INTRODUCCIÓN
De todos es sabido la cantidad de literatura que nos está poniendo de manifiesto la transformación que viene a la Tierra. Diferentes escuelas espirituales, religiones, místicas ocultistas y esotéricas inciden en este punto con notoriedad, proclamando un profundo cambio en el mundo actual; pero, ¿a qué dará paso este cambio? Unos se inclinan por una nueva sociedad más justa y ordenada; otros inciden en un estado contemplativo. Pero si bien son muchos los que nos anuncian este cambio, pocos explican con profundidad
las características de ese nuevo orden social, ya que con frecuencia los convencionalismos y las ideas adquiridas con imposición o dogmatismo les impiden aventurarse a ofrecer planteamientos básicos de futuro, por miedo a que éstos no lleguen a cumolirse.
las características de ese nuevo orden social, ya que con frecuencia los convencionalismos y las ideas adquiridas con imposición o dogmatismo les impiden aventurarse a ofrecer planteamientos básicos de futuro, por miedo a que éstos no lleguen a cumolirse.
Sin embargo, todos coinciden en afirmar que la nueva civilización tendrá como mínimo dos características: LA FRATERNIDAD Y LA CONCORDIA ENTRE LOS MIEMBROS DE ESA HUMANIDAD.
Pues bien, nuestra tarea de divulgación de cara al futuro nos exige no imponernos limitaciones a la hora de esbozar esas bases de lo que podemos considerar que será esta nueva etapa, y con el ánimo dispuesto y el único deseo de aportar nuevos horizontes que nos hagan concebir la esperanza de un futuro mejor, vamos a abordar esta tarea.
Es preciso enfocar el tema desde el principio, la idea de «Nueva Humanidad» está basada en el hecho de que los hombres y mujeres que la formen serán solamente aquellos que hayan tenido acceso a ella por méritos propios, y fundamentalmente en el tema que nos ocupa, méritos netamente espirituales. Lamentablemente, como hoy día podemos comprobar, la gran mayoría de los habitantes de este planeta no reúnen estas características.
Lo cierto y fijo, es que para conseguir implantar en este planeta lo que se ha venido denominando «el reino de Dios sobre la Tierra», tendrían que cambiar muchas cosas, y además muy profundamente. Pero ante esto podemos asegurar que el cambio se va a producir, y es más, con la profundidad y la intensidad que sean necesarias.
En primer lugar, el hombre tendría que cambiar su mentalidad egoísta por otra completamente altruista, donde la entrega al semejante y el desinterés hacia lo material fuera su principal pauta de conducta.
Un segundo requisito sería eliminar de nuestra sociedad el orgullo, que hace al hombre engreído y autosuficiente, creyéndose poseedor de toda la Verdad. Sería necesario desterrar el imperio de la imposición y la ignorancia. En definitiva, sería conseguir la humildad y la sencillez para adquirir la tolerancia y la comprensión de cara al semejante.
Pero para esto sería preciso e imprescindible desarrollar nuestras facultades emotivas, es decir, alcanzar el sentimiento que toda persona lleva dentro y potenciarlo al máximo, de forma que cuando cada hombre actúe, hable o realice cualquier acto de su vida, pueda transmitir a los demás de forma natural y espontánea el calor del corazón, y no la frialdad rígida y matemática del intelecto. Es preciso el corazón, porque es la base del nuevo hombre. Sin corazón no solamente no podremos superar el cambio de ciclo, sino que no nos será permitida la entrada en la nueva humanidad.
El hombre que desee formar parte de la sociedad del tercer milenio, ha de enseñar con el ejemplo más que con la palabra. Su constante actitud de servicio y entrega debe dar en todo momento la medida de su seguridad y convencimiento pleno de una vida transcendente. Su palabra, cuando sea necesaria, debe llegar al corazón más que a la razón, y por encima de todo, ha de estar impregnada de sinceridad, honestidad y bondad.
Su actuación debe demostrar totalmente el dominio del espíritu sobre la materia, un espíritu cada vez más consciente y manifestado en el plano material. De aquí que en ese momento podrán plasmarse con gran amplitud la mayoría de las facultades de la mente y de su ser espiritual, canalizando todo este conocimiento, junto al sentimiento anteriormente expuesto, hacia La consecución de los fines y objetivos que el hombre tendrá como meta en esa nueva sociedad.
Su relación con los demás deberá estar regida en todo momento por el respeto profundo hacia las ideas y actuaciones del prójimo, entendiendo con ello que es preciso adoptar la prudencia como fiel compañera de nuestras manifestaciones, de manera que siempre tengamos el tiempo suficiente para poder controlar y eliminar aquellas pequeñas tendencias negativas que todavía podamos llevar internamente como consecuencia de nuestro pasado. El total y absoluto control del espíritu sobre nuestra materia, hará desaparecer por completo otro de los grandes obstáculos que impiden la evolución espiritual: la rebeldía.
Quizás se pueda pensar que alguna de las ideas aquí expuestas forman parte de la utopía o de la ciencia ficción, pero debemos mentalizarnos do que si verdaderamente se implanta una sociedad que tenga como base principal la entrega al prójimo, nada puede parecer descabellado, y todo aquello que ahora nos parece imposible puede presentarse ante nuestros ojos como una realidad basada en la confianza y en la fe del hombre nuevo. Por ello, este hombre nuevo precisa de un importante requisito, la limpieza interior, el control de sus pensamientos y emociones, de forma que estas aptitudes sean patrimonio exclusivo de aquellos que intenten conquistarlas mediante el propio esfuerzo y no mediante privilegios ni concesiones arbitrarias. Esta limpieza interior, este equilibrio interno, deberá estar conseguido mucho antes de que sobrevenga el cambio y la transformación, de lo contrario, quedaremos al margen de participar de un mundo mejor, con todo lo que esto puede suponernos de estancamiento espiritual.
A lo largo de los artículos que vayan sucediéndose en esta sección, procuraremos que todos aquellos puntos que se expliquen sirvan para mentalizarnos de la urgente necesidad que tenemos de cambiar, a fin de conquistar en nosotros el amor, ganándonos a pulso un lugar en esa nueva sociedad que está esperando a todos los hombres de buena voluntad.
A.LL.F.