Asignatura pendiente
Hace un año aproximadamente escribí un artículo titulado Educación para la muerte, alusión al miedo que, en general, experimenta el espíritu encarnado a la hora de desencarnar; un miedo causado por el desconocimiento de lo que es, en verdad, lo que llamamos muerte. Esa es una asignatura pendiente de los seres encarnados: asignatura olvidada voluntariamente por el miedo a lo desconocido; como si dejándola escondida pudiera llegar a desvanecerse, desapareciendo. Pero ese olvido voluntario no la hace desaparecer, y de cuando en cuando nos asalta, como por ejemplo en este caso, por el cual he vuelto a reincidir en el tema.
A propósito de esta terrible crisis sanitaria que sufrimos a causa del virus que tantas vidas se ha cobrado, un querido amigo me confesaba su miedo, no tanto al virus en sí, sino a lo que pudiera acontecer después de la muerte; aún más, cuando siempre había negado que existiera ese después. Esto es, por tanto, la falta de preparación e información, esa información que, aun a nuestro pesar, con el transcurso de los años vamos a recibir.
Cuando al pasar los años el vigor de nuestro cuerpo nos abandona; cuando las fuerzas físicas se agotan; que se llega a la vejez y con ella la evidencia de que, más tarde o más pronto, deberemos partir, nos damos cuenta de que aquello que quisimos ignorar es más que evidente, y entonces nos envuelven los miedos ante tal evidencia. Vamos a morir y lloramos nuestra muerte.
¿Cómo podemos despojarnos del miedo? ¿O, mejor aún, no llegar a sentirlo?, preguntaba el querido amigo.
-Educación para la muerte.
Aprender, y más tarde enseñar, que somos algo más que un cuerpo; que a ese cuerpo lo anima una fuerza a la que llamamos alma o espíritu, y que procede de un mundo al cual deberá regresar, lo que le da el carácter de inmortalidad.
Enseñar y aprender que el paso por la Tierra de esa alma es un proyecto de trabajo que debe realizar dentro de un número de años que, evidentemente, ignoramos, pero que tendrán su cumplimiento (como quien se embarca para hacer un crucero, y acabado el viaje debe abandonar la nave).
Aprender que, cuando, nos miremos a nosotros mismos, comprendamos que, efectivamente, lo que vemos es materia; hermosa, pero perecedera. Hermosa porque es una composición divina, y todo lo que es divino es hermoso. Y perecedera porque fue hecha para albergar a lo que realmente somos: Espíritu, y este es quien tiene que hacer el trabajo, y la materia es su herramienta.
El espíritu es, pues, creación de Dios, y es creado inmortal; el trabajo a realizar es colmarse de virtudes y valores morales para acreditar su condición de inmortal. A la herramienta le es concedido un tiempo que el espíritu debe saber aprovechar; y cuando la herramienta, cumplido su tiempo se deteriore y agote, abandonarla con determinación, pero con respeto; no olvidemos que es una composición divina. Y entonces, cuando el alma deba partir, no tendrá miedo, porque habrá aprendido desde el comienzo el porqué ha encarnado y cuál es su destino final. Quizá llore, pero su llanto tendrá otro significado: será similar al llanto del cisne, tal y como nos lo relata Sócrates poco antes de verse obligado a beber la cicuta:
Los cisnes, cuando sienten que van a morir, cantan mejor que antes; con la alegría de ir a reunirse al dios a quien sirven. Pero los hombres, con el temor a la muerte, calumnian a los cisnes diciendo que lloran su muerte y que cantan de tristeza… prevén los bienes de que van a gozar en la otra vida… (Sócrates, en Diálogos, de Platón, página 101).
Aprendamos, pues, a morir igual que los cisnes, pues nuestro final es la eternidad. Solo se extingue la materia.
Asignatura pendiente por: Mª Luisa Escrich
© 2020, Amor, Paz y Caridad.