El matrimonio es sin duda alguna el lazo que más condiciona nuestra vida. Es un vínculo voluntario que asumimos con plena libertad y con la persona que deseamos que comparta nuestra existencia. Supone una nueva etapa en la vida de dos personas que se unen porque se aman y desean principalmente formar una familia, desean poder llegar a ser felices juntos, uniendo sus voluntades, sus sentimientos, sus pensamientos y dando cada uno lo mejor que de sí posee al otro, y al proyecto común que entre los dos comienzan a forjar.
Si el matrimonio o unión entre el marido y la mujer se ha establecido con verdaderos sentimientos de amor y de cariño mutuo, si entre ambos existe esa atracción especial que va más allá del atractivo físico, entonces está forjada la base sobre la cual ese matrimonio puede ser duradero y estar llamado al éxito. Ese algo especial hace que la pareja que se ha unido en matrimonio pueda resistir las diferentes circunstancias o pruebas, llamémosles crisis o como queramos, que la vida en el devenir del tiempo nos va presentando, porque una persona que ama a otra como es lógico hará todo cuanto esté a su alcance para que su matrimonio no fracase, al contrario tratará de realizar todo cuanto pueda para fortalecer los lazos de unión con su pareja y acrecentar la correspondencia de sentimientos entre ambos.
Esto supone sin lugar a dudas un trabajo constante en la vida del matrimonio, un trabajo volcado en ese proyecto común del que son responsables los dos cónyuges. En este sentido hay que señalar que la función del matrimonio no consiste sólo en sacar a la familia adelante, como suele decirse, que no todos los intereses del matrimonio se han de concentrar en la propia familia, sino que es preciso que se tenga además una proyección social y humana que al mismo tiempo que aliente a la familia a mantenerse unida, sea capaz de crear los mecanismos que ayuden a todos a que tengan la oportunidad de manifestar su solidaridad, su respeto, sus deseos de ayuda, su implicación en una palabra en el contexto social.
La pareja debe compenetrarse de tal modo que entre ambos no existan fisuras de ningún tipo. El amor es el elemento que hace posible que cuando existan pareceres distintos, a través de la comunicación, se pueda llegar a un entendimiento, dando a prevalecer la razón a aquél de los cónyuges que más claridad de ideas aporte con relación al tema objeto de discusión.
La ayuda que los dos miembros de una pareja pueden prestarse en toda una vida es muy importante, pues si los dos están interesados en emprender un camino común, se facilitan la tarea el uno al otro, tratando entre los dos de recorrer ese camino por el sendero más fácil, y estando ambos alerta para que cuando uno de los dos se halle en peligro de estacionamiento o de equivocarse en un punto del camino, el otro puede advertírselo y hacerle comprender en dónde estriba su confusión.
Si no existe entendimiento entre ambos, y uno de ellos quiere enfocar su vida en un sentido, sin tomar en cuenta la situación en que deja al otro y, sin pensar en las consecuencias que pueda acarrear en los hijos, entonces es responsable de sí mismo y de adonde le va a llevar su experiencia. Aun así los dos cónyuges están obligados por el acto del matrimonio a ayudarse y a respetarse, tratando de hacerle la vida lo más llevadera y feliz posible a su pareja.
Un error en el que no debe incurrirse, es en entorpecerse el uno al otro, queriendo llevar cada uno su razón e imponerle al otro lo que debe o no hacer, pues así irrumpe en su libre albedrío y le obliga por otros caminos, sin amor y sin comprensión, a hacer lo que no está dispuesto dando pie de ese modo a que comiencen a caminar cada uno por su lado y en pos de intereses distintos.
Esta situación en la que cada cónyuge mira sólo por sus intereses y no da cabida al entendimiento y a un proyecto de vida común que sea el estímulo y un algo por el que luchar, genera en los hijos un estado de confusión y un mal ejemplo que dificulta mucho no ya sólo la educación de los mismos, sino que resta autoridad a los padres y confianza y autoestima en los hijos.
Peor es cuando uno de los cónyuges procura poner a los hijos en contra del otro, a escondidas y utilizando la falta de madurez y de experiencia de los hijos en su favor, ya que esto mina por completo el concepto de hogar, de unidad familiar, predisponiendo a los hijos en contra de su propio padre o madre, según el caso, privándoles así de una integridad familiar, de su armonía y de la educación que ha de ser compartida entre la pareja, fórmula ésta que hace la educación equilibrada y que permite que donde no llega uno de los cónyuges, sí puede llegar el otro, ya que los valores y formas de enfocar la educación son distintos desde el punto de vista materno o paterno.
Es recomendable por tanto, que los ‘padres procuren unir sus ideales, sus voluntades, sus pensamientos y sentimientos en ese proyecto de vida común que es el matrimonio, a fin de no sólo estrechar con vigor sus vínculos de afecto, de amor, de solidaridad, sino también de facilitar con su ejemplo la educación de los hijos.
Fermín Hernández Hernández
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