Para muchas personas de nuestra sociedad, la vida del día a día, se ha convertido en una lucha continua por sobrevivir. Mayores de todas las edades, niños y jóvenes, están viviendo un momento de la historia social, moral, y económica, que pone de manifiesto los pilares en los cuales se ha basado nuestra sociedad, «el egoísmo y la vanidad». Ambas actitudes incompatibles con el buen hacer de cualquier sociedad que aspire a un orden más equilibrado en todos los niveles, con respecto a sus conciudadanos. Sociedad y espiritualidad, lejos de ser ajenas la una con la otra, son las dos caras de la misma moneda, ya que van implícitamente juntas e inseparables.
La sociedad establece vínculos con los individuos que la forman, y la espiritualidad guía a estos, por el camino correcto de su desarrollo mental y espiritual como entidades espirituales que son.
Los valores éticos y morales, son necesarios para establecer una sociedad de orden, de equilibrio firme y seguro, donde los individuos que la forman, puedan sentirse seguros y llevar a cabo, aquello por lo cual están en la Tierra, la propia evolución.
Una evolución conforme a una serie de propósitos de orden espiritual, donde prime siempre la ética en su mayor expresión. La moral es cualidad en el individuo que poco a poco y a lo largo de sus diversas existencias, ha ido consiguiendo y comprendiendo, para poder caminar con cierta seguridad, por el camino de la justicia, de la razón, de la comprensión. Para más tarde, servir de guía a aquellos que necesitan comprender el fin de la vida en la materia.
Nacimiento y muerte, se repiten de forma constante, ininterrumpidamente. Deberíamos preguntarnos el porqué de ambos sucesos. ¿Leyes espirituales? o todo ocurre sin un fin o principio; sin una causa primera y última.
No será que los hechos que ahora ocurren, nos hagan plantearnos la vida, nuestra existencia más a fondo. Buscando el porqué de todo ello. Acaso, nos sirva para reflexionar que somos más vulnerables de lo que imaginamos. La propia naturaleza nos enseña de sus potenciales, de sus movimientos del planeta. Nos hace ver, que en un instante, todo puede desaparecer delante de nuestros ojos. Este hecho, debería de hacernos verdaderamente humildes y caritativos. El planeta se comparte, la sociedad se experimenta con sus mayores logros de orden evolutivo.
Cuando viajamos a países cercanos al nuestro, vemos las diferencias sociales existentes. Observamos como viven y conviven unos con otros; sus relaciones; sus progresos sociales y morales. La educación de sus habitantes, los comportamientos y los cuidados que le dispensan a la naturaleza.
Las diferentes sociedades viven en un continuo progreso social y espiritual.
A lo largo de la historia, el ser humano ha rechazado una de las Leyes más poderosas que siempre ha existido: «La Ley del Amor”. No es un concepto abstracto, lejos de los individuos e inalcanzable. Está muy cerca de nosotros, está en cada uno de nosotros.
Si comenzáramos a practicarla se erradicaría el hambre y la pobreza y todas las formas existentes de perjuicio social en un instante. Cuidaríamos los unos de los otros, basándonos en la fraternidad como orden social y espiritual, capaz de cambiar el orden actual.
Sólo abandonando todo aquello que nos impide progresar en la sociedad, estaremos preparados para realizar ese maravilloso viaje juntos, el de la propia evolución en compañía del resto de hermanos.
Una sociedad donde se trabaje no para tener más, sino para vivir mejor.
Una sociedad en la cual la moral del ser humano esté por encima de cualquier otra categoría. Una sociedad donde existan como pilares básicos la humildad y la caridad, la buena voluntad y el servicio entre todos. Ayudándonos a realizar el trabajo por la comunidad y para la comunidad y no sólo para unos cuantos. Poco a poco, los diferentes sistemas políticos, económicos, religiosos y sociales, irán cayendo para dar paso a un orden totalmente diferente. La sociedad está en un proceso del cual, es imposible escaparse, porque nadie escapa del deber de la propia evolución. Puede pararse, estancarse, pero no puede llegado el tiempo, permanecer inactivo, precisa del movimiento, del trabajo interior, hacia mejores y mayores metas. Ya que la propia sociedad, debido a su progreso espiritual inmanente, alcanzará a todos, llevando en sí misma los objetivos de dicho progreso.
Hay muchas resistencias en todos los órdenes de la vida, como por ejemplo dejar el poder egoísta y servir a los diferentes pueblos. Hay resistencia en las religiones, a abandonar sus fanatismos que los mantienen presa de la ira y la violencia e indiferencia. Más aún, resistencia a abandonar el poder del dinero, y repartir entre todos aquellos que necesitan ayudas en todos los sentidos. Nada más echar una rápida mirada sobre el mundo que habitamos y, vemos los diferentes desajustes y desequilibrios por todo el orbe.
E irremediablemente se nos presenta la batalla final, la del cambio interior, del cambio de conciencia como necesidad fundamental para poder realizarnos como seres humanos y como espíritus que somos.
