LEY DE EVOLUCIÓN IV

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El concepto de evolución ha avanzado mucho en los últi­mos tiempos. Tan atacado en su origen por las mentalida­des dogmáticas, mentes anquilosadas, ha tomado impulso vigoroso en este siglo de avance en todos los aspectos de la ciencia y la razón.

Comenzó siendo una hipótesis, básica para la investiga­ción, para algunas mentes más claras, llegando a ser una teoría académica, fundamental para el estudio como ley de la vida. Primero, en el campo de la zoología por el gran naturalista francés Lamarck y otros, extendiéndose a todos los campos de la vida manifestada, y sostenida hoy por la ciencia moderna, y hasta por muchos científicos dentro de las diversas corrientes del cristianismo.

La evolución como ley cósmica, ley divina, trasciende a todos los aspectos de la Naturaleza; porque, evolución es un transformismo continuado hacia formas más complejas en lo morfológico y un desarrollo constante en lo psí­quico.

Toda manifestación de vida, y aun todo aquello que nos parece materia inerte, está en constante movimiento y transformación. De aquí las mutaciones ya comprobadas en las diversas formas del reino mineral, así como vegetal, animal y hominal.

Todo cuanto existe, nace con su ley, constituye la expre­sión de una ley; no puede existir si no es como desarrollo de un principio, siguiendo una ley. Y el ser humano, al igual que todos los demás aspectos de la vida manifes­tada, está inmerso en esta gran ley divina: Ley de Evo­lución.

Toda forma de energía, que es vida, desde el átomo al hombre, está comprendida en esta fuerza cósmica, dentro de un transformismo evolutivo. Lento, muy lento en las formas inferiores, presionando cada vez más en las formas más evolucionadas, en relación al desarrollo del psiquismo.

La personalidad humana en su estado actual, es el resul­tado de una larga evolución, en lo físico, psíquico y espiri­tual. Como dista mucho, todavía, de la meta —la perfec­ción— sigue avanzando hacia ella, en el tiempo y en el espacio, empujada por esta fuerza cósmica, que es ley de la Vida.

Aun cuando, cada fase evolutiva tiene su tiempo mar­cado dentro de esa eternidad que tenemos por delante; ya en la etapa humana, el mayor o menor tiempo empleado en alcanzar la meta, depende del individuo mismo. Ante esta premisa, puede que alguno piense… —entonces, no hay prisa en llegar, ya que tenemos toda una eternidad por delante. Quien así pensare, toma una actitud desacer­tada; ya que, cuanto menos avance en su camino de pro­greso, cuanto menos se esfuerce en progresar, más sujeto estará a las encarnaciones en los mundos atrasados de vidas penosas.

Dado el concepto limitadísimo que los humanos tenemos del tiempo, la evolución se nos presenta como muy lenta; pero, no de un salto se transforma en perfecta una huma­nidad atrasada. Como dice el filósofo Pietro Ubaldi, en su obra: «La Gran Síntesis«: «Los perezosos, los retardados, los holgazanes y viciosos, pesan enormemente sobre los más ade­lantados. Y no sólo pesan, sino que se sublevan contra todos aquellos que se empeñan en hacerles avanzar por el verdadero camino. Es tanto el atraso moral y espiritual de nuestra huma­nidad, que ésta cobra aversión y hasta odio a todo el que lucha por sacarla de su charco de fango, en medio del cual se encuentra muy a gusto, por falta del conocimiento de su propia realidad, de la verdad de la vida».

Sólo unos pocos, con una capacidad perceptiva más de­sarrollada, pueden apreciar el avance arrollador de esa energía cinética y fuerza creadora. Los más, avanzan incons­cientemente, arrastrados por esa fuerza poderosa, que to­ma aspectos diversos de manifestación en las relaciones humanas.

En las formas inferiores de vida, esta fuerza, esta ley de la vida, las impele a un constante movimiento de transfor­mación, hacia formas más complejas y perfectas. Y, ya en la etapa humana, la ley de evolución sigue también (aun­que lentamente para la percepción humana) la transforma­ción morfológica hacia formas más perfectas; pues, nues­tra humanidad no ha alcanzado aún el avance morfológico de las humanidades más evolucionadas de otros mundos.Pero, donde la ley actúa con más fuerza, es en el psi-quismo, creando en el individuo el deseo de nuevas con­quistas, con nuevas experiencias, en todos los órdenes de la actividad humana; aun cuando éstas tengan el aspecto de luchas y violencias.
Nada de lo que sabemos y tenemos en nuestro mundo, en la actualidad, satisfará al hombre del mañana, con una mayor capacidad mental (intelectiva, volitiva, creativa, etc.) que, el individuo considerado hoy como sabio, podrá com­pararse al escolar del mañana.

SEBASTIAN DE ARAUCO

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