(Viene del número anterior)
Pongámonos hoy mismo, firmemente, a no dar cabida en nuestra alma a esos sentimientos ruines y ponzoñosos que, poco a poco, irán enfermando ese alma y después el cuerpo. Mas no demos cabida en la mente a pensamientos mezquinos, que irán ensombreciéndola y amargando la vida. Porque, la envidia, celos y
malquerencias, convierten la vida humana en un tormento, y mucho peor al pasar el umbral del más allá.
malquerencias, convierten la vida humana en un tormento, y mucho peor al pasar el umbral del más allá.
Por ello debemos rechazar esos enemigos de la paz interna. Y debemos rechazarlos en el momento mismo en que los motivos que puedan crear esos sentimientos hagan su aparición en nuestra vida. Rechacémoslos con la fuerza de la voluntad puesta en acción, y la vibración amorosa que debemos mantener siempre para nuestra felicidad.
Ejercitemos y desarrollemos en nosotros el Amor, ese sentimiento generador de dicha que nos ayudará a comprender y perdonar las incomprensiones e imperfecciones de los demás.
Como fue expuesto en la lección sobre el odio y el perdón, sólo amando podremos contrarrestar la influencia de las fuerzas negativas e impedir la penetración en nuestra alma de sentimientos ruines.
Recordemos en todo momento, que las fuerzas negativas tratarán de desviarnos del camino de superación que hemos emprendido, y que presionarán en nuestra mente humana con pensamientos negativos de múltiples aspectos, para desviarnos; y que, si no estamos alerta, esas interferencias pueden pasar inadvertidas y esos pensamientos pueden parecemos nuestros. Más aún, puede que en cierto momento, ante el avance de algunos compañeros llamados a tareas de servicio fraterno, surja en algunos de nosotros el sentimiento negativo de la envidia o de los celos.
A este respecto, escuchemos parte de un mensaje:
«No miréis jamás con envidia ni con recelo a quienes puedan superar lo que vosotros no habéis podido superar todavía, ni a quienes puedan avanzar más rápidamente que vosotros. Debéis rodear de amor a esos seres, no permitiendo jamás que vuestros pensamientos o vuestros sentimientos tengan una sola vibración negativa de celos o de envidia; sino que, aquéllos que obtienen esas realizaciones también dan mucho de sí como espíritus y como humanos; pues han debido enfrentar la opinión de las gentes ignorantes y la presión de las fuerzas negativas, y en consecuencia, ellos merecen y necesitan el amor de todos vosotros, que habrá de servirles de fuerza y de sostén.»
«Debéis saber que, más adelante, en otra etapa de vuestra vida espiritual, en el trayecto de vuestra evolución, vosotros lograréis también esas mismas superaciones y las mismas realizaciones, ya que para ello sólo es necesario que tengáis deseo de superaros y ansia de vivir y ser útiles a vuestros semejantes. Las tareas de servicio en vuestra escuela irán siendo asignadas a quienes corresponda realizarlas, no todos podéis ser llamados al mismo tiempo, pero sí, todos sois llamados para practicar la fraternidad tan necesaria en vuestro ambiente materialista y hedonista.»
NOTA.- Hedonismo: Sistema de vida que considera el placer como el único fin de la vida humana.
Bien conocemos ya, que en cada encarnación, en cada vida humana, traemos lo conquistado en las vidas precedentes, aun cuando como humanos no tengamos conciencia de ello. Venimos con las tendencias y cualidades de nuestras vidas anteriores.
Y ley de progreso es, desarrollar las cualidades positivas, así como disminuir y superar las negativas, las que impiden nuestro progreso y felicidad, a fin de avanzar unos pasos más en ese largo camino de la evolución, que nos conducirá a la felicidad plena, si escuchamos y seguimos las indicaciones de la conciencia espiritual, que trata y se esfuerza en guiarnos siempre por el camino de la evolución, que es la perfección.
Y cuanto más rápido alcancemos esa meta, tanto más pronto quedaremos libres de las encarnaciones en los mundos físicos de dolor.
Por todo ello, necesario es proponernos firmemente a superar nuestras imperfecciones, esforzándonos cada día en controlar nuestras emociones, así como nuestros pensamientos y sentimientos, que son la fuerza impulsora de nuestros actos.
Sebastián de Arauco