«El verdadero místico encuentra a Dios en todas las religiones»
Ibn Arabi – Filósofo Sufí Andalusí
El espíritu del hombre, creado en su esencia como imagen de Dios, posee en su interior todos los atributos del creador en germen, como una semilla. Estos atributos son susceptibles de desarrollo y crecimiento exponencial hasta llegar a la plenitud; auténtico sentido de la vida inmortal del espíritu.
En ese recorrido de milenios, de grandes decepciones y alegrías, de estados inenarrables de felicidad y de sufrimiento, el único patrón del crecimiento es el propio esfuerzo; el mérito alcanzado por la intención de mejorarse y elevarse por encima de lo transitorio.
Para ello contamos además de la voluntad, de un recurso incuestionable que en las primeras etapas evolutivas del espíritu apenas se es consciente de ello. Nos referimos a los recursos de nuestro interior; a la esencia espiritual que nos permite conectar con la fuente de la que provenimos; esa fuerza indescriptible del ser inmortal, esa conciencia que nos acompaña en perpetuo crecimiento vida tras vida.
Al proceder de una fuente pura, indestructible, inmortal e omnipotente, tenemos siempre, desde que somos creados, el recurso y la decisión de conectar con nuestro «Dios interno». Algo que encontraban los místicos occidentales ya en la tradición judeo-cristiana más antigua y que practican desde hace milenios en las antiguas religiones orientales.
Esa búsqueda del Dios interior, no pretende en absoluto considerarse como tal, sino alcanzar la inspiración, la integración y la vivencia de aquella esencia que forma parte de nosotros mismos y que nos presenta una realidad desconocida para la mayoría de los hombres actualmente.
Las circunstancias de la historia y la evolución de las religiones en occidente, principalmente en la edad media, fue subordinando la auténtica búsqueda interior de Dios a la ortodoxia teológica y la escolástica. Todo ello oscureció las prácticas más nobles del recogimiento interior, que desde el siglo I en el cristianismo primitivo con Dionisio Areopagita, (discípulo de San Pablo) se desarrollaron posteriormente a lo largo de la historia por los grandes místicos.
Esto ha hecho confundir el ascetismo: «aquel que renuncia al mundo y exige disciplina y renuncia a las exigencias del cuerpo» con el misticismo auténtico. El asceta se aísla del mundo, se mortifica; el místico auténtico vive en el mundo y para el mundo pero realizando un esfuerzo por encontrar en su interior la vía de comunicación con Dios.
Tal fue la influencia tóxica de la ortodoxia religiosa en este campo que, aquellos místicos que no militaban dentro de la iglesia se les consideró herejes, atribuyendo sus manifestaciones, éxtasis y trances, a intervenciones del diablo; siendo muchos de ellos quemados en las hogueras de la inquisición por brujas o magos.
Pero no quedó aquí esta perversión de la influencia religiosa en la búsqueda interior de Dios por parte algunos místicos; sino que la contaminación del dogma, la sumisión a los preceptos materiales de la religión, llevó a confundir a muchos la mística con el ascetismo.
Tanto es así que el concepto del «sacrificio de Jesús» como penitencia, pasó a formar parte de las prácticas ascéticas, considerando que a la hora de redimir los pecados, una forma de hacerlo consistía en escarnecer el cuerpo, sometiéndolo a todo tipo de torturas, vejaciones, privaciones y martirios, creyendo que con ello se alcanzaba la búsqueda del Dios interior y el perdón de las faltas cometidas.
Ahora, que está de moda la meditación, la introspección, el mindfullness, etc.; podemos adelantar que ya hace siglos los místicos cristianos encontraban a su Dios interior mediante sus propias técnicas de adoración, abnegación, aniquilación del yo e integración con la fuente divina.
Podemos mencionar entre otros algunos conocidos como San Juan de la Cruz, Teresa de Ávila, Juana de Arco, Catalina de Siena, Blaise Pascal, Isaac Newton, y otros no tan conocidos como Benet de Canfield, Mme. Acarie, Pierre de Bérulle, etc. Como podemos comprobar, algunos de ellos grandes científicos y filósofos.
