Durante muchos siglos, las religiones administradas por los hombres han ocupado un espacio en la sociedad dominando todas sus facetas. Eran los encargados de controlar el conocimiento, las creencias, la fe, los usos y costumbres del pueblo llano. Su jerarquía se arrogaba el derecho a decidir las pautas, los comportamientos, lo que estaba bien y lo que estaba mal; incluso en lo que respecta a la familia y el rol que debía jugar el hombre, pero sobre todo el papel de la mujer, según la interpretación que ellos realizaban de las “sagradas escrituras”. Eso hoy día, salvo en países con otras creencias, culturas y costumbres, ha quedado en desuso.
En occidente y desde hace bastante tiempo, los representantes religiosos ya no tienen el poder ni se les reconoce la suficiente autoridad moral para decidir lo que deben de hacer unos y otros. La libertad religiosa, la facilidad de acceso a la educación, una mayor cultura de la población, así como las tecnologías que han acercado la información global a todos los rincones del mundo, nos han trasladado a un escenario de libertad pero desprovisto de un criterio y un rumbo claro.
La desorientación, la confusión que se vive hoy día producto de una crisis de valores generalizada, afecta a todos los estamentos de la sociedad, sobre todo aquellos que son más sensibles por su importancia y por el papel decisivo que juegan en nuestras vidas. Nos referimos al rol que desempeña la mujer en la construcción de la familia y en aquellos valores que la sostienen.
Precisamente en este último punto, respecto al papel de la mujer y su función tan importante en la vida, ya nos hablaba la doctrina espírita hace siglo y medio, siendo totalmente vigentes sus postulados hoy día. Ya por el año 1856, los espíritus aclaraban sin lugar a dudas las funciones de la mujer y del hombre y la igualdad de derechos entre ambos, tal y como recoge la obra El Libro de los Espíritus. Hablamos de una época en que la situación, sobre todo del sexo femenino, era de total discriminación. Tuvieron que pasar muchas décadas y arduas luchas para ir colocando, en justicia, cada cosa en su lugar. Hoy día, aún queda un largo camino por recorrer, conquistas por alcanzar, sobre todo en algunos países donde la mujer sigue siendo un objeto sexual y es considerada como un ser inferior.
En los hombres poco adelantados desde el punto de vista moral la fuerza constituye el derecho. (Pregunta 818 del Libro de los Espíritus).
Hemos olvidado que el espíritu carece de sexo. El encarnar en el sexo femenino o masculino depende de las necesidades evolutivas del ser, porque cada uno de ellos le aporta lo que el otro no tiene.
Allan Kardec interroga a los espíritus sobre este punto en la pregunta 817 del Libro de los Espíritus: El hombre y la mujer ¿son iguales ante Dios y poseen los mismos derechos?
– ¿Acaso Dios no concedió a ambos la inteligencia del bien y el mal y la facultad de progresar?
Independientemente del sexo, todos los seres humanos poseemos inteligencia para distinguir el bien del mal, así como la capacidad de progreso. Por tanto, tenemos una responsabilidad individual. Además, debe de existir una igualdad de derechos entre el hombre y la mujer, pero por lo general, no de funciones. Es necesario que cada uno de ellos tenga su lugar específico. Las peculiaridades físicas, tanto del hombre como de la mujer, están acordes a sus funciones particulares para que ambos puedan ayudarse a superar las pruebas de la existencia.
Ciertamente, el hombre y la mujer se complementan, del mismo modo en que Dios provee a cada sexo de las características adecuadas para un trabajo espiritual y material en común, muy necesario para ambos.
Pero ¿cuáles son las cualidades de la mujer? ¿Qué pueden aportar a la sociedad?
Entre sus cualidades más importantes se destacan la paciencia, la ternura, la bondad, la sensibilidad; también una intuición o sexto sentido que les permite tomar ventaja para percibir las necesidades ajenas, especialmente del entorno familiar y afectivo. Esta última cualidad tan sutil, utilizada correctamente, es una herramienta poderosísima para hacer el bien a los demás; usada para el mal, para satisfacer su propio interés egoísta, supone un entorpecimiento muy grande, puesto que llega a confundir y arrastrar a otros, y también le perjudica sobremanera a ella misma en su progreso espiritual.
Sin duda, la mujer está perfectamente capacitada para realizar grandes obras en el campo espiritual e intelectual. Ejemplos hay de sobra en todos los ámbitos a lo largo de la historia que no hace falta enumerar aquí. También es la gran protagonista en el hogar como esposa y madre, está llamada a ser un referente de amor y cariño, aportando la paz y armonía indispensable para que la convivencia sea fructífera en uno de los pilares fundamentales de la sociedad que es la familia.
