El día que Dios creó
las flores de blancas galas,
los pétalos consiguió
de un arcángel que le dio
blancas plumas de sus alas.
El día que Dios creó
la primer flor amarilla,
María se emocionó,
porque el Señor empleó
trocitos de su mejilla.
La luz del Sol irradió
la Tierra en las alboradas;
de tal forma, creo yo,
el Señor coloreó
las flores anaranjadas.
Le llegó el turno al carmín,
color que siempre acongoja…
Se ve tan bello el jardín
porque Dios creó, al fin,
la flor de corola roja.
Gran idea del Señor,
blanco y rojo en aderezo;
la paleta del Pintor
vio nacer otro color:
el sonrosado del brezo.
Las praderas y las hojas
de verde se revistieron;
y el madroño… ¡paradojas!,
hizo Dios sus frutas rojas,
y sus flores verdes fueron.
Cuando Dios las flores crea,
las da su toque divino
y de azul las colorea:
más oscuro en la “Ipomea”;
más claro en el jazmín chino.
El Señor se ha inventado
otro nuevo colorido
con el que nos ha obsequiado:
el lilac con su morado
y su perfume incluido.
Cuando Dios, el Creador,
inventó la rosa negra
nos hizo grande favor,
pues con su bello negror
también el alma se alegra.
Sigue el Padre con su rol
de hacer novedosas flores:
una camelia, una col,
un narciso, un girasol…
todas le rinden loores.
La Luna rogó al Señor:
-Sería un dorado broche
ver abrirse alguna flor
antes del primer albor.
Y Él creó el galán de noche.
Con más flores yo podría
seguir y seguir rimando,
pero nunca acabaría
de rimar esta poesía,
pues Dios las sigue creando.
Jesús Fernández (Guardamar, 17-20 de noviembre de 2016)