Desde lo más hondo de mi corazón,
a Dios le suplico por la Paz del mundo;
porque no haya guerras, odios ni rencores
y todos los pueblos se fundan en uno.
Porque la victoria del Bien sobre el mal
se haga realidad de una vez por todas
y puedan los hombres quererse y amarse,
y abrazar la luz en vez de las sombras.
Para que la antorcha del Espiritismo
proyecte sus haces de luz y de amor
sobre los caminos de la intolerancia,
del mal y las sombras, de la negación.
¡Basta ya de guerras, de luchas y enconos,
de orgias de sangre, dolor y crueldad;
de supersticiones, sofismas y engaños
que al mundo le imponen las fuerzas del mal!
¡Basta ya, Dios mió, de tanto dislate,
de tanta injusticia, locura y terror,
y venga a nosotros fu reino de Paz,
de amor y concordia, justicia y perdón!
Ten piedad, Dios mió, de este mundo ingrato
que a espaldas camina de la luz del Bien
y cifra en las sombras del materialismo
sus ansias de gloria, de dicha y placer.
Abrenos del alma las puertas al Cielo
para de Tu influjo recibir la luz
y ver los caminos de la Vida Eterna,
donde desde siempre nos esperas Tú.
Para comprender de Tus Justas Leyes
el equilibrado plan universal
y no rebelarnos ante el sufrimiento
y los sinsabores de la adversidad.
Danos la Templanza y la Caridad
para hacernos fuertes ante el enemigo
y vencer las sombras de la imperfección,
que al paso nos salen en nuestros caminos.
Para que Tu Reino de Amor y de Paz
se haga realidad en la faz del mundo
y podamos todos querernos y amarnos,
sin odio y sin traumas yendo hacia el futuro.
Porque en Ti, Dios mió, sólo en Ti radica
la felicidad del género humano,
y mientras que el mundo no lo reconozca
seguirá sufriendo, gimiendo y llorando.
Llevará en tinieblas la pesada cruz
de su imperfección y sus desatinos,
huérfano de amor y de caridad,
sin ver de los Cielos la luz y el camino.