Afrontamos en esta ocasión desarrollar uno de los valores del que posiblemente estemos más necesitados en la actualidad presente, debido a los innumerables desacuerdos y enfrentamientos que dividen a la sociedad en general. Desacuerdos a todos los niveles, que generan conflictos, desavenencias, rebeldía, malestar en general. Y una sociedad que está dividida y rota, por la falta de concordia, no puede conciliar una vida en paz y orden.
Fundamentalmente, para llegar a crear un espíritu de concordia, es preciso que tengamos voluntad y deseos de lograrlo. Muchas veces carecemos de esta voluntad, preferimos vivir con odios o querellas enquistadas, no saber nada del otro, ignorarlo, o lo que es peor, vivir indefinidamente enfrentados a él. Lo normal en estos casos es pensar que llevamos toda la razón, que de una u otra forma se nos ha ofendido, se nos a faltado el respeto, se ha abusado de nosotros, etc. etc. Lo que sea, da igual, el caso es que sólo vemos la paja en el ojo ajeno, y no entrevemos la viga en el nuestro.
Esto supone lógicamente un verdadero obstáculo para poder llegar a convivir en buena unión y armonía con los seres que nos rodean. Si creemos que tenemos toda la razón, no estaremos dispuestos a ceder ni un ápice. Comienza aquí toda una serie de procesos en nuestra mente y en nuestro corazón, que sólo van a conseguir, aumentar mucho más la raíz del problema y enmarañarlo hasta cotas inusitadas, no vamos a ser capaces de parar ese proceso y, en consecuencia, las fuerzas poderosas de baja condición del mundo espiritual van a potenciar “la discordia” con toda esa serie de pensamientos y sentimientos que lejos de ayudarnos a descubrir nuestros defectos y errores, nos amplificarán y harán ver mucho más grandes los defectos y errores de aquellos con los que tenemos algún desacuerdo.
La Ley de Afinidad juega en estos casos un papel fundamental, pues en la misma medida que damos paso a considerar errores y defectos en los demás, estamos ocultando los nuestros, y sólo atraemos a nuestro raciocinio justificaciones que refuercen la manera de atentar contra el otro; en ese momento nos aliamos a fuerzas negativas que explotarán nuestros defectos sumiéndonos en una vorágine de confusión.
Tener la razón, (si es que la tenemos), no es suficiente. Cuando creemos que estamos armados de razón, actuamos con todas nuestras fuerzas en contra del otro, perdemos el valor de la conciliación, y normalmente actuamos de manera desmedida y con falta de respeto, destacamos los fallos y errores del otro, nos importa más atacar y dejar en evidencia, actuamos como niños enfadados y de ese modo acabamos perdiendo la razón.
Con esta actitud lo que conseguimos es poner a la defensiva a nuestro “enemigo” porque en realidad en el fondo de nuestro corazón lo consideramos enemigo, rival, contrincante. Es aquel que nos ha hecho daño, y lo tiene que reparar por encima de todo, en lugar de intentar hallar una solución que, razones aparte, una fraternalmente a las personas con ese espíritu de concordia y de conciliación que es lo primordial.
Conciliar significa dejar a un lado las razones, para allanar el camino, para tender puentes y conseguir que en nuestra mente y corazón no prosperen los sentimientos inferiores que sacan de nosotros nuestro lado más primario. Significa perdonar, tolerar, comprender, ceder, dialogar, etc. etc. normas de comportamiento que ayudan a establecer lazos de unión y simpatía entre las personas, lazos de afecto y cariño que son las armas que poseemos para rodearnos de un halo de conectividad positiva, tanto entre las personas, como entre los buenos espíritus.
Una actitud mental positiva, una conducta siempre prudente y conciliadora, nos hará rodearnos de fuerzas espirituales superiores que nos procurarán el amparo, la protección y una inspiración siempre inclinada a no culpabilizar a los demás de nuestras desdichas o carencias, sino siempre buscar el modo de corregirnos y buscar el ambiente de armonía y equilibrio tan necesario en nuestras relaciones.
Es muy frecuente advertir serias controversias y disputas entre personas que tienen una relación muy directa. ¿Cuál es el motivo? No es otro que los defectos e imperfecciones que todavía anidan en el carácter. Sin darnos cuenta nuestros instintos nos llevan a querer dominar el entorno. Queremos tener plena preponderancia en nuestra parcela, son los restos de nuestra naturaleza inferior, son los ecos del egoísmo y del orgullo; sino dominamos nuestra parcela nos sentimos débiles, dominados, y los defectos nos juegan una mala pasada, eso es algo que debemos advertir y vigilar para que los mismos no supongan una tara para el perfecto equilibrio y convivencia armónica con nuestros seres más allegados y queridos.
Para todos aquellos que pretendemos desarrollar una vida espiritual, y una mejora en nuestra conducta, aquellos que deseamos elevarnos por encima de los defectos, que son la base de todos lo problemas de la sociedad, tenemos que saber ignorar nuestros egoísmos y orgullos infantiles, para limpiarnos y saber sacar provecho de estos hechos, no justificándonos si tenemos o no razón en nuestros argumentos, sino impidiendo que las bajas pasiones y defectos nos dominen y dejen en evidencia las carencias espirituales que tenemos.
“El corazón tiene razones que la razón no entiende”
Pascal (matemático y filósofo francés s. XVII)