Para transformar la sociedad, hemos de transformarnos cada uno de nosotros interiormente. No cabe sólo cambiar lo de fuera, lo de fuera cambiará cuando nosotros cambiemos. La espiritualidad es la energía capaz de cambiar al hombre en su totalidad, cuando éste, esté preparado para dar el paso.
Seres humanos armados de espiritualidad, es lo que hace falta en esta Tierra, que poco a poco se apaga. Seres humanos comprometidos con la evolución interior, con el compromiso de cambiar y erradicar todo aquello que lo hace inferior. Pues sólo abandonando éstas inferioridades, es como puede vivir dignamente.
Sociedad y espiritualidad, aún siendo inseparables, el hombre las vive y siente como separadas. Estamos desligados del objeto espiritual como objetivo primero.
Nos han enseñado a lo largo de siglos, a vivir separados, los unos de los otros, nos han enseñado por tanto, a vivir divididos, para ser manipulados. Todos, todos somos hermanos y, hasta que no interioricemos este hecho, hasta que no sintamos su importancia, jamás podremos salir adelante.
La sociedad es el lugar en el cual, cada uno de nosotros se desarrolla dentro de sus posibilidades, y al ritmo que cada cual, es capaz de seguir.
La espiritualidad guía a los hombres por el sendero de la conciencia que ha crecido y madurado, y está lista para gobernar en todos los ámbitos humanos. La sociedad no tiene sentido si no está acompañada de la espiritualidad, y viceversa.
La clase actual de sociedad, dice mucho de aquellos que nos gobiernan. Y también de los gobernados. La falta de justicia, de humildad, de caridad, de amor en definitiva, es lo que nos lleva al calvario de la desesperación, al desorden social y económico, a la pobreza y falta de dignidad. Estamos viendo,sintiendo y experimentando, lo que a lo largo de nuestras existencias, hemos ido cultivando. El odio, el rencor, el resentimiento, la lucha de unos con otros, porque nos han educado para que sintamos a los demás como enemigos, en vez de como amigos verdaderos, donde apoyarnos. Una sociedad de individuos que viven en auténtica fraternidad y unión, es difícil de manipular o alienar, porque son capaces de vivir con un alto grado de conciencia, de educación basada en valores dignos de almas que dejaron atrás, la lucha interior, la venganza y el odio. Y tan solo les mueve el amor fraterno.
Por todo ello, sociedad y espiritualidad, jamás pueden separarse, de la realidad en la cual estamos sumergidos. Sin la espiritualidad, que es la parte de los sentimientos más nobles existentes en cada uno de nosotros, no es posible vivir en armonía, en paz, en dicha y progreso. La espiritualidad se aprende y experimenta en el hogar materno; lugar este, de dicha y consuelo; de educación moral y buenos sentimientos; de principios basados en el amor a los demás; y más tarde, todo el conjunto, será vertido de ese ser humano íntegro, al resto de los componentes de la sociedad. Dando como fruto, personas que viven y crean armonía, en un mundo tan falto de ella.
Una sociedad sin espiritualidad, es una sociedad muerta que tarde o temprano, sufrirá verdaderas convulsiones, por vivir sólo de lo material y no reparar en los sentimientos de unión y amor. Una sociedad carente de espiritualidad, es un ser inerte, autómata e incapaz de reflexionar sobre donde le llevan sus pasos.
Si imaginamos por un momento una sociedad basada en la verdadera espiritualidad, la veríamos totalmente diferente; podríamos percibir sus destellos que se crean, sus vínculos con los demás y nos sentiríamos hermanos y no ajenos.
Sería el triunfo al cual está destinado el hombre, a vivir en armonía con sus semejantes.
A experimentar el deleite de poder compartir sin miedo a ser rechazado, mal tratado u olvidado. Nuestro amado guía planetario Jesús, el cual ha sido y es mal interpretado, por diferentes razones, y una de ellas es la no comprensión de su mensaje universal, como es » amaos los unos a los otros, como yo os amo». Nos dice la fórmula para vivir en paz, sin conflictos entre nosotros. Sin luchas ni guerras. Y sin embargo, hacemos todo lo contrario, odiarnos. ¿Somos conscientes de la carga religiosa que lleva la frase anteriormente comentada? sin embargo, tenemos que reflexionar y pensar que sólo es a través del amor como podemos convertir, nuestras vidas de sufrimiento, en vidas llenas de dicha y júbilo. Y que esas palabras, deberían de ser un bálsamo para nuestras almas, tan necesitadas de amor. ¡Hermanos! amémonos. Esta es la receta para vivir de forma digna. Para dejar todos los obstáculos a un lado, y seguir caminando con paso firme, hacia metas más altas.
«Una sociedad sin espiritualidad, es como un jardín sin flores. Es una rosa sin perfume.»
Anónimo.
José Francisco Diez Vicedo
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