Estoy, Señor, consternado
por los crímenes del mundo,
que con desprecio profundo
reniega de tu legado.
Ya no hay principios divinos,
ya no hay principios humanos
que frenen a los tiranos
y vulgares asesinos.
Dios no existe para el hombre
que se entrega al terrorismo
y mata por fanatismo,
por más que invoque Su nombre.
Ese Dios no es verdadero,
es un símbolo del mal
que el humano irracional
maneja, astuto y artero.
Es un ardid del engaño,
de la astucia un argumento;
de la falacia instrumento
y la injusticia el amaño.
Es la humana negación
del Dios del Amor fraterno,
del Padre justo y Eterno
que mos inclina al perdón.
Dios es Amor y no mata,
Dios es Verdad y no miente;
Dios el crimen no consiente
ni al que le ofende maltrata.
Dios es Antorcha Divina
que ilumina las conciencias,
y de todas las creencias
el fanatismo abomina.
Es la Bondad soberana
y la Justicia Perfecta,
y la redención, la meta
de la imperfección humana.
El hombre, para ser libre,
no necesita matar;
le basta con perdonar
y que en amor siempre vibre.
Del yugo de sus pasiones
romper las férreas cadenas,
y conquistar por las buenas
a los demás corazones.
Pues las cadenas reales,
las verdaderas cadenas
que abruman y causan penas
son aquellas pasionales.
El hombre que así lo entiende
no equivoca su camino,
modifica su destino
y hacía las cumbres asciende.
No retarda su progreso
por más que el mundo le ignore
y de su acción no valore
la evolución y el progreso.
No es fácil este camino,
no es fácil esta ascensión
para todo corazón
con ansias de lo Divino.
Mas sin esfuerzo no hay nada
que se pueda conseguir,
y es preferible el subir
que abismarse en la bajada.
Convertirse en asesino
o despótico tirano,
practicando lo inhumano
e ignorando lo Divino.
Pues el corazón del hombre,
sin freno de una moral,
se convierte en un chacal
y prostituye su nombre.
José Martínez Fernández