DIOS: FUERZA CREADORA

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El tema de Dios como concepto o idea resulta tan complejo como necesario, a pesar de las enormes limitaciones que tenemos como seres humanos, puesto que forma parte de nuestra naturaleza, de nuestra esencia más profunda, aunque algunos  intenten desdeñarlo o vivir de espaldas a el.

Mucho se ha escrito y hablado sobre el tema, así como las ideas recogidas desde la antigüedad por los grandes filósofos y pensadores, como es el caso de Aristóteles, Platón o Sócrates, entre otros. También como es natural, las grandes religiones, consecuencia de las enseñanzas de los grandes avatares de la humanidad, han manejado, conceptos, definiciones; aproximaciones mas o menos certeras, de lo que cada una interpretaba o conceptuaba sobre ese algo que denominamos Dios.

Existe un axioma que nos dice: “tratar de definir algo es una forma de limitarlo”; sobre todo cuando hablamos de elementos, por así decirlo, tan  amplios y profundos que no podemos medir ni tocar. Tampoco podemos caer en el error de confundir el ser con sus atributos.

Desde que el hombre existe, la intuición vaga sobre algo superior que nos rige y nos conduce, ha sido una constante vital en todas las épocas. Del mismo modo, a través de las distintas edades y culturas de la humanidad, el concepto de Dios ha ido evolucionando paulatinamente hasta nuestros días, paralelamente a la evolución del pensamiento humano. Comenzando por la idea muy remota en el tiempo, de asociarlo con las fuerzas de la naturaleza, es decir, aquello que no era capaz de controlar o dominar; proyectando sus miedos producto de la ignorancia en un Dios iracundo, caprichoso, al que se le debía de satisfacer para que estuviese contento o tranquilo. Los fenómenos de la naturaleza, como son erupciones volcánicas, terremotos, sequías prolongadas, ciclones, etc., que perturbaban la tranquilidad y eran causa de muertes, hambrunas, etc., a veces masivas, eran considerados como un castigo divino, señales inequívocas de que algo no se estaba haciendo bien.  De tal forma que muchos pueblos se veían en la obligación de hacer algo, algún tipo de sacrificio para aplacar la ira o la disconformidad del todopoderoso, simbolizado en una o varias deidades que lo controlaban todo.

Por tanto, el concepto de Dios ha estado asociado, prácticamente hasta nuestros días, con la idea de un ser antropomórfico, adaptado a nuestra idiosincrasia; en definitiva, a un estereotipo  producto de nuestras limitaciones e ignorancia. De ello no tuvieron la culpa los grandes maestros espirituales de la humanidad, sobre los que se asentaron las diferentes religiones que existen hoy día. El problema, como comentábamos anteriormente, residía en la tergiversación de las enseñanzas de sus mentores, en las interpretaciones limitadas de los hombres, transfiriéndolas a la cultura religiosa de los diferentes pueblos.

Nos ocuparemos brevemente en el maestro de maestros,  el ser más perfecto que ha pisado la Tierra como fue Jesus de Nazaret. El hablaba de un solo Dios creador del cielo y la tierra, pero sobre todo, de un Dios de amor. Además nos dejo un mandamiento fundamental: “Amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”

Como podemos observar, colocaba en primer lugar, como prioridad absoluta, el amar a Dios; lógicamente no podemos amar aquello que tememos o que no comprendemos. Por tanto, la primera obligación del ser humano es la de esforzarse por comprenderlo para poder amarlo.

No nos vamos a detener en cuestiones filosóficas respecto a las cualidades del Creador, salvo el mencionar que solo puede ser infinito, increado, y con todos los atributos de omnisciencia, omnipresencia, etc. La lógica nos indica que si le faltase algo ya no se podría considerar como el verdadero Dios, porque para serlo ha de encerrar todo tipo de perfecciones posibles.

Invariablemente la primera pregunta que nos viene a la cabeza es obvia; ¿como podemos comprender algo que es tan grandioso e infinito cuando nosotros estamos tan limitados todavía? Pues bien, sencillamente por los resultados de su obra, leyendo en el libro de la vida, donde se plasma la armonía perfecta, la gran sabiduría  que existe en todos los reinos de la naturaleza: mineral, vegetal, animal y hominal, para que se produzca una evolución progresiva.

Para poder llegar a las conclusiones anteriormente expuestas, necesitamos eliminar prejuicios, ensanchar nuestra conciencia, comprender la grandeza a través de el universo creado por El. Nuestro mundo es un granito de arena en una inmensa y vasta playa. No podemos concebir a estas alturas, en pleno siglo XXI que Dios creó una playa (Universo) para acompañar a un solo grano (planeta Tierra); esto sería absurdo y a la altura de viejos conceptos ya superados. “En la casa de mi Padre hay muchas moradas”, decía el Maestro. La ciencia astronómica moderna nos habla de miles de millones de galaxias en el Universo observados por los potentes telescopios, que nos acercan cada vez más a una realidad incontestable. El sentido común nos indica que Dios no ha podido crear algo sin una utilidad, sin una finalidad concreta, otra cosa es que todavía no alcancemos a comprender plenamente.

Con seguridad, la mejor definición del Todopoderoso que más se aproxima a la realidad y a la que hacían referencia, como decíamos, los grandes avatares de la Humanidad, es la que nos transmiten los propios espíritus en las informaciones recogidas en la codificación espirita de Allan Kardec. Cuando preguntaba qué es Dios, le responden: “Es la inteligencia suprema, causa primera de todas las cosas” Observemos bien la pregunta, no dice quien es.., sino qué es. Posteriormente vuelve a indagar: ¿Dónde puede encontrarse la prueba de la existencia de Dios? A lo cual responden: “En un axioma que aplicáis a vuestras ciencias: no hay efecto sin causa. Buscad la causa de todo lo que no es obra del hombre, y vuestra razón os responderá”

Por otro lado, hablar del origen de la vida consecuencia del azar o la suerte es una quimera, o dicho de otro modo, del caos o la nada no puede surgir algo con sentido. Por tanto, a poco que estudiemos y observemos, nos daremos cuenta de que el Universo esta inmerso en un programa evolutivo cuyas leyes son perfectas. De tal forma que el objetivo existencial del ser humano consiste en la adquisición y elaboración de una conciencia mas plena; desarrollando valores espirituales, transmutando las preferencias materiales por otras más trascendentes que nos sensibilicen, aquellas que nos transmiten la claridad suficiente para comprender mejor nuestra realidad espiritual, acercándonos, sin ninguna duda, a una mejor comprensión del Creador a quien se lo debemos todo.

Cuando seamos capaces de transformar la incomprensión y la rebeldía en sumisión consciente a la voluntad del Padre, al valorar que El tiene un programa de amor y progreso  establecido para nosotros, transmutando la indiferencia e inconsciencia en gratitud, apreciando lo que tenemos, considerando la vida como una preciosa oportunidad que nos va a permitir caminar hacia la felicidad, si la sabemos aprovechar. Todos estos elementos y muchos otros, a poco que reflexionemos, nos darán una idea más aproximada del significado profundo que tiene el Dios Padre. Aquel que generosamente nos brinda la oportunidad de crecer, comprenderle, amarle y respetarle, haciéndonos participe de su grandeza, de su obra.  Incluso, llegado el momento, colaborando con El. En un recorrido evolutivo que nos impulsará hacia la perfección, algo que nos debemos de ganar con el propio esfuerzo, pero que invariablemente, más pronto o más tarde tendrá que llegar.

José M. Meseguer

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