«La circunstancia de que tantos filósofos y místicos pertenecientes a tantas culturas diferentes hayan estado convencidos, por inferencia o por intuición directa, de que el mundo posee significación y valor, es un hecho suficientemente llamativo como para que por lo menos valga la pena investigar la creencia en cuestión.»
Aldous Huxley – Libro: El fin y los Medios
El camino de la perfección y la disciplina interior, era la ruta inicial que llevaba a la superación del «ego», para reencontrarse con «el self»; superando «la sombra» y alcanzando «la iluminación». Usamos los términos que posteriormente en psicología utilizaría el gran psiquiatra suizo Carl Jung a fin de una mayor comprensión del procedimiento.
Es preciso matizar que, como todo aquello que es desvirtuado y tergiversado, el misticismo auténtico también fue objeto de ello; tanto es así que al abandonar la esencia más pura del misticismo cristiano primitivo, se convirtió en algo totalmente contrario a su objetivo inicial; para ello se confundieron deliberadamente aspectos espirituales con otros materiales; llegando a prácticas aberrantes de mortificación corporal, creyendo que así se glorificaba mejor a Dios y era más fácil su contemplación.
Tan grave ha sido la deriva del concepto de misticismo que desde su acepción auténtica e inicial: «Doctrina filosófica o religiosa que enseña la comunicación inmediata y directa del hombre con la divinidad» se ha pasado a contemplarlo peyorativamente como una práctica obsoleta, perjudicial, fanática y propia de personas dogmáticas e irracionales. E incluso se aplica despectivamente para designar a personas que están fuera de la realidad al mantener creencias religiosas absurdas y prácticas de mortificación.
Todavía hoy la confusión persiste; es evidente que la comprensión de los primeros místicos, que consideraban al cuerpo humano «el templo del espíritu» al que había que cuidar y conservar por encima de todo para permitirnos el progreso; y que abogaban por «vivir en el mundo sin vivir en él»; es contrario a las prácticas místicas que siguieron después; dónde el auto-castigo físico y el abandono del mundo representaban los dos ejes del místico ortodoxo de las religiones dogmáticas.
Este ha sido el gran error; la gran tergiversación que todavía hoy muchas religiones oficiales mantienen y que incluso las tradiciones y costumbres populares se impregnaron de ellas (Ej.: los penitentes en semana santa).
Estas prácticas son contrarias a las leyes de Dios y a los conocimientos de los místicos auténticos. Tanto es así que estos últimos, abogaban por entregarse a Dios y abandonarse a él no mediante el desprecio de su cuerpo y el abandono de su prójimo, sino antes al contrario, luchando contra sus imperfecciones y debilidades interiores y alcanzando la iluminación en la sublimación de su entrega al prójimo, sin abandonar el mundo; colaborando en la obra espiritual del gobernante espiritual de este planeta, el maestro Jesús; y sacrificándose como él por el amor a sus semejantes.
Es necesaria esta defensa; es justa esta reivindicación; alcanzar la iluminación mediante prácticas místicas de entrega al prójimo, reduciendo el egoísmo a su máxima expresión al entregarse al amor altruista y desinteresado como Madre Teresa, Mahatma Gandhi, etc. Ellos también desarrollaron el misticismo auténtico; al encontrar en el prójimo necesitado, abandonado, despreciado por todos, el objeto de su vida, la entrega al semejante y la búsqueda de Dios.
Así pues, no despreciemos el misticismo auténtico; aquel que encuentra en el amor al prójimo el objetivo de su vida; aquel que conociendo el interior de cada uno en la contemplación y meditación de sus propias debilidades, es capaz de entresacar las fuerzas necesarias para conectar con la fuente divina; todo ello en pos de convertirse en un instrumento de la divinidad; entregado a su voluntad; convirtiendo a aquellos que lo practican con rectitud y sinceridad en intermediarios entre la tierra y el cielo; entre la materia y el espíritu, entre las fuerzas que dirigen con amor y sabiduría el universo y las miserias humanas que apenas alcanzan a comprenderlo y aceptarlo.
Redacción
©2016, Amor, paz y caridad
«La divinidad está en ti, no en conceptos o en libros»
Hermann Hesse