Desiderio César Fernández
Hay seres en este mundo humildes y buenos, empeñados en realizar una de las obras de Caridad más sublimes, hacer felices a los demás; hacer que, por un par de horas, se olviden de sus preocupaciones, de sus dolores, de sus sinsabores…
Uno de esos seres buenos y nobles fue Desiderio César Fernández; a muchos madrileños, como yo, nos proporcionó muchos de esos momentos.
Alguien dijo que el tiempo es el gran aliado del olvido, lo cual concuerda con mi propio criterio; así, hoy apenas nadie que no arrastre evocaciones del pasado, recuerde o sepa quién fue nuestro protagonista. No son muchos los datos que se conocen de él. Se sabe que procedía de la provincia de Cuenca, un pueblo de nombre Torrubia del Campo. Quizá arribó a Madrid buscando, como muchos otros, mejores condiciones de vida, que no siempre se logran, y nuestro amigo se ganaba el sustento como barrendero.
César era un alma noble, un hombre bueno como ya hemos apuntado; era amable, simpático y servicial, y… era un artista, un poeta, un dramaturgo. «Hay algo misterioso en torno a su figura», se decía… Y César no recogió solo basura de las calles, César recogió todo cuanto pudiera servir de alimento a su mente creadora. Y un día, los madrileños contemplábamos admirados cómo César construía un ¡teatro!, con todos aquellos materiales que fue recogiendo: ladrillos, cascotes, mármoles, escayolas o cerámicas, materiales abandonados en los vertederos. Hay constancia, a través de documentos y fotografías, del extraordinario teatro con capacidad para setenta personas, y un apartado como biblioteca y su propia vivienda. Como dijo un ilustre periodista de la época (no recuerdo el nombre), «este es un teatro que admiraría el gran Gaudí, o el mismísimo Churriguera…».
Nuestro César era autor, actor, empresario, taquillero y acomodador de su teatro del Manzanares, pues fue allí, en sus orillas, donde volcó todo su talento creador. Todos los domingos, a las siete de la tarde y por el módico precio de dos reales, había función, con la sala iluminada con botes de carburo; y en tiempo frío, colocaba una estufa de leña. Mis hermanos y yo fuimos más de una vez espectadores en aquel hermoso teatro, que fue bautizado con el nombre de Curva de Zésar.
Las representaciones de Curva de Zésar, calificadas por él mismo como «dramas sintéticos», fueron tan populares que no era difícil encontrarse con personajes tan relevantes como Torrente Ballester o César González Ruano (otro César ilustre). El mismo diario ABC reseñaba en sus páginas los dramas de «este Shakespeare del Manzanares». Una de sus últimas obras la estrenó con el título de Desiderio V, rey de la Esperanza.
Son estos mis recuerdos de aquellos años en torno a personajes y lugares que dejaron una huella en el alma, que hicieron historia, a veces triste a causa de su desenlace.
La finca en la que se hallaba el precioso teatro fue expropiada para la canalización del río, y el Curva de Zésar fue demolido. Hoy sus restos, si es que queda alguno, descansan debajo de la M-30.
En este punto es donde se ahondan los recuerdos, las vivencias y las desesperanzas, en donde esos recuerdos se tiñen de tristeza a causa de la indiferencia, y el viento de los tiempos barre inmisericorde el pasado más hermoso. Este viento fue dispersando el recuerdo del Curva de Zésar y el de su bondadoso creador.
En una entrevista que le hicieron, dijo:
–Yo siempre he creído en lo que hacía, y he luchado contra la indiferencia, pero jamás perdí la esperanza.
¡Bravo, César! Culminaste tu obra creadora; sembraste felicidad, pero no pudiste vencer a la indiferencia. Moriste como mueren los seres nobles y los grandes creadores, entre el olvido y la indiferencia, en una triste buhardilla de un viejo edificio a orillas del Manzanares. Pero yo sé, querido César, espíritu humilde y bueno, que allí en donde ahora resides el buen Dios, que siempre premia, te habrá mandado construir otro Curva de César, en donde podrás volcar toda tu creatividad para deleite de tantos otros espíritus que, al igual que tú, lucharon contra la indiferencia, pero jamás perdieron la Fe ni la Esperanza.
Gracias por regalarme momentos de felicidad.
Desiderio César Fernández por: Mª Luisa Escrich