A FERNANDEZ EN SU ANIVERSARIO 

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  Poco a poco, los que un día conocimos, van volando a las regiones de la luz, dejando su envoltura carnal en esta tierra, Tierra de promisión para unos; mundo de expiación para los más: lugar en donde los espíritus que en el atraso y la ofuscación han vivido, encuen­tran un pequeño oasis en relación con las tierras que
habitarán: sitio de sufrimiento para la inmensa mayoría de los que reen­carnamos por haber antes en este mismo planeta prevaricado, no habiendo sabido, por nuestra pereza de voluntad y nuestras malas pasiones, elevarnos a esferas de luz, hasta que, como el águila remonta su vuelo hacia elevadas regiones, dejemos esta inhospi­talaria Tierra para los mundos del espacio. 
 
  Tienen estos aniversarios un doble objeto: el recuerdo de los seres queridos a quienes los dedicamos, y el propósito, que debemos renovar, de perseverar en el camino emprendido para proseguir con entusiasmo la empresa comenzada, que nunca terminará. 
 
  Encierra, en efecto, nuestro espíritu, un germen de infinito perfeccionamiento; es siempre susceptible de alcanzar más y más de lo que ya ha logrado, en la esfera del saber y el bien. Como el horizonte sensible aparece siempre nuevo a medida que caminamos, el horizonte racional de nuestra inteligencia, el círculo de irradiación de nuestro ser se dilata de esfera en esfera, hasta abarcar mucho más espacio y componer métodos y sistemas, sintiendo vibrar en nuestro ser la onda tenue en que se agitan multitud de seres que sienten y aman. 
 
  ¡Fernández! Tú has sido inteligencia preclara que has iluminado el camino de nuestra terrenal vida. Has mostrado al hombre el más allá que le conduce a nuevos adelantos y le has indicado el único camino que para conseguirlo es necesario: el cumplimiento del bien. 
 
  En las horas en que el corazón gime angustiado por las amarguras de la vida; en que la tristeza nos invade al contemplar tanto dolor y sentirnos tan pequeños para remediarlo, debemos volver los ojos hacia tu espíritu para que, desde las serenas regiones donde moras, nos prestes ayuda para darnos ánimo y valor en nuestros propósitos. 
 
  Debemos ser mensajeros de la Buena Nueva que has proclamado y con tanto atur­dimiento defendido; debemos imitarte en tu incesante propaganda y tu rudo trabajar; debemos continuar con afán tu labor em­prendida . 
 
  Mostremos a los demás la aurora de paz que se anuncia con las verdades del Espiritismo. Que todos, desde el hombre encanecido por el trabajo y por la edad, hasta el niño, que en los primeros años balbucea las palabras más tiernas que su madre le enseñó, vean que hay un más allá para consuelo de nuestras esperanzas y satisfacción de nuestras ilusiones más bellas. Que no es Dios, el Ser vengativo y cruel que condena por toda una eternidad a los que no confiesan un dogma ni creen incomprensibles misterios, sino el Ser, todo Amor y todo Bondad, la infinita Perfección, que concede a sus hijos cuantas vidas necesitan para ir adquiriendo valor y méritos por sí propios. 
 
  Así como tras la bruma, presentimos la claridad, y en medio de la tormenta, la calma, tengamos la esperanza firme de que este estado social de opresión oscurantista y de abyección moral ha de pasar a impulsos del progreso, como la nube empujada por el viento, para dejar paso al sol espléndido de la luz y la verdad. 
 
  Nuestra eterna gratitud a los bien­hechores de la humanidad que, como Fernández, ayudan a los hombres a llevar mejor la pesada carga de la vida, y nuestro imperecedero recuerdo a los seres queridos que han infiltrado en nuestra alma el amor más puro y bendito: el amor a la ciencia y la virtud. 
 
 
MANUEL SANZ BENITO
 
 
 
Artículo extraído de la revista «La Luz del Porvenir» de Barcelona número 33, de fecha 19 de diciembre de 1.895. 
 
Sirva este artículo como homenaje en la desencarnación de Fernández Colavida, el 1 de diciembre de 1.888.
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