IGNORANCIA SUPINA

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Cuando se muere un anciano
se cierra una biblioteca,
porque la sabiduría
de la vejez es herencia.

Nada puede conducirnos
por la senda de la vida
como la voz de un anciano
cuando nos orienta y nos guía.

Cuando en la noche sombría
nos arropa el corazón
y alumbra de nuestras almas
las tinieblas y el dolor.

Sin embargo, la vejez,
nos parece una entelequia,
un estorbo insoportable
que sólo causa molestias.

Y vemos a los ancianos
con total indiferencia,
como piezas de museo
que nada dicen ni expresan.

No se sabe valorar
el esfuerzo de sus vidas,
consagradas al trabajo
y la experiencia adquirida.

Somos injustos con ellos,
les volvemos la espaldas,
cuando en su sabiduría
se enriquecen nuestras almas.

Creemos saberlo todo
y rechazamos su ayuda,
que nos es tan necesaria,
valiosa como ninguna.

Y a tal extremo se llega
de inhumana indiferencia,
que nos desprendemos de ellos
de buen grado o por la fuerza.

¿Y a dónde van a parar
los que fueron luz del alma,
sabiduría del Bien,
ejemplos de Fe cristiana?

A una triste residencia,
«cementerio» de almas vivas,
donde viven sepultados
por el resto de sus días.

¿Y qué importa la experiencia
que hayan acumulado
a lo largo de sus vidas
de esfuerzo, lucha y trabajo?

Eso no sirve de nada,
el mundo no la valora,
pues lo que importa es vivir
de la ignorancia en las sombras.

Pero más tarde o temprano
los jóvenes envejecen
y la historia se repite,
se renueva casi siempre.

Porque en la Vida nos rije
una Ley de Consecuencias,
y el que las hace las paga,
cobra en la misma moneda.

JOSÉ MARTÍNEZ FERNÁNDEZ

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