JEAN-PAUL SARTRE

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Jean-Paul Sartre
Antonio Espinosa
Felicidad no es hacer lo que uno quiere sino querer lo que uno hace.

Jean-Paul Sartre

Verdad absoluta, en mi modesta opinión. No se le puede poner ningún ‘pero’ a esta sentencia. Con esta antítesis, el filósofo francés nos está expresando, ni más ni menos, que la vocación del ser humano es la que mayormente contribuye a su felicidad.

Cuando una persona elige una profesión y no elige otra es, evidentemente, porque esa materia le agrada, tiene preferencia por ella frente a otras; y pretende, en un futuro, ganarse la vida haciendo lo que le gusta, lo que le proporcionará felicidad. Cuántas vocaciones no se habrán frustrado por causa de unos padres que impusieron a los hijos unos estudios en contra de sus aspiraciones: «O aprendes esta profesión o nada, yo no te pago otra». De esta manera, se obligaba a un hijo a seguir las huellas del padre, del abuelo… solo porque había que continuar con la tradición familiar. Y así se perdía un posible buen arquitecto o ingeniero, porque en esa familia todos los ancestros habían sido médicos o abogados. Se daba el caso de que un joven estudiaba una carrera impuesta únicamente para dar satisfacción a sus progenitores, y una vez licenciado no llegaba a ponerla en práctica porque no le gustaba, incluso se sentía inseguro ejerciéndola, y se buscaba otro medio de vida que le agradaba más o para el que se sentía con mejor disposición. Resultado: Varios años perdidos que podía haber aprovechado para prepararse bien en lo que era su vocación.

La cuestión no es de ahora; lo que expresó Sartre ya lo dijo Confucio con otras palabras hace más de dos milenios:

Elige un trabajo que te guste y no tendrás que trabajar ni un solo día
de tu vida.

Aquí, el filósofo chino juega con el doble sentido de la palabra ‘trabajo’; el primero alude claramente al modo de ganarse el sustento, pero el segundo hace referencia a la penalidad que supone realizar un esfuerzo para obtener un beneficio; algo así como el castigo bíblico de tener que esforzarse para salir adelante, en contraposición a la vida regalada de la que Adán y Eva disfrutaban antes del pecado original.

Ahora me voy a ir todavía más atrás en el tiempo, al Egipto faraónico. Los antiguos egipcios estudiaban a los niños pequeños (a partir de los cinco años, si no me equivoco, cuando empezaban el periodo escolar) para ver en qué destacaban más, y de esta guisa, desde la más tierna infancia se les orientaba hacia los oficios más apropiados a sus aptitudes. Con ello lograban que, de mayores, pudieran desarrollarse como personas realizando una actividad a su gusto, la cual redundaría en un beneficio para la sociedad. De este modo, los niños hábiles con las manos podían ser artesanos, canteros, etc.; los que dibujaban bien podían convertirse en escribas (recordemos que el alfabeto egipcio era jeroglífico y usaba ideogramas, figuras, para representar los conceptos); los que sentían inclinación por la naturaleza, para ser ganaderos o agricultores… y así con toda la infancia.

Hagamos nosotros como los egipcios: Estudiemos a nuestros hijos y tratemos de fomentar sus gustos y habilidades (en la medida en que este mundo complejo lo permita) para que consigan ser de adultos lo más felices posible. Que quieran lo que hagan, como dice Jean-Paul Sartre, porque no solamente serán más felices, sino que rendirán más y mejor en el trabajo.

Jean-Paul Sartre por: Jesús Fernández Escrich

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