El hombre consciente y responsable de sus actos, comprende que los mismos han de ser lo más acertados y positivos posibles de cara a sus semejantes. Así, procurará ante todo, comportarse de forma que lejos de perjudicar, ayude.
Se necesita de un constante esfuerzo y dedicación para ir cada día a más dentro del terreno de la ayuda y la superación. Para ello son muchos los medios y formas de conseguirlo. Lo primero que debiéramos hacer, sería conocer la naturaleza de nuestros pensamientos, sentimientos y actuaciones. Es útil saber si éstos son del todo positivos, si se pueden mejorar, si ayudan a otras personas o sólo satisfacen nuestros deseos y, en definitiva, cualquier otra pregunta que nos ayude a conocernos mejor a nosotros mismos y nuestras relaciones con los demás.
Seguidamente, procurar mejorar al máximo aquellas actuaciones o comportamientos que por nuestra parte sean inadecuados. Resulta difícil en ocasiones distinguir lo positivo de lo negativo, pues muchas actuaciones que tenemos son reprensibles por otras personas e ignoramos hasta qué punto son en realidad perjudiciales. No es una tarea fácil, pues a ello se ha de consagrar toda la vida si queremos obtener buen fruto; sin embargo, desde siempre hemos contado con ejemplos y enseñanzas que personajes ilustres nos han ofrecido, las cuales nos facilitan el camino. A este respecto, el Evangelio de Jesús nos muestra claramente un sendero más a seguir, no el único, pero sí uno que de ser llevado a la práctica nos beneficiará tanto a nosotros como a los demás, enormemente.
Cada uno en su caso particular ha de adecuar las normas morales que crea más eficaces, a fin de ser los verdaderos forjadores de una personalidad más digna conforme pase el tiempo. Asimismo, es conveniente que estemos plenamente convencidos de lo que vamos a realizar, para que en todo momento surja de nosotros la iniciativa de ir aspirando a más.
Se piensa en cierto fanatismo cuando se oye hablar de una idea espiritual determinada, y en ocasiones se puede incurrir en ello si vamos arrastrados y no pensamos las cosas por nosotros mismos. Es vital para la persona escoger y hacer las cosas por ella misma, sin dejarse llevar por los prejuicios, condicionamientos sociales o el «qué dirán».
Conocemos muy poco de nuestro interior, sólo una pobre parte de lo que manifestamos. Además, confundimos lo que son nuestros deseos, hábitos y pensamientos, con esa personalidad escondida que pide «a gritos» salir a relucir. Sería positivo que la conociéramos e incentiváramos más, a fin de que se vaya desarrollando a fuerza de práctica.
Ahora bien, cuando empecemos a mostrarnos tal como somos, no creamos que todo está hecho, al contrario, nos saldrán comportamientos y actuaciones que no son correctos, y que será preciso corregir a la vez de incentivar aquellas manifestaciones que sean positivas. Si nuestro deseo es avanzar y progresar a nivel interno, sabiendo que esto también entraña el ayudar más y mejor a los demás, entonces llegaremos a la conclusión que hemos de aportar a todos lo que de verdad somos y sentimos, procurando no conformarnos nunca con lo realizado, a fin de mejorarlo constantemente. Así, no tendremos temor a actuar, pues sabremos que cada día nuestro comportamiento es más correcto y no tendremos nada de lo que avergonzarnos.
Unos de los principales inconvenientes con los que el ser humano se enfrenta son el temor y la comodidad. Ambos coartan a la persona, impidiendo que se manifieste tal como debe y piensa que ha de hacer.
Si tememos equivocarnos, lo más probable es que rehuyamos las situaciones y perdamos claras oportunidades para colaborar con los demás, yendo en detrimento de nosotros mismos. Anularemos así nuestra ilusión y nos sentiremos incapaces de hacer nada bien. Hemos de desterrar ese miedo; pongamos ganas y corazón y si nos equivocamos, que no sea por falta de buena intención; será la única forma de ir adquiriendo seguridad en nosotros mismos. Muchas veces comprobaremos que hacemos mejor las cosas de lo que pensábamos, y que poniendo lo mejor de nosotros en todo momento, seremos capaces de brindar una ayuda positiva a los demás.
Por otro lado, hemos de alejar la comodidad de nosotros, pues ésta nos hace fijarnos en nuestra conveniencia en vez de en la ayuda que necesitan los otros. Por causa de la comodidad, enormes cualidades y posibilidades de muchas personas pueden ser desaprovechadas, de ahí el dicho: «Hace más el que quiere que el que puede”.
Además, el miedo al “qué dirán» tampoco ha de coartar nuestro libre albedrío. Sólo ha de hacerlo cuando nuestros pensamientos, sentimientos o actuaciones no sean correctos, pero mientras no sea así, hemos de tener seguridad en lo que estamos haciendo.
Ser uno mismo, tampoco consiste en imponer a los demás, en pretender que acepten nuestros criterios o ideas; no debemos olvidar que los demás también tienen derecho a ser ellos mismos y que hemos de respetarles. El saber ceder en cosas de poca importancia, tolerar y comprender a los demás, no nos resta personalidad; al contrario, nos la da. La base de la consideración y el respeto mutuos ha de edificar nuestro carácter a mejor.
Asimismo, no pensemos que para ser uno mismo hemos de dar rienda suelta a nuestras imperfecciones. No significa esto, pues así lo único que conseguiremos será enturbiar nuestra imagen y no dejar que se manifieste ese interior que constituye nuestra real e imperecedera personalidad.
Seremos de verdad nosotros mismos cuando demos paso a esas cualidades internas que llevamos, las cuales nos encauzarán hacia el constante perfeccionamiento; por una parte, de nuestras relaciones con el semejante y, por otra, del propio progreso, para que dichas relaciones, lejos de estancarse, sean día a día más completas y ofrezcan a todos mayor clima de simpatía y confianza.
J.G.