La pobreza es en la que el Ser espiritual adquiere sus primeras experiencias, y es la prueba consecuencial de todo rico que haya derrochado o hecho uso de la riqueza para sí solamente (egoísmo). Y en las más de las veces, es para doblegar el orgullo y la soberbia.
La riqueza es la prueba que todo pobre de hoy ha de pasar, y así tener la oportunidad de remediar algunos de los males por los cuales en sus existencias anteriores sufría. Es una prueba difícil, y más peligrosa que la pobreza y aún la miseria, aun cuando en nuestra apreciación humana nos parece lo contrario; ya que la riqueza suele desviar por los caminos del placer, de la vanidad y del orgullo, y endurece el alma para realizar el bien; creando con ello causas de dolor futuro. Salvo casos excepcionales, el rico no es feliz, porque la riqueza en sus bienes materiales no hace la felicidad, antes al contrario, crea infelicidad; ni es libre sino esclavo de su propia riqueza y de su ambición, hasta que aprenda a superar las pruebas de la riqueza, mediante una vida sencilla y fraterna, condición necesaria para una vida feliz. El lujo en cambio, lleva al hastío, a la molicie y al vicio, complica la vida y es una carga muy pesada en la ascensión espiritual.
Los bienes espirituales son muchísimo más valiosos que todos los bienes materiales que podamos ambicionar.
La autoridad, en las diversas modalidades: civiles, políticas, judiciales, económicas, etc., son aspectos por los cuales tiene que pasar el espíritu en el largo camino de la evolución, a fin de desarrollar en sí, el concepto de equidad y justicia.
Y es en las múltiples experiencias en el devenir de las vidas sucesivas que, a través de las injusticias y abusos de poder que la inexperiencia y falta de amor conducen, y el dolor consecuencial; que el Ser espiritual va aprendiendo a ser justo y bondadoso, que es la meta de esta clase de pruebas.
Dentro de los tres grupos citados, se presentan aspectos inesperados, que son pruebas para el Espíritu, a fin de adquirir las experiencias necesarias para alcanzar la sabiduría. Y solamente observando con detenimiento las circunstancias, podremos identificarlas.
Las incomprensiones, las ingratitudes, las críticas mordaces y venenosas de los ineptos, los ataques de los malintencionados, por ejemplo; las injurias y las ofensas de diverso modo, oprobios, calumnias, etc.; son algunas de las pruebas por las que hemos de pasar y superar, hasta alcanzar la meta liberadora de los mundos inferiores.
«Sufrir con paciencia las adversidades de flaquezas de nuestro prójimo», reza una parte del catecismo cristiano. Y este concepto tiene un fundamento psicológico, aunque muy pocas veces comprendido; pues la actitud contraria conduce a la intolerancia y con ella a la desarmonía afectiva, de consecuencias desagradables y perjudiciales en la vida humana y en el proceso evolutivo.
Las adversidades que la vida humana nos presenta, son necesarias para desarrollar la fortaleza espiritual. Naturalmente que, como humanos nos desagradan. Y nos desagradan, porque acostumbramos a enfrentarnos a ellas en actitud egoísta de rechazo, y no de valentía y determinación de superarlas, cual corresponde.
Y al respecto de pruebas, analicemos algunas frases de un mensaje:
«Si llevas la cruz contra tu voluntad, la encontrarás siempre más pesada, y no obstante, es preciso que la sufras». «Si llevas pacientemente la cruz de tus penas, recibirás fuerzas superiores, que te sostendrán y conducirán, infaliblemente, al término deseado en que no sufrirás más; pero, esto no será en la Tierra». «Si rechazas una prueba, otras posiblemente encontrarás más penosas”.
En modo alguno esto significa castigo ni represalia, sino debido a que, cada rechazo o evasión de cualquier problema o vicisitud adversa, se debilita y siente con mayor intensidad las siguientes. Por ello, muy necesario es no rebelarse nunca, y sí aceptar las adversidades de la vida y aprender a superarlas. Pues, las adversidades de la vida, así como los sufrimientos de tipo kármico o expiatorio aceptados con resignación resultan menos pesados, a la vez son oportunidades que, aprovechadas y superadas, fortalecen al Espíritu para su ascensión. Por ello, todo intento de superación y perfeccionamiento, toda ascensión, requiere esfuerzo. Y sin esfuerzo, sin sacrificio, no hay ascensión posible.
Sebastián de Arauco