Nikolái Vavílov nació en Moscú en 1887. Pertenecía a una familia de comerciantes y se dice que hablaba quince idiomas. Pasó parte de su infancia en una aldea donde pudo conocer de primera mano los malos usos agrícolas que desembocaban en la pérdida de numerosas cosechas, con el consiguiente desastre humano para el campesinado. Por eso, conocedor de las hambrunas que sufría su país debido a las duras condiciones climáticas del mismo, decidió dedicar su vida a buscar la manera de mejorar las especies agronómicas para que fuesen más resistentes al frío, a las sequías, a las enfermedades, etc. Para ello era preciso estudiar a fondo la genética de las especies, y diseñó un gran plan de trabajo basándose en las leyes de Mendel y otros científicos.
El plan era monumental. Durante milenios, los agricultores habían ido seleccionando las especies de plantas comestibles que daban mayor producción y mejor sabor. Pero en este proceso (absolutamente natural), los genes que conferían otras propiedades importantes, como la resistencia a enfermedades y a bruscos cambios del tiempo, se habían perdido; se disponía de plantas de más calidad, pero más débiles. Era, pues, consciente de que solo la diversidad genética podía garantizar mayor y mejor productividad en los cultivos. Organizó y participó en más de cien expediciones por todo el mundo para buscar y recoger semillas, no solamente de las variedades cultivadas, sino de las propias especies silvestres de las que aquellas procedían. El gobierno de Lenin, dándose cuenta del poder económico que esto conllevaría, apoyó a Vavílov en su proyecto, pues veía que podría convertir a la URSS en líder mundial de la producción de alimentos. Conseguir variedades altamente rentables que soportaran la climatología extrema del país más extenso del paneta era un sueño posible, y para lograrlo el investigador no dudaba en tomar contacto e intercambiar conocimientos con científicos de todo el orbe. Esto le llevaría a la desgracia, como se verá más adelante.
De resultas de sus viajes, consiguió reunir más de 300.000 semillas diferentes que fueron guardadas fundamentalmente en Leningrado, en uno de cuyos palacios zaristas se había fundado el mayor banco de semillas de su época. Vavílov llegó a tener a más de 25.000 personas bajo su mando, que trabajaban en bancos de semillas, laboratorios y granjas de cultivo diseminados por toda la Unión Soviética.
Pero como ya apunté, el sueño de acabar con las hambrunas de la humanidad se truncó. A la muerte de Lenin accedió al poder Stalin, con un modo de pensar mucho más extremista. Influenciado el nuevo líder por otro científico «adepto al régimen» llamado Lysenko, se estimó que las ideas progresistas de Vavílov, y sobre todo sus postulados científicos apoyados en hombres de ciencia, como Mendel y Darwin, tomados por burgueses capitalistas, no eran acordes con la ideología marxista pura, y a nuestro protagonista se le consideró enemigo del pueblo. Fue expurgado y enviado a Siberia, a un gulag, donde falleció de hambre a los 56 años de edad. El hombre que se obsesionó con alimentar al mundo se fue de él de malnutrición, según dicen algunas fuentes alimentándose en los últimos meses con repollo congelado y harina mohosa.
Bien. Siendo Vavílov el protagonista del artículo, quiero hacer extensivo el homenaje a sus colaboradores y trabajadores de la Academia de Ciencias Agrarias de la Unión Soviética por una razón muy concreta. En efecto, durante el sitio de Leningrado, en la II Guerra Mundial, el ejército nazi sometió a la ciudad a un bloqueo total, lo que provocó una gran hambruna entre su población. En la Academia de Ciencias Agrarias existía, como hemos visto, un gran banco de semillas de especies comestibles, cuyo cultivo podría haber paliado la falta de alimentos. No obstante, esto habría supuesto la pérdida de un inmenso bagaje genético vegetal, por lo que sus miembros decidieron conservarlo, aun a costa de perder la vida ellos mismos por inanición. Semejante acto heroico es menester que sea recordado y reconocido, pues gracias a él se mantuvo para beneficio de la población global. Loor, pues, a estas personas que no solamente recogieron el testigo del trabajo científico de Nikolái Vavílov, sino también el de su pensamiento humanitario, que les llevó a pensar más en el prójimo que en sí mismos. El etnobotánico Gary Paul Nabhan nos cuenta que uno de estos colaboradores llegó a decir estas palabras:
Salvar esas semillas para las generaciones futuras y ayudar al mundo a recuperarse después de la guerra fue más importante que la comodidad de una sola persona.
Nikolái Vavílov, un personaje de la historia rusa para la Historia Universal; un adelantado; un estudioso de la botánica con un claro propósito, el de mejorar la producción agrícola con la única intención de, asimismo, mejorar la alimentación del ser humano. Un hombre que fue exterminado por las autoridades de su país porque se atrevió a intercambiar experiencias, a beber de otras corrientes de conocimiento científico ajenas a la órbita cerrada del establishment soviético de la época. Un hombre que quiso compartir su saber con todos, sin esconder la vela debajo del celemín.
Su legado pervive afortunadamente, pues tras la disolución de la URSS en 1990, se restauró la Academia de Ciencias de Rusia, que heredó todas las instalaciones de la Academia anterior. Hoy es la organización científica nacional de Rusia, con nueva sede en Moscú.
Gracias, señor Vavílov, por su tarea. Fuiste profeta en tu tierra en la primera parte de tu vida y proscrito en la última; y aunque todavía no se ha generalizado el aprovechamiento de tu trabajo en todo el mundo, llegará el día en que sí lo será, para beneficio de la especie humana. Aún no es el momento, pero tus semillas ya están en el terreno esperando el riego y el abonado por parte de las personas adecuadas.
Nikolái Vavílov por: Jesús Fernández Escrich
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Bibliografía: Wikipedia
Dalia Ventura, BBC Mundo