CONGRESO NACIONAL DE ESPIRITISMO 1981

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LA MORAL ESPIRITA

En el hombre existen dos aspectos: el material y el espiri­tual. El primero es transitorio y perecedero; mientras que el segundo, es trascendental y eterno.
De los valores o atributos que éste, el espíritu, posee en su intimidad, el más importante es el Amor, como lazo de unión entre Dios y el hombre. Por eso, la moral espírita está basada en el Evangelio de Jesús, y está
regida por las leyes inmutables y perfectas que gobiernan todo el universo infinito y cuya más sublime manifestación está en la Ley del Amor. Ley que nos permite y capacita para evolucionar espiritualmente, alcanzan­do con ella la Perfección, con su consecuente felicidad y ven­tura eterna.
La moral espírita tiene como requisito principal el Amor espiritual, que es el amor altruista, fraternal y universal. Este amor espiritual, se sintetiza en los dos conceptos predicados por Jesús: «Ama al prójimo como a ti mismo» y «trata a los demás como quisieras ser tratado».
El amor real y verdadero parte del aspecto espiritual, que siempre encamina su atención hacia el beneficio de nuestros semejantes, sin esperar nada a cambio. Se manifiesta por el simple placer de ayudar, teniendo como finalidad lo trascen­dental, es decir, buscando el beneficio espiritual más que el material.
Por esto, la moral espírita, deja de ser una simple suma de reglas de comportamiento para con los demás, como la moral humana; convirtiéndose en una manifestación libre, espontánea y natural en nuestro actuar, fruto de nuestra sensibilidad espi­ritual y del avance evolutivo que debernos de poseer. Por lo tanto, hablar de moral espírita sin tener bien claro el sig­nificado grandioso que encierra el amor espiritual, es no com­prender totalmente el contenido de dicha moral.
Como manifestaciones más sublimes y bellas del amor es­piritual, están, la amistad incondicional, el servicio desinteresado y la caridad abnegada; actuaciones que expresan un con­tenido puro y elevado de moralidad y que son los tres pilares fundamentales de la moral espírita, destacando la caridad, como bien resaltada la dejó Allan Kardec.
También necesitamos de la Fe, porque sin ella la moral espírita tiene muy poco sentido, ya que la fe vivifica los sen­timientos espirituales y estimula el optimismo, el ánimo, el entusiasmo y la alegría de vivir. Si el Amor y la Sabiduría son las dos alas por las cuales el espíritu vuela hacia la perfección, la fe es la cola, el timón, que pone sentido y dirección a nuestra mirada hacia el Creador.
La moral que debe de llevar a cabo un auténtico y ver­dadero espiritista, será aquel comportamiento que tienda a ser universalista; significando con ello, que lo esencial y real en cada ser humano, es su espíritu como esencia divina, con­siderando a todos los hombres por igual, con el mismo dere­cho de expresión, de libertad, de respeto y de fidelidad. De esta forma, el espírita sincero, a la hora de hacer el bien no tendrá en cuenta fronteras, razas, credos, ni nada que sea puramente material. Para ello, deberemos considerar el con­cepto de la libertad, significando ella, el libre pensar y la libre actuación con responsabilidad en todos nuestros actos, con el respeto hacia nuestros semejantes sin alterar la libertad del prójimo; comprendiendo que nuestra libertad material ter­mina donde empieza la de nuestro semejante, pues sin estos requisitos la libertad no es real ni verdadera.
En su contenido más profundo, el sentido total y esen­cial de la libertad radica fundamentalmente, en los principios espirituales que encaminan a dicha libertad a su plena satis­facción; deduciéndose, que la verdadera libertad es la espiri­tual.
Así la moral espírita nos hará liberarnos de los prejuicios mundanos, de los convencionalismos sociales y de los precon­ceptos científicos, para no atarnos a nadie, ni condicionarnos a nada. El espírita debe de ser abierto a todo y universalista con todos, pues, para amar de verdad, hay que hacerlo con ple­na libertad.
También la moral espírita nos enseña, que sólo el recto pensar y el recto actuar, nos conducen a la paz espiritual, esa paz interna, real y verdadera, que únicamente se consigue, cuan­do hacemos el bien a nuestros semejantes sin esperar recom­pensa.
«Se reconoce al verdadero espiritista por su transformación moral y por los esfuerzos que realiza para dominar sus malas inclinaciones»; palabras del excelso codificador, que dan a entender, que no basta conocer la moral, sino, que es menester su práctica y el empeño suficiente en renovarnos interiormente, para poder adaptarnos a ella. Por consiguiente, la moral espírita no tiene mérito, valor, ni grandeza alguna, si no nos transfor­mamos íntimamente; si no realizamos una profunda renova­ción espiritual por medio del conocimiento de uno mismo. Só­lo cambiando individualmente, podrá cambiar la sociedad.
El conocerse a sí mismo es la clave del verdadero espírita, ya que éste, tiene como deber el conocerse tal y como es en realidad y no como aparenta ser externamente; porque sólo de esta forma se realizará espiritualmente y podrá conseguir una mejor manifestación de su conciencia.
Hablando de moral espírita, no podemos olvidar, el claro discernimiento entre el bien y el mal. Como en el Libro de los Espíritus está escrito, el Bien es conformarse a la Ley de Dios, estando de acuerdo con ella. Pero hay que señalar, que es nece­sario una autocrítica imparcial diaria de nuestros propios de­fectos para superarlos; sólo así, podremos acercarnos verdade­ramente a la Ley de Dios. Para poder hacer el bien correcta y acertadamente y mejor ayudar al prójimo, necesario es, po­nerse siempre en el lugar de los demás, dándoles lo que ver­daderamente necesitan y no lo que nosotros creemos, ya que sólo así, podremos servirlos limpia y dignamente.
El gran impedimento o enemigo para la total realización y práctica de la moral espírita, y por consiguiente obstáculo para nuestro progreso espiritual, es el materialismo. Para com­batirlo adecuadamente, se requiere de la virtud; pero no culti­vándola externamente, como una regla condicionada por siste­mas humanos, sino despertándola internamente. Viviendo en la virtud estaremos poniendo en práctica los auténticos postu­lados morales del espiritismo.
Para concluir, es necesario conocer, que la virtud por excelencia es la humildad, corno lo dejó manifestado el sublime Maestro Jesús, cuando afirmó: «cualquiera que se enaltez­ca será humillado; y el que se humille, será enaltecido».

JNB


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