Ver, oír y hablar; tres dones que Dios ha concedido a sus criaturas para que puedan entenderse entre sí.
Los ojos, generadores de la vista, nos permiten contemplar todas las bellezas de la creación, tanto la que dios hizo como la hecha por el ser humano. El oído; todo aquel que por cualquier razón lo ha perdido, o por razones que muchos conocemos nunca lo tuvo, sabe muy bien lo triste que es sentirse aislado de los demás y no poder gozar de la música, de los ruidos y murmullos de la noche, de las risas ingenuas de los niños… Aunque ambos, en ocasiones, se complazcan en ver y escuchar aquello que les puede ser dañino… Y hablar. El don de la palabra, un maravilloso don que nos permite la comunicación; transmisora del pensamiento, otro atributo que forja la raza humana; es el reflejo de lo que somos y lo que sentimos. A través de nuestros pensamientos podemos conocer en profundidad nuestro yo más íntimo; cómo son nuestras emociones, nuestros sentimientos, aquello que nos gusta o disgusta, lo que nos atrae o repele; y cuánto somos capaces de generar amor, o cuánto podemos llegar a odiar… Y todas estas cualidades, llegado el caso, las convertimos en palabras para expresarlas. Y así, si nuestros pensamientos y emociones son positivos, nuestras palabras serán igualmente positivas, pues con la palabra seremos capaces de llevar un poco de serenidad a quien se sienta agitado emocionalmente. Una palabra amable puede aliviar la tristeza o paliar el dolor de aquel que siente amargura en el alma, o el dolor en su cuerpo… ¡Cuánto bien pueden hacer las palabras, o cuánto pueden ser de dañinas! Sí, es muy poderosa la palabra, y debemos aprender a reprimirlas sometiendo nuestros pensamientos a una depurada limpieza.
Me viene a la memoria una frase de Aristóteles que dice:
Cada persona es dueña de sus pensamientos y esclava de sus palabras.
Es muy cierto, aunque soy consciente de que no es nada fácil reprimirse cuando alguien emplea la palabra para herirnos y nos sentimos atacados. Entonces nos rebelamos y dejamos que los sentimientos más negativos afloren en aras de defendernos en una guerra de palabras, cada vez más hirientes y detractoras que no arreglan nada, y en la que nadie gana la guerra, todos pierden… Aunque puede haber un ganador, y es aquel que es capaz de evitar la guerra. Y… ¿cómo?, preguntaréis. No respondiendo al ataque; callando en el momento preciso. Creo que esa actitud es la que el Maestro Jesús nos recomendó cuando pronunció aquellas palabras tan humildes como hermosas:
Poner la otra mejilla.
Cuidemos nuestros pensamientos, que sean emisores de buenos deseos y transmisores de bellas palabras; y aprendamos a usarlas solo para el bien de todos, pero especialmente para nosotros mismos. Debemos recordar que con ambos nos ponemos en comunicación con Dios, y por eso mismo deben ser lo más limpios de que seamos capaces.
Me viene a la memoria un proverbio anónimo que es muy elocuente, y que dice así:
Dice el sabio: Defiéndete con la sonrisa, ataca con el silencio y vence con la indiferencia.
Intentemos, para nuestro bien, poner en práctica estas recomendaciones que nos facilitarán el camino de nuestro proyecto evolutivo, haciendo uso de nuestra fuerza de voluntad, con la esperanza en un hermoso futuro conquistado con nuestro trabajo. Por ello, procuremos que nuestras palabras sean sencillas y respetuosas, pero firmes y siempre dispuestas a defender la verdad.
Podría poner fin a esta reflexión aquí; sin embargo, no puedo sustraerme a hacerlo citando un hermoso proverbio chino que he recordado, un proverbio mucho más elocuente y clarificador que todo cuanto se ha escrito, o pueda escribirse, acerca de la palabra. Dice así:
Abre tu boca para hablar, solo si tus palabras van a ser más hermosas que el silencio.
El silencio y la palabra por: Mª Luisa Escrich
Guardamar, 26 de agosto de 2023
2023 © Amor, paz y caridad