WILLIAM SHAKESPEARE
El destino es el que baraja las cartas, pero nosotros somos los que jugamos.
William Shakespeare
A esta sentencia del genial dramaturgo inglés podríamos añadir que la vida es una partida de naipes que todos estamos obligados a jugar. En efecto, por la Ley de Reencarnación que nos enseña la filosofía espiritista sabemos que todo ser humano está obligado a pasar por la materia cuantas veces sean necesarias para progresar y alcanzar el grado espiritual al que estamos destinados. Por eso, más tarde o más temprano debemos bajar a un planeta (nosotros, por el momento, a la Tierra) y tomar un cuerpo para vivir las experiencias materiales. O lo que es lo mismo, debemos sentarnos a la mesa de juego para participar en la partida.
A continuación llega el destino que nos comenta Shakespeare y reparte las cartas, o sea, distribuye las pruebas que debemos enfrentar; pruebas que, si lo piensan bien, van a ser en el fondo muy similares, porque todos adolecemos de los mismos defectos a eliminar. Sin embargo, cada juego va a ser diferente porque cada uno viene con prioridades en lo referente al trabajo íntimo.
Seguimos. Ya tenemos cada uno nuestra mano. Una mano que puede variar en el número de cartas, según sea el juego que vayamos a emprender (mus, póker, canasta, bridge… léase eliminación de soberbia, avaricia, egoísmo…); y aquí entra el libre albedrío para elegir la manera de jugar: ¿Voy con la mano que tengo? ¿Me descarto? ¿Cuántos naipes nuevos solicito del mazo? Debo pensar muy bien mis movimientos, porque en la partida no estoy solo; hay otros jugadores, cuyas decisiones me van a afectar, lo quiera o no. ¿Y quiénes son estos otros jugadores? Claro, todos aquellos que van a acompañarme en la vida, bien desde el principio o añadiéndose en su transcurso: Familiares, amigos, vecinos, compañeros de trabajo, enemigos… Su juego interactuará con el mío, lo que me obligará a variar la perspectiva de la partida. Cuántas veces no habrá pasado que la aparición de cierta persona en la vida de otra ha modificado por completo el «destino» inicial de esta. Pero, evidentemente, cambió porque el segundo también decidió motu propio asociarse o seguir las indicaciones del primero. Si el resultado fue bueno, podemos decir que ganó la mano; pero si fue un desastre, habrá que esperar a la mano siguiente, con la lección bien aprendida para jugarla de otra manera.
En fin, nosotros jugamos merced a la libertad de opción que hemos recibido de lo Alto, tal y como dice el escritor. Y una vez acabada la partida (la existencia en curso), haremos el tanteo de puntos para ver si hemos ganado y cuánto. Porque yo soy de la opinión de que toda vida en el mundo reporta algo positivo, algo útil para ser aprovechado en la siguiente existencia… en la siguiente partida de cartas.
¿Qué opina usted, querido lector?
William Shakespeare por: Jesús Fernández Escrich