caso. Y varia también la intensidad y modo, y tiempo de duración de esa turbación. Mientras en las personas buenas puede ser apenas perceptible como un sueño de algunas horas o minutos, con un despertar agradable y feliz; en los malvados, ruines, etc., puede ser una pesadilla horrible durante meses o años, según hayan sido las causas, y según haya sido su vida.
Los primeros, despiertan pronto en un ambiente de felicidad y ante la presencia de seres espirituales de los planos superiores, que ya están esperándoles para orientarles en su nueva vida, elevándose seguidamente a las moradas celestes. En muchos casos, aun sin haber sido roto o cortado el hilo magnético que les une a su cuerpo físico, pueden contemplar la extinción de la vida del mismo, así como las congojas de los familiares o llanto al lado de su cuerpo físico, lo cual les hace sufrir.
Los segundos (malvados, etc.) muy por el contrario, tienen un despertar doloroso que varia entre una oscuridad tenebrosa (tinieblas) en las cuales pasan un tiempo que varia también, y que es motivo de la desesperación que es de suponer. Generalmente, esas tinieblas en las cuales se encuentran después de la turbación aquellos que hayan practicado la maldad, son acompañadas de terribles visiones y sufrimientos de diversa índole.
Necesario es conocer que, el desprendimiento de la materia, la clase de «muerte» y agonía, están en relación con la clase de vida que haya llevado el ser desencarnante; y la prontitud del desprendimiento está en relación a su evolución, al adelanto moral e ideales que haya sustentado.
Lo expuesto es tan sólo para dar una idea, ya que los aspectos de desencarnación son múltiples y diferentes, según haya sido la vida y la actitud adoptada cuando llega la hora de partir. Pues, mientras los apegados a la vida física no quieren morir cuando les llega su hora, prolongando así su agonía; aquellas personas que han llevado una vida de acuerdo con los dictados de su conciencia y que se han elevado por encima de las cosas materiales; cuando perciben el final de su vida humana, esperan la partida con tranquilidad y hasta con deseo, el cual les ayuda a desatar los débiles lazos que les unen a su organismo.
El ambiente familiar ejerce influencia sobre el estado afectuoso y mental del desencarnante, ya que, en los casos de seres más evolucionados, suele hallarse ya desprendido y está presente en esos momentos que preceden y proceden ál fallecimiento. Oye a sus familiares y percibe sus pensamientos, asi como de quienes asisten en esos momentos. Y aquellos que dejan a los descendientes o parientes los bienes materiales (porque no se los pueden llevar); tienen que invocar la serenidad para contemplar sin angustia los decepcionantes pensamientos que surgen de sus herederos, pensando en tanto -mucho o poco- que les puede tocar.
No vamos a entrar en los detalles del desprendimiento, que son diversos y diferentes, según los estados de conciencia. Pero, necesario es advertir que, la actitud mental y afectiva de los familiares en las últimas horas del moribundo, influyen grandemente para mejor o para peor en el proceso de la desencarnación. Los lloros, lamentos y pesadumbre, retardan el desarrollo del proceso. La oración en silencio es lo más indicado para colaborar en el feliz desprendimiento y para atraer a seres espirituales benefactores que ayuden a soltar las amarras y aplicar corrientes magnéticas fortalecedoras al moribundo, a fin de facilitar el desprendimiento definitivo del Espíritu con su cuerpo astral.
Como bien sabemos, la muerte no existe como realidad, sino como fenómeno de transición, como un cambio de vida, de una vida fisica a una vida espiritual más real y mejor. Es la partida del ser querido que vuelve al mundo espiritual de donde vino, y que nos estará esperando cuando a nosotros nos llegue también la hora, Por ello, no tan sólo no debemos de llorarles por haberse liberado de este mundo de tribulaciones, sino que debe ser motivo de alegría por su liberación. Insistimos. No lloremos a nuestros «muertos» porque ellos continúan viviendo. La actitud más conveniente y que más favorece al ser querido que parte para la patria de donde vino y a la cual pertenece, es mantenerse en un estado de serenidad, sin lloros ni lamentaciones, en elevación de pensamiento. No importa que las gentes rutinarias puedan opinar de forma distinta. Aprendamos a desafiar los prejuicios sociales, si no queremos ser sus esclavos.
El velatorio debe de ser de estricta sencillez. El ataúd debe ser colocado en una habitación separada de las visitas de condolencia. Es dé absoluta necesidad evitar los lloros y lamentos y más aún los llantos porque hacen sufrir al «ser» espiritual, recién desencarnado.
SEBASTIÁN DE ARAUCO