EDITORIAL

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  El ser humano siempre se ha cuidado en exceso de guardar las apariencias, más inclu­so que de procurar que las mismas sean una realidad y no una mera imagen. 
 
  El saber popular, con sus conocidos refranes, nos advierte de esta situación, «Dime de lo que presumes y te diré de lo que careces». 
 
  Es evidente que todos deseamos automejorarnos y superar aquellas trabas e imper­fecciones que podamos tener, pero esta ilu­sión ha de ser afrontada con un trabajo continuo, nunca alardeando o haciendo pensar a los demás que ya lo hemos conseguido. 
 
  Lamentablemente, lo anterior se da en todas las facetas del comportamiento humano. Se nos hace entender que a nivel social se están aportando los remedios necesarios para eliminar el hambre, las guerras, la vio­lencia, etc., etc.; sin embargo, pasa el tiempo y vemos que todo sigue igual, como si se hubiera hecho muy poco para solucionar esos problemas. 
 
  Pero ello, no únicamente ocurre a gran escala, no, también acontece a nivel perso­nal, sin duda identificaremos situaciones en las cuales todos participamos. Queremos que los demás tengan un buen concepto sobre nosotros y no nos importa falsear la realidad para conseguirlo. 
 
  El peor error en que puede incurrir nuestra humanidad es querer engañarse a sí misma. Negar la realidad o disfrazarla con el mejor de los aspectos no cambia nada, al contrario, empeoramos la situación y permi­timos que ese «virus» encuentre un caldo de cultivo adecuado para desarrollarse aún más, estancándonos en nuestra ya escasa evolución. 
 
  Hemos de saber reconocer nuestros errores y seguidamente buscar el proce­dimiento adecuado para eliminarlos. El que se enfrente a esta búsqueda con buena voluntad y con predisposición para cambiar, sin duda alguna, encontrará la mejor solución a sus dificultades. 
 
  Nuestra conciencia nos recrimina las malas acciones pero también aclama las buenas. Por ello, cuando un espíritu pretende alcanzar la paz interior y por ende un cierto grado de felicidad, sabe que su camino ha de estar dirigido hacia la superación constante de sí mismo, de sus propias limitaciones, y del estímulo de sus cualidades morales, inte­lectuales y volitivas. 
 
  El «conócete a ti mismo» es la llave para observar nuestro estado espiritual, pos­teriormente aceptarlo y comenzar a trabajar por algo en lo que nosotros mismos vamos a ser los primeros beneficiados. Y sabiendo que para ello es preciso cultivar el amor al­truista, también estaremos ayudando a los demás. 
 
REDACCIÓN 



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