La soledad que invita a la reflexión, no tiene que darnos miedo, todo lo contrario, es como esa suave brisa en una noche calurosa de verano, que entra por la ventana y nos parece una bendición.
La soledad está hecha para darle espacio a la conciencia. Para que ésta, exprese su verdadero ímpetu de conocimiento y también de alimento. Así, es como nuestros espíritus se nutren de éste magnífico alimento.
Soledad que nos abrumas, cuando no estamos dispuestos a recibirte.
Soledad que nos transportas a lugares de nuestra alma ya olvidados.
Aurora, también eres; día y noche, nos acompañas y así, de forma interminable.
Qué infinito placer es recibirte con nostalgia y agrado.
Qué bendición de melodías despiertas allí, donde vas, y que poco a poco haces que el ser de los hombres, crezcan en amor, cuando ya han comprendido y superado sus luchas internas.
Arrímate a mi corazón, querida soledad y enséñame ese camino que antes, bellas almas aprendieron contigo.
Invítame a tu festín, festín de reflexión, de meditación y de sinceridad.
Eres firme e implacable, silenciosa y justa, arrolladora y fresca.
Eres un suspiro en medio de tantas lágrimas.
Eres como ese faro allá en el horizonte, que señala la tierra, lugar de reposo para nuestra materia y alma.
Quisiera que me enseñaras de lo que la vida me oculta.
Quisiera ser tu amigo para tenerte siempre cerca, y así, en esos momentos de lucha, de debilidad y desasosiego, regocijarme en ti, para que me acojas en tu seno, y abrigues mi cansada alma, que la vida ha tratado de esa manera.
¡Soledad mía!, aún hoy te espero, para poder vaciarme contigo y en ti. Para poder ser yo mismo, honesto, sincero, humilde y amoroso.
Gracias estimada soledad, por mostrarme los frutos del alma.
J.F.V.