Algunos argumentos sobre estos dos aspectos | Libre albedrío como factor evolutivo.
El bien y el mal son dos aspectos contrapuestos consecuenciales del uso que las gentes hacen de su libertad o libre albedrío; libertad que la Sabiduría Cósmica concede al Espíritu humano.
A diario vemos personas con una tendencia bien marcada hacia la práctica del bien, así como otras personas inclinadas al mal. Y en los tiempos actuales podemos apreciar ya la existencia de organizaciones humanas orientadas hacia el bien, pero también organizaciones humanas orientadas hacia el mal en los diversos y lamentables aspectos; por lo que, algunas personas, juzgando por las apariencias, creen que el mal existe y que es algo esencialmente negativo. Sin embargo, el mal no es más que una consecuencia, un efecto de las actuaciones del ser humano (encarnado y desencarnado) haciendo uso de su libertad. Y en el curso de esta lección, será explicada brevemente la influencia y acción de los seres del mal (desencarnados) y como se contrarrestan.
Como ya conocemos, el Universo todo está regido por leyes sabias y justas. Leyes emanadas de la Sabiduría Cósmica, en un funcionamiento perfecto para el progreso y felicidad de todo lo creado. Y siendo el mal contrario al progreso y a la felicidad, la más elemental lógica nos lleva a la conclusión que el mal no es creación de Dios, sino de los hombres. Luego, el mal no tiene existencia propia sino resultado de la acción del hombre en el uso de su libertad. El bien, es la manifestación de la Ley del Amor. El mal es el efecto de la transmutación de la vibración positiva en negativa, cuando el individuo, desoyendo la “voz de la conciencia” (que es la llamada del Espíritu), se deja dominar por alguna pasión que le obceca y le torna intransigente, o por el egoísmo y ambición económica y de poder, que llegan a turbar la razón.
¡Cuántos se enredan en los caminos del mal, llevados por una ambición material que acaso les dé lo que anhelan; pero, perturbando su paz interna que vale más que la riqueza material, hipotecando la felicidad de vidas futuras!.
Otros, en su ambición de autoridad, sacrifican su propia conciencia y dignidad, prestándose para abusos de autoridad, creando con ello destinos futuros de dolor.
Ciertas mentalidades miopes que solo buscan el dinero y posesión de bienes materiales a cualquier precio, sin percatarse que van creando en su psiquismo una desarmonía vibratoria que les arrastrará irremisiblemente a la frustración. Y lo curioso es que no se percatan de ello hasta que han caído en ese estado, cuyos síntomas primeros son: el tedio, hastío y aburrimiento (que tratan de disiparlo en las diversiones) hasta caer en la ansiedad y desesperación. Porque, la riqueza material por sí sola, es incapaz de crear felicidad. Sólo el bien, en sentimiento y acción, puede generar felicidad. La ambición humana va creando para sí destinos de dolor en sus acciones de mal, efectuadas en su ceguera psíquica. La ambición, el orgullo y el amor propio, dominan a muchos y no les deja ver el precipicio de la frustración hacia el cual se encaminan inconscientemente.
Aquellos que, cegados por una pasión hacen sufrir o en algún modo hacen daño a sus semejantes, están creando y alimentando inconscientemente unas fuerzas que actuarán contra ellos mismos en el futuro, pasando por el sufrimiento y daño causado.
Aquellos que, para imponer su conveniencia o capricho pisotean la dignidad y los derechos de los más débiles, serán a su vez pisoteados. Aquellos que, para obtener un beneficio económico o posición, engañen o perjudiquen a los demás; están engañándose y perjudicándose a sí mismos.
Y de estas reflexiones fundamentadas en la Ley de Consecuencias o Causa y Efecto, podéis sacar conclusiones en los varios otros aspectos de la vida.
La práctica del mal es el mayor error que el ser humano pueda cometer. Y dado el primer paso en el camino del mal, se desciende rápidamente en la pendiente de ese camino, en el que medra el vicio y el crimen. Es en el comienzo cuando se debe reflexionar, antes de continuar descendiendo y caer en la perversidad.
Y, ¿por qué las gentes practican el mal? Sencillamente, por ignorancia, por desconocimiento de las consecuencias. Por tanto, es necesario llevar a las gentes el conocimiento de estos conceptos de verdad, y con ello estaremos contribuyendo a reducir el sufrimiento (al contribuir a evitar las causas), así como a la felicidad de esas gentes.
Cierto es que no todos os escucharán, ya que hay personas que en su ceguera mental y en su atraso evolutivo, no ven el sol de la verdad, y suelen resistirse a todo aquello que les aparte del fango en que se hallan. Para esos hablará el dolor.
No obstante, si lleváis a la comprensión de las gentes que toda acción de mal recaerá sobre el mismo que la haga, puede que en el momento os parezca que no le dan importancia; pero, esa verdad, ese concepto de verdad dado con amor, irá repitiéndose en su mente y rendirá su efecto.
No os dejéis engañar por la pasividad y el comodismo, que son fuerzas psíquicas frenadoras de las realizaciones e impedimento del progreso espiritual.
