Dentro de las grandes pruebas del ser humano, del espíritu en evolución, nos encontramos en esta ocasión con otra muy delicada y de enorme responsabilidad, pues se trata de un desafío por el cual el individuo asume compromisos de autoridad y/o gobierno sobre otras personas. Esta faceta a la que todos, de una forma u otra, en el devenir de las diferentes existencias tendremos que asumir, recorre distintos niveles de responsabilidad, puesto que cuando hablamos de poder, por lo general nos viene a la cabeza, presidentes de gobierno, alcaldes, ministros, etc… Pero no hay que olvidar que existen “distintas posiciones en la vida”, que nos dotan de cierta autoridad o ascendencia sobre otros. Por ejemplo, el dueño de una fábrica o los máximos accionistas de una empresa, encargados de zona, etc., también ellos ejercen una forma de poder, ya que sus decisiones repercuten directa o indirectamente sobre otras personas. Sin olvidar además, otros ámbitos de poder e influencia como pueden ser: la cultura, la religión, la educación, entre otros. Obviamente la responsabilidad va en proporción al cargo y al número de personas que dependen de sus buenas o malas resoluciones.
El origen del poder es tan antiguo como el hombre, surge de la necesidad de protección de unos sobre otros, de los más fuertes sobre los que son vulnerables, los más inteligentes sobre aquellos cuyas capacidades son más limitadas y se muestran incapaces para resolver problemas que otros ya los han solucionado. Esa superioridad manifiesta de unos pocos, granjeaba el respeto y la admiración de la mayoría, sintiéndose, en muchas ocasiones, protegidos y amparados. Sin embargo, el orgullo desmedido y la ambición egoísta pronto hicieron acto de presencia desviando la paz y la concordia hacia el miedo y la violencia; acomodando las leyes que ellos mismos promulgaban a su propio beneficio, favoreciendo a las élites que habían conformado, bien fueran familiares, socios o amigos; olvidando en la mayoría de casos, la confianza que el pueblo había depositado sobre ellos.
Actualmente nos encontramos ante la manifestación pública de muchas formas de abuso de poder. El desarrollo de las tecnologías han facilitado que los medios de comunicación se conviertan en grandes altavoces, cuando su control por parte del poder político y militar no es absoluto, como ocurre en algunos países, de los frecuentes casos de corrupción consecuencia de sistemas que han quedado obsoletos, y que ponen de relieve que sólo sirven, por lo general, para beneficio descarado de unos pocos, esquilmando los recursos públicos en detrimento de un pueblo que ha perdido la confianza en ellos, soportando el peso social y económico de sus abusos y errores. La poca sensibilidad y empatía de unos y la ignorancia, desconocimiento, hasta negligencia de otros, han provocado que en muchos países hayamos vivido en un cierto engaño. En una especie de burbuja que tarde o temprano tenía que estallar, como es la actual crisis económica mundial.
Esto no significa que no exista gente honrada y comprometida en los distintos estamentos de dirección de los países que pueblan nuestro globo, sino que el sistema en general y sus propios mecanismos de control fallan, dificultando muchas veces el buen hacer de aquellos que si se sienten comprometidos con la sociedad.
Mucho se ha escrito sobre la crisis actual y el abuso del poder político y económico que van de la mano. Sin embargo si ahondamos hacia sus verdaderas causas, más que buscar culpables, debemos de entender su auténtico origen.
Por un lado el creciente materialismo que nos ha hecho olvidar los valores imperecederos del espíritu, el verdadero camino que nos puede llevar a la realización plenamente feliz.
Por otro, origen de lo anterior, la falta de ideales nobles, de una propuesta de vida que nos llene interiormente, que nos saque de esa comodidad y apatía únicamente soliviantada cuando ya no podemos cumplir nuestras expectativas materiales de confort placentero.
Y por último, la falta de un conocimiento espiritual, que nos encamine hacia unas metas comunes y solidarias, a un entendimiento de nuestra verdadera realidad trascendente.
La certeza en el porvenir, más allá del cuerpo físico, la responsabilidad de nuestros actos y sus consecuencias espirituales, tanto a corto como a largo plazo, la toma de conciencia de las leyes universales que nos rigen y de las que nadie escapa; deberían de ser elementos más que suficientes para hacernos reflexionar. Tanto los valores morales, trascendentes de la vida, también la ley de causa y efecto como la ley del amor en sus múltiples facetas, se deberían estudiar en las escuelas para que los niños de hoy, que serán los hombres del mañana, recogiendo el testigo de las distintas responsabilidades sociales comprendan y sepan situarse con claridad, asumiendo el papel que les corresponde con verdadero sentido del deber, al servicio de sus semejantes y no para servirse, puesto que todos los actos tienen sus consecuencias. No considerándose privilegiados ni superiores a los demás, puesto que, si no cumplen con sus compromisos y abusan de su posición, tendrán que volver para experimentar en sus propias carnes el sufrimiento, la explotación, carencias, etc…todo aquello que generen sobre otros.
Hay un dicho que lo resume muy bien: “La siembra es voluntaria, la cosecha obligatoria”. Nacemos, vivimos y morimos para después volver a nacer y completar lo que nos dejamos a medias, corregir errores, afrontar nuevos retos, o repetir aquello que no hicimos bien, a veces en peores condiciones.
Estamos faltos de buenos ejemplos que nos devuelvan la confianza unos con otros, que sirvan de modelo e inspiración para aquellos que tienen deseos de aprender, de hallar un camino que les restaure la ilusión y la esperanza. Tenemos ejemplos históricos, algunos muy recientes: Martin Luther King, Nelson Mandela, Mahatma Gandhi, etc. Todos ellos sintieron la necesidad de cambiar los desequilibrios sociales que padecieron en sus respectivos países. Algunos de ellos fueron, en otras existencias, promotores e instigadores de las mismas. Cuando retornaron a la patria espiritual, comprendieron, asumieron su responsabilidad y se prepararon para volver con cuerpo físico y sufrir, padecer con estoicismo, uniéndose a aquellos que habían perjudicado en el pasado. Ayudando abnegadamente, asumiendo el peso del liderazgo para revertir la situación, pagando el precio de la libertad con el peso del odio y la incomprensión de muchos.
Efectivamente, nos encontramos en un mundo donde todavía predomina el mal sobre el bien, agudizado especialmente en estos tiempos tan críticos, de transición planetaria que nos han tocado vivir. En el futuro, con toda seguridad, las aristocracias; (aristos: lo mejor, y kratos, poder. Significado: El poder de los mejores); estarán compuestas por personas comprometidas, con una fuerte vocación de verdadero servicio, dispuestas al sacrificio y la abnegación. En un clima de solidaridad, de cooperación, el pueblo llano depositará totalmente su confianza en ellos, pues habrán tenido ocasión de comprobar multitud de veces su honestidad y sabiduría.
Ciertamente, aquel que defrauda, aquel que no cumple con sus obligaciones, tendrá que responder por cada una de las personas que ha perjudicado y por el bien que ha dejado de hacer, traicionando la confianza (algo que cuesta muchísimo de recuperar) depositada en él, tanto desde el aspecto espiritual como desde el punto de vista humano. Por tanto, hay que ponerse siempre en el lugar del otro para no desviarse, tratando a los demás como nos gustaría que nos trataran.
Invariablemente el enemigo está en nuestro interior, en nuestro orgullo y egoísmo. Cuando engañamos o traicionamos a otros, nos lo estamos haciendo a nosotros mismos; más pronto o más tarde volverá como un boomerang; por ello, es de necios escurrir el bulto pensando que seremos inmunes. Nadie escapa a las leyes divinas, por muy subjetivas o lejanas que nos puedan parecer; estas son perfectas, alejadas de las pasiones e intereses mundanos. Dios las aplica con total justicia y sabiduría.
Sepamos pues actuar con mesura, aquellos que abusan de su posición, en futuras existencias sufrirán injusticias, serán explotados; entonces reclamaran, pondrán el grito en el cielo, tendrán tiempo para pensar en aquello que los dirigentes deberían de hacer… ¡Y ellos mismos no lo hicieron en el pasado!; aunque no lo recuerden. Quedando grabado en sus espíritus sabias lecciones que algún día, en base a la misericordia divina, se les permita repetir la experiencia, pero esta vez con mayor éxito.
José M. Meseguer
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Casi todos podemos soportar la adversidad, pero si queréis probar el carácter de un hombre, dadle poder. (Abraham Lincoln)