TRISTE REPETICIÓN
Ya de nuevo la guerra entre los hombres,
ya de nuevo las armas en acción;
ya de nuevo la sangre corre a raudales
y el mundo se estremece de pavor.
Ya de nuevo el sadismo de los mortales
se recrea en el crimen y la matanza,
y se convierte en látigo de Atila
para cuantos ansiamos la paz del alma.
Ya de nuevo la vida cede a la muerte
los destinos del mundo, la dirección,
y el dÍa se convierte en noche oscura
para cuantos soñamos con el amor.
Para cuantos amamos la libertad
y el derecho a ser libres de pensamiento,
a que nada se imponga por la fuerza
sino por la razón y el buen criterio.
Hoy sangran las heridas milenarias
del odio y el rencor, de la impiedad,
y los humanos se matan, se aniquilan,
por el placer morboso de matar.
Porque no saben amarse
comprender ni perdonar;
porque se olvidan de dios,
del alma y del Más Allá.
Por el dominio del mundo
y la fuerza del poder;
porque prefieren el mal
a la práctica del bien.
Por tantas y tantas cosas
se aniquilan sin piedad,
que no es fácil comprender
su forma de ser y actuar.
¿Dónde es que están los hombres del mañana,
los héroes forjadores de la paz;
los que hagan de la Tierra una mansión
de amor y comprensión universal?
¿Dónde los adalides del progreso,
los bienaventurados del Señor
que sepan inmolarse por el Bien
y el triunfo de la luz y la razón?
¿Dónde las almas buenas, generosas,
dispuestas a servir, sufrir y amar,
que sepan olvidarse de si mismas
por el bien de los demás?
No saldrán de los campos de batalla,
sino de la bondad del corazón;
del respeto a la Vida y el progreso,
de la fraternidad y el amor.
Del triunfo de la luz y la razón,
del culto a la Verdad y la Justicia;
del destierro del mal y la ignorancia,
la superstición y la mentira.
De cuanto es noble y justo, meritorio,
de cuanto eleva al hombre a las alturas
y lo hace mensajero del amor,
de la fraternidad pauta segura.
Cuando el Reino de los Cielos
se haga posible en la Tierra
y los hombres no se maten,
se amen y se comprendan.
Mientras tanto la historia se repite
y los hombres se matan sin piedad,
no dejan más que ruinas a su paso
y se olvidan del logro de la Paz.
JOSÉ MARTÍNEZ FERNÁNDEZ