Continuando con la divulgación de las grandes leyes Universales, presentamos ahora una breve exposición sobre la evolución como Ley de Vida, en sus diferentes aspectos: como energía impulsadora del desarrollo del psiquismo en las formas inferiores y en su aspecto humano y espirituales.
Evolución de las formas en los diferentes reinos de la naturaleza.
En el Universo todo lo creado está en constante vibración y todo tiende hacia un estado de perfeccionamiento cada vez más avanzado. Todas y cada una de las diversas manifestaciones que apreciamos en nuestro mundo, están en un constante movimiento y acción, hacia una transformación de sí mismas, respondiendo inconsciente y pasivamente a esa fuerza emanada de la Energía Cósmica, que impele al psiquismo animador de las formas hacia una constante transformación y progreso.
En toda manifestación de vida hay una esencia espiritual que plasma y estructura lo material, y a su vez sirve para el progreso y evolución de lo espiritual. O sea, las formas materiales son siempre sólo un medio para que el espíritu progrese y evolucione.
Esa esencia espiritual es la Ley General de Evolución, que nos presiona desde dentro de nuestro espíritu y se manifiesta en las personas en un deseo innato de búsqueda, en esa curiosidad de conocer el porqué y para qué de las cosas, en una búsqueda incesante de ventura y felicidad en cualquier lugar y circunstancia donde nos hallemos.
En las personas poco evolucionadas ese deseo de felicidad sólo lo buscan en las cosas materiales, puesto que poco o nada conocen del espíritu; pero poco a poco se van dando cuenta que la felicidad que dan las cosas materiales es sólo momentánea, pues detrás de los goces terrenales siempre se encuentran el sufrimiento y la desilusión. Luego, conforme las personas a través del trabajo y del sufrimiento vamos creciendo espiritualmente, nos vamos dando cuenta que la verdadera felicidad está dentro de nosotros mismos, y nos vamos despegando de las cosas materiales, para ir cada vez más al encuentro de ese estado de tranquilidad interno, que es la verdadera felicidad: “La paz del Espíritu”.
El Espíritu o “chispa” divina que todos llevamos dentro, en un principio se haya unido a Dios, como parte integrante de su Mente Divina. Nuestro espíritu es Luz, es energía magnética purísima y en un determinado momento, es individualizado o separado de Dios, teniendo que descender hasta los mundos físicos o materiales, para crearse una conciencia individual y volverse conscientes de ser y existir.
Al igual que la semilla lleva dentro de sí en germen o en estado latente la configuración de árbol o de la planta que tiene que salir de ella, así también nuestro espíritu Divino, como energía purísima emanada directamente de la Divinidad, lleva latente en sí mismo sus atributos, que son: Amor, Sabiduría, Voluntad, Justicia y Poder Creador.
La persona, en su evolución hacia Dios a través de las experiencias en la infinidad de existencias que tiene que vivir, se va volviendo consciente del Ente espiritual que lleva dentro y desenvuelve esos atributos que lleva latentes en su espíritu, para convertirse al final de este proceso de hombre-animal en ser-angélico.
Ampliando todavía diremos que ese espíritu, conteniendo ya en desarrollo las facultades superiores de la Divinidad Creadora, y presionado por la Ley de Evolución, irá surgiendo lentamente desde los abismos de la inconsciencia en las primeras fases humanas, a través de las vidas sucesivas y múltiples, animando diversas personalidades encarnadas en los mundos materiales, en concordancia con su grado de adelanto; adelanto que irá conquistando grado a grado, mediante el propio esfuerzo. Aún cuando sorprenda, debemos decir que somos los mismos (espiritualmente) que hemos animado vidas salvajes en la prehistoria. El genio y el hombre más civilizado de hoy, es el salvaje del ayer, el que emergió como tal en las primeras edades; el que de allá vino evolucionando, desnudo de conocimientos, primero, y va vistiendo su desnudez con el ropaje conciencial que hoy posee, obtenido en las luchas y experiencias adquiridas en las múltiples vicisitudes superadas y realizaciones cada vez más amplias en el devenir de los milenios. Y en el porvenir, mediante la firme determinación de progresar y el propio esfuerzo, podremos elevarnos a la altura de los espíritus angélicos y de genios inmortales que, cual faros luminosos alumbran la marcha de las humanidades.
Cuando la persona está ya muy evolucionada llega un momento que el espíritu ya no tiene necesidad de encarnar, y continúa su progreso en el mundo del deseo (mundo astral) o en el plano inmediato superior, que es el plano mental, si el espíritu ha finalizado también su ciclo de experiencias en el plano astral. Hasta que al fin, libre de todos sus cuerpos, la esencia espiritual pura se une de nuevo a Dios, del que procedía, pero consciente y omnipotente. He aquí el por qué se manifiesta el espíritu en la carne y el proceso que sigue para volverse una individualidad consciente.
SEBASTIAN DE ARAUCO