Nada ni nadie puede apartarnos del camino del bien, si estamos firmemente determinados a transitar por él. Las circunstancias y las fuerzas del mal pueden llegar a ejercer presión sobre nosotros, incidiendo en nuestras debilidades; pero, si recurrimos a nuestro poder interno y lo ponemos en acción, seremos invencibles. Haciendo uso del libre albedrío, podremos crear el deseo y éste mueve la voluntad que lleva a las realizaciones.
Nadie da ni quita la paz del Espíritu, pues ella se gana o se pierde en el camino elegido: hacia el bien o hacia el mal. Tenemos el libre albedrío, esa libertad de acción que, por sí sola nos refleja la sabiduría de las leyes divinas. De como la apliquemos, atraeremos hacia nosotros la felicidad o la infelicidad, nos elevaremos o nos hundiremos.
Hemos de considerar que, en las fases inferiores de la etapa humana, en la “infancia” espiritual, el Espíritu carente aún de las experiencias necesarias, es arrastrado por el egoísmo e inconscientemente cae en el mal; como podemos apreciar fácilmente en ciertos sectores de nuestro conglomerado humano. No obstante, al cabo de muchas y muchas vidas de error, el Espíritu va despertando y desarrollando sus facultades, va aprendiendo por medio de las vidas de dolor que el mal no debe practicarse. Y en cada nueva encarnación viene determinado a corregirse y vencer las tendencias que le han venido arrastrando al mal. Pero, inmerso de nuevo en la carne, pierde el recuerdo de su compromiso. No obstante, en un grado de intensidad mayor o menor, según sea el progreso alcanzado, el Espíritu manifiesta por medio de sensaciones que denominamos “voz de la conciencia”, su deseo de superación contra las atracciones y circunstancias del medio ambiente. Y muchos espíritus bien intencionados sucumben de nuevo, por no sobreponerse a las atracciones que sobre su personalidad ejerce el medio ambiente y las circunstancias.
La práctica del bien es el camino más seguro para nuestra redención. Pero, para que ese bien sea fructífero, hemos de hacerlo con amor, desechando toda idea de retribución, ni siquiera la de agradecimiento, y con ello evitaremos las desilusiones y las amarguras de la ingratitud. Toda acción de bien debe ser realizada con amor sentido, o al menos con deseo de hacer el bien por el bien mismo, con lo cual el alma va sutilizándose para permitir al Espíritu continuar su ascensión.
La práctica del bien es la que nos permitirá el rescate voluntario de nuestros hechos delictivos en el pasado. El mayor criminal puede abreviar largos años de sufrimiento que le correspondería por sus maldades, entregándose a la tarea del rescate, a través del servicio fraterno y benéfico a sus semejantes. Todos hemos cometido errores más o menos graves, todos somos deudores ante la Ley, por errores incurridos voluntariamente o arrastrados por las circunstancias. Y la práctica del bien es nuestra puerta de salvación.
Debido a que son muchos los humanos que hacen daño a otros, que actúan en el mal, presionados y obsesionados por las fuerzas negativas del astral inferior, o seres del mal desencarnados, necesario es hacer una breve aclaración:
Libre albedrío.- Como vamos conociendo, el fin primordial de la vida humana y de toda la creación, es progresar, evolucionar. Y a tal fin están orientadas las leyes divinas. Y entre éstas, está la ley de la libertad o del libre albedrío, que concede al ser humano la facultad de tomar sus propias decisiones y realizarlas, de modo que el Ser o Espíritu sea el forjador de sus destinos.
El Libre albedrío es el derecho que nos otorgan las leyes divinas para dirigir nuestra propia vida, en el ejercicio de la libertad de acción. Pero, con ello, adquirimos también la responsabilidad del uso que de él hagamos. Podemos escoger el camino del bien o del mal, tenemos libertad para ello; pero responsables somos de los resultados. Si tomamos el camino del mal en vez del camino del bien, tendremos que afrontar las consecuencias dolorosas que la práctica del mal genera. Esa es la Ley, y de la cual no podemos escapar, porque está inmanente en nosotros mismos.
Quien transite por el camino del bien, percibe una paz y armonía que hacen agradable la vida, y ayuda a superar las vicisitudes adversas que, para el desarrollo de las facultades del Espíritu, se nos presentan; con lo cual se engrandece y asciende. En cambio, si abusa de este derecho y se aparta libremente del camino del bien y del amor, practicando el mal, desarmoniza su vida y comienza a descender hacia los abismos de la desesperación y del dolor, retardando su ascenso espiritual. El libre albedrío es relativo, tiene sus limitaciones. Está condicionado al grado de evolución alcanzado. Por ello, la responsabilidad es progresiva. Así, a mayor conocimiento y sabiduría, mayor responsabilidad por su mayor capacidad de acción.
De todo lo expuesto puede decirse fácilmente que el mal no tiene existencia propia, sino como acción del hombre que, en su ignorancia, se desvía del camino del bien. El bien es la ley. El mal es la oposición a la ley. El bien sentido y practicado protege de las influencias de las fuerzas negativas, de las entidades maléficas, y va generando las condiciones creadoras de felicidad, mientras que el mal, atrae a las fuerzas negativas y va generando las condiciones causantes de infelicidad y dolor.
SEBASTIAN DE ARAUCO