durante mi última encarnación, a esas pobres mujeres arrastrando consigo a sus desfallecidos hijitos, carentes de todo.
¡Ricos! Pensad un poco en esto; ayudad, con lo mejor que tengáis al infeliz; dad, porque Dios os retribuirá un día el bien que hubiereis hecho, para que encontréis al salir de vuestra envoltura terrestre, un cortejo de Espíritus reconocidos, que os recibirán en el umbral de un mundo más feliz.
¡Si pudieseis saber la alegría que tuve volviendo a encontrar aquí a los que pude favorecer en mi última vida terrena!… Amad, pues, a vuestro prójimo, amadle como a vosotros mismos, porque ahora ya lo sabéis; ese infeliz que rechazáis tal vez sea un hermano, un padre, un amigo que rechazáis lejos devosotros y entonces, ¡cuál será vuestra desesperación al reconocerlo
en el mundo de los Espíritus!
Deseo que comprendáis bien lo que puede ser la caridad moral, la que todos pueden practicar, la que no cuesta nada material, y sin embargo, la que es más difícil de poner en práctica. La caridad moral consiste en soportarnos unos a otros y es lo que menos hacéis en este mundo inferior en donde estáis encarnados por el momento. Creedme, hay un gran mérito, en saber callar para dejar hablar a otro más ignorante y esto es también una especie de caridad. Saber ser sordo cuando una palabra burlona se escapa de una boca acostumbrada a ridiculizar; no ver la sonrisa desdeñosa con que os reciben ciertas personas, que con frecuencia, se creen superiores a vosotros, mientras que en la vida espírita, la sola verdadera, están algunas veces muy lejos de eso; he ahí un mérito, no de humildad sino de caridad, porque el dejar de notar las faltas de otro, es caridad moral.
Sin embargo, esta caridad no debe impedir la otra; pero sobre todo, pensad en no despreciar a vuestro semejante; acordaos de todo lo que os he dicho: es preciso recordar constantemente que, en el pobre desechado tal vez rechacéis a un Espíritu que os ha sido querido y que se encuentra momentáneamente en una posición inferior a la vuestra. He vuelto a ver a uno de los pobres de nuestra Tierra a quien había podido, por mi dicha, favorecer algunas veces y al que a mi vez imploro ahora.
Acordaos que Jesús dijo que somos hermanos y pensad siempre en ello antes de rechazar al leproso o al mendigo. Adiós, pensad en los que sufren y rogad.
(Hermana Rosalía, París, 1860).