Las mujeres son las que traen los hijos al mundo; su relación tan íntima con ellos les confiere un papel de vital importancia en su crecimiento y educación. Son la primera luz que los ilumina, son su punto de apoyo, su sostén, su principio fundamental para que ellos empiecen a descubrir lo que les rodea y a caminar con seguridad en el sendero de la vida.
“La mujer es el alma del hogar; ella es la que representa los elementos de dulzura y de paz con la humanidad”. Después de la muerte – León Denis.
Por tanto, la mujer, mejor que nadie, puede aplicar la psicología e intuición que posee para conseguir la unión familiar. Sin renunciar a su personalidad y a la firmeza de carácter, puede al mismo tiempo adoptar una postura de saber ceder o callar cuando la ocasión lo requiera, evitando un protagonismo que en múltiples ocasiones no necesita; ahí reside su principal fuerza y valor. También, en algunos casos, utilizar esa sabiduría tan particular, consecuencia de su amor incondicional para colocarse en un segundo plano, y de ese modo, poner en valor el trabajo de su cónyuge; al mismo tiempo el hombre tiene la obligación de saber reconocer el papel y el trabajo de ellas.
Se trata de una labor abnegada que la corriente materialista actual es incapaz de entender ni de asumir, de tal forma que hoy día, en lugar de poner de relieve las cualidades extraordinarias de la mujer, se menosprecian y se conmina a todo lo contrario. Desposeemos a la mujer de esos valores para que adopte una postura a la defensiva, en actitudes reivindicativas que la muevan en una dirección contraria a su naturaleza. De ese modo, tanto el hombre como la mujer quedan desprovistos de signos diferenciadores e identitarios. Algo que en principio debería enriquecer y complementar, es causa de enfrentamientos y disputas.
Fruto de esa confusión, se mezcla todo y se cuestiona todo. Este comportamiento, que nace incluso desde la educación en algunas escuelas, conduce al caos, a la ignorancia, a la falta de unas señas de identidad, tanto para los hombres como para las mujeres, que les ayuden a construir, a trabajar en una dirección concreta. Es el derecho a decidir no se sabe muy bien el qué, sin pararse a pensar cuáles son nuestras necesidades reales, las obligaciones, las tareas e incluso los compromisos que nacen del verdadero amor.
Se trata de una marea, de una corriente de pensamiento descontrolado y de carácter materialista cien por cien, que ignora por completo las palabras “compromiso”, “responsabilidad”, “deber”. Olvidando que previamente el espíritu medita, estudia y analiza su pasado para luego decidir la condición en la que va a venir con un nuevo cuerpo físico. Una vez aquí, ya con materia física, se nos vela el pasado para que no pueda condicionar o interferir en las tareas actuales. Por tanto, el sexo con el que venimos esta motivado por razones evolutivas de mucho peso; no es producto del azar, un capricho o un accidente donde pueda caber el victimismo.
En una balanza, mirando los beneficios espirituales que puede reportar el venir como hombre o como mujer, en líneas generales no hay color. Sin duda, el papel a desarrollar por la mujer se traduce en un progreso exponencialmente mucho mayor que el del hombre, si es capaz de cumplir con sus compromisos. Tal y como recoge también la obra de León Denis Después de la muerte: “Los espíritus afirman que, encarnándose con preferencia en el sexo femenino, el alma se eleva con más rapidez, de vidas en vidas hacia la perfección”.
Ahora bien, como nos indica en la misma obra el insigne espírita francés León Denis: “Sería absurdo tomar como pretexto los goces futuros para perpetuar las iniquidades sociales”. Necesitamos trabajar para superar las desigualdades e injusticias de género, mejorando la educación que corrija las deficiencias y los malos hábitos, marcándonos un camino que engrandezca a la mujer, porque de ello vamos a salir beneficiados todos, sin ninguna duda.
“La emancipación de la mujer sigue al progreso de la civilización”.
(Pregunta 822a, Libro de los Espíritus)
Hace falta también la claridad que nos proporciona el conocimiento espiritual, pero desde el respeto y la tolerancia a otras formas de ver las cosas. No obstante, firmeza para mantenerse en aquellos postulados que nos hagan mejores, que potencien las cualidades del ser humano, aunque puedan estar mal vistas por las corrientes de moda que menosprecian y condenan interesadamente un pensamiento distinto al suyo. Vivir acorde a esos principios superiores para ponerlos en práctica, tratando de ser un ejemplo donde libremente se puedan mirar todos aquellos que buscan respuestas y un camino claro y certero. Haciendo valer el precepto del Maestro Jesús: «El que tenga ojos, que vea, el que tenga oídos, que oiga». Mateo 13:1-9.
El papel de la mujer por: José Manuel Meseguer
© Amor, Paz y Caridad